(Por Susana Spano) A través de los siglos un relato infantil ha ocupado –y ocupa– un lugar central en la literatura universal: “La Cenicienta”. La telenovela mediocre o la obra más sublime de la literatura universal han rozado el tema de la joven pobre y desamparada que conoce al joven de sus sueños hasta devenir en “princesa”.

Diana Raznovich, a principios de 1978 escribió una pieza teatral “Marcelo el Mecánico” que después se transformó en” Jardín de Invierno”, donde el tema vuelve a tener vigencia.

La historia  describe el universo de dos mujeres solas –Griselda (Karina Ricchini) y Rosalía (Luján Biaggini)– que viven juntas desde hace veinte años, en una relación pendular amor – odio. Sus vidas transcurren grises e idénticas, en una sucesión de días y noches interminables y agobiantes. Sólo la telenovela de la tarde, “Marcelo el Mecánico”, interpretada  por el hombre de sus vidas, Mariano Rivas (Javier Laresca) pone una cuota de felicidad en su oscura existencia. Un día deciden secuestrar al galán y, una vez en su casa, le exigen que represente para ellas solas su prototipo de la tele.

A partir de este momento la obra cobra intensidad. Poco a poco las máscaras caen y cada uno será quien  es, en  un peligroso juego donde el morbo se mezcla con el humor, el disparate con lo sublime, dibujando la grotesca realidad de estos seres que, aunque arrancan carcajadas en la platea, no dejan de mostrar la patética soledad  en la que habitan.

Una obra de tales características requiere un despliegue actoral que exige del intérprete un exhaustivo trabajo de composición. Karina Ricchini es una excelente actriz y nunca deja de sorprender en sus actuaciones. En este caso sucede algo similar cuando da vida a la asmática y reprimida Griselda, subordinada, en apariencia, a Rosalía y devota de sus plantas. Fue irreprochable su trabajo gestual y su máscara. Hubo, sin embargo, algunas fisuras en los parlamentos iniciales (particularmente en el monólogo con las plantas) donde faltó convicción aunque, con el correr de la acción, fue dominando su personaje en la intensidad dramática que éste requiere.

Luján Biaggini compuso a la enérgica y dominante Rosalía, mostrando un gran manejo de la escena; sus tonos fueron los adecuados y tuvo los matices apropiados para la transición que el personaje requiere en el desenlace.

Javier Laresca abordó, por primera vez, un personaje dramático (Marcelo – Martín). No es sencillo evadir el histrionismo que lo caracteriza y que tantas satisfacciones le ha dado a lo largo de su carrera. Este papel representaba para él un desafío que cumplió con solvencia pues su Marcelo fue creíble. La transición del actor encumbrado al hombre sencillo que alguna vez fue y el niño que jugaba con subir a una torre, tuvo  recursos expresivos parejos que llegaron al justo punto de tensión en el inesperado final.

Una mención especial para Cecilia Alfonso que dio vida (en la grabación) a la heroína de la telenovela y mostró, como siempre, sus buenas dotes interpretativas.

La puesta y dirección de Eduardo Grinovero fue justa y equilibrada. En su adaptación dosificó la trama de la telenovela con la acción de tal forma que ideó dos mundos paralelos: uno sutil, de ensueño, a través del teleteatro que, a modo de moderno cuento de hadas, permite escapar de la cruda realidad y el otro, el verdadero, descarnado, agobiante y por momentos patético. Los cambios de luces, apropiados y excelente la musicalización que enmarcó cada una de las escenas.

“Marcelo el Mecánico” es una nueva muestra de profesionalismo y calidad que el Grupo “Entretelones” subió al escenario de la Biblioteca Sarmiento donde la carcajada resonó, una y otra vez, durante la acción y lo conmovedor del conflicto quedó sintetizado en dos frases  que resumen, con fidelidad, el espíritu de la obra: “Vamos a ser felices, aunque sea por una hora, como La Cenicienta” (Griselda) y “Ahora tengo recuerdos” (Rosalía).