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02/11/06 Por estos días el mercedino Juan Guinot se enteró de que obtuvo una Mención de Honor en el concurso de Relatos Breves de la Fundación Lebensohn. El
concurso 2006 se trata de "Diversidad Cultural en la Argentina",
e invita a participar con creaciones artísticas que remitan a
la diversidad de culturas e identidades que habitan nuestro país.
Juan
Guinot mostró su satisfacción por el premio y quiso compartir
su relato con la comunidad web de noticiasmercedinas.com. Gorditas (Juan Guinot)
Génesis En la Tierra Plana el primer día se hizo la luz. Salió el sol. Los pájaros cantaron y las flores perfumaron la pasividad de un clima templado. Luego la luna en su redondez le propinó un bochazo a febo y se hizo de noche. No se veía nada. La angustia ganó a la mujer que estaba sola en un cuarto oscuro. Masticando temor de tren fantasma en un acceso de delirio veía la cara de los hombres que la habían abandonado antes de haberlas amado. Repetían las ilusiones sus sueños de príncipes que nunca llegaban. Luego se le hizo en la boca del estómago un nudo espantoso y posando sus manos sobre el vientre, palpando la obesidad en flan de su desborde, descubrió que los masajes no la aliviaron. Le entró la desesperación. Ella transpiraba por los poros las adiposidades que olían a guisos y entripados. Mientras se mordía las uñas, haciendo piquitos de los labios con falsetes de besos, se le presentó un chocolate alado que vino a darle la paz que necesitaba. Llegó envuelto en un aura luminosa de silencio y desnudó el papel metalizado para entregarle el cuerpo del Creador. Sólo tres mordiscos y al final llegó el sueño con la sorpresa de una sonrisa dibujada en los labios carnosos, brillantes de saliva componedora de bolos alimenticios. Al segundo día salió el sol nuevamente. La boca semi cerrada de ronquidos la despertó. Se fregó los ojos y no dio cuenta que ahora en su casa, donde antes sola estaba, cientos de chocolates alados le daban vueltas por la cabeza. Se rió contenta y los chocolates también. Iniciaron el rito de la desnudez de los envases y la mujer gorda los abrazó en las manos comprendiendo que había sido la elegida. Ese día se dio la comunión entre los pequeños trozos de cacao levitantes y la mujer gordita que no podía contener su angustia. Los desgarrados mordiscos la contuvieron. Lloró con algo de emoción y reconoció en la boca del estómago que el abominable dolor que se le había prendido como un pulpo ponzoñoso, anudando decenas de tentáculos, iba desapareciendo hasta borrarse por completo. Palpó la flaccidez, acompañando el crecimiento de tripas y grasas. Los chocolates alados le formaron una corona con el papel metalizado del envoltorio que la mujer iba acumulando en el piso tras deglutir. Cual ceremonia de realeza, se la posaron sobre la coronilla. Luego la tomaron de las manos y la levantaron por el aire. Ella rió y lloró nuevamente. Gritó de felicidad. Partiendo en vuelo de la Tierra Plana tuvo su primer gesto de placer. Los chocolates chocaron entre sí y llovieron en polvo marrón para bañar a la mujer que rolaba por el aire de la ascensión con un éxtasis pocas veces visto. Se dio el Chocolatori y el Creador inició con ella la nueva historia. La mujer gorda se reconoció en la Tierra Alta.
Y se hizo el amor... No pudiendo contener el afecto que la desbordaba en desproporcionadas dimensiones practicó semi gestos de tristeza. Los chocolates alados le dijeron que comenzaba una nueva era, la del amor. La mujer les dijo que todo el amor vivía en ella, pero que no podía compartirlo y eso la traía mal. Que se le ponía la boca del estómago como una pelota de dolor. Entonces los chocolates le hablaron del hombre de la Tierra Plana. La mujer gorda en señal de aprobación se los comió a lo largo de cien días y cien noches. Cuando ya no hubo más chocolate alado en la casa, rodando, llegó hasta la ventana que daba a la calle, desde donde se podía visualizar la rutina de la Tierra Plana. Allí fue que eligió a un hombre. Gritó como lo hace un llamador de ángeles en días de viento y un remolido de gorriones aleteó espantado. Por lo bajo, sobre la Tierra Plana, un hombre que iba caminando, escuchó el sonido. Levantó la cabeza en dirección del cielo. Poco tiempo le dio el impacto para interpretarlo, pero el grito "todo mi amor hasta la muerte" le llegó en una carga tonel de ciento ochenta kilogramos en caída libre, embolsando efecto de relación peso potencia para acampanar el amor eterno en un golpe que los dejó unidos en la Tierra Subterránea, treinta metros bajo la superficie.
Y la tierra prometida se hizo... Los paseantes de la Tierra Plana, sorprendidos, acudieron donde el ruido. Las mujeres, sonrojadas, lloraron por no reír. El hombre y la gorda yacían lejos de los ojos, de la luz del sol. La tierra se conmocionó, movió las capas y cicatrizó la grieta del pozo. Ahora fueron los hombres los que lloraron. Lo hicieron por temor. Las lágrimas vertidas golpearon en la tierra todavía floja, pegada como cicatriz de herida y allí brotó una planta de cacao. Todos se apartaron y reconocieron, en los borbotones verdes y frondosos de la planta gigante, a la mujer gorda. Las mujeres se tragaron las sonrisas contenidas detrás de los dientes y las alojaron en la boca del estómago. Las decenas de tentáculos ponzoñosos se hicieron nudos de dolor. El cuerpo se les retorcía y la angustia les ganó el meridiano existencial. Los hombres volvieron sobre sus pasos en la Tierra Plana. Las mujeres, dobladas de contrición, practicaron reverencias y fue por ese gesto ritual que los chocolates alados brotaron desde las ramas de la planta de cacao. Luego se desnudaron en cámara ralentada, dejando caer los envases. Las mujeres comieron de ellos y ellos se dejaron comer por las mujeres. En torno a la planta estuvieron dos mil quinientos días y dos mil quinientas noches. Al otro día, saliendo desde las profundidades de la Tierra Subterránea, se presentó ante ellos la gordita original y obró el mensaje. Les partió el chocolate y les dio, emanando una luz plena, de comer en la boca. Al tragar las partes del cacao comenzaron a levitar todas las mujeres, desafiando sobrepesos a la ley de gravedad. Subieron más allá que las ramas del árbol gigante para perderse en los balcones de la Tierra Alta. Los hombres seguían en la Tierra Plana obtusos de tareas de embelesamiento. Construían sus caras a los designios de los Espejos Verticales que eran sus mentores.
Los Espejos Verticales Tenían dominados a los hombres. Una guía indiscutible. Era la única ley que mandaba y los hombres obedecían. Los Espejos Verticales regían en la Tierra Plana. Cuando los chocolates alados se presentaron fueron los Espejos Verticales los que primero reflejaron preocupación. Pero como los hombres de la Tierra Plana estaban acostumbrados a aspirar por sus propios aspectos, devueltos por los Espejos Verticales, nunca llegaron a registrar la advertencia y los cristales refractarios se tragaron las alarmas. Algunos se partieron y fueron los hombres que se quedaron sin su espejo los primeros en salir a la calle buscando su mentor. Los primeros en ser liberados por el amor redentor de las Gorditas.
Comienza la Era de la Salvación... Los Hombres de la Tierra Plana soltaron amarras, casi ciego por no tener su espejo. Así salieron a las calles buscando su reflejo, sin Norte, como lo hacen las hormigas minutos previos a la gran tormenta. En la Tierra Alta las Gorditas se preparaban para el ataque. La guía (muerta, sembrada y brotada) les preparó para la tarea. Para ayudar en la digestión se servía un tazón de té de hierbas para el amor. Se les entregaba la vestimenta: acampanados vestidos negros con blusas sueltas y sin sostenedor para que los pechos operen en la caída. Al final se les ponía una bincha con la leyenda "todo mi amor hasta la muerte". En cola pasaban de a una por el bidet y un chorro de agua fría y recibían eun reflejo de placer. Se mordían los labios y le pegaban trompaditas a las nalgas sabiendo que algo se acumulaba en el dique de los deseos. El quejido de trance era agudo en camino al balcón donde dejaban sus gotitas. Luego de allí a toparse con el llamador de ángeles, besar en falsete al aire y volar desde el balcón de la Tierra Alta en dirección de los hombres de la Tierra Plana. Aleteando con las manos prendidas de los pechos gritaban todo su amor y abrazadas al impacto, llevaban en cada impacto la fusión de los cuerpos a la Tierra Subterránea.
Las caídas redentoras se sucedieron a lo largo de tres mil siete dias y los Espejos Verticales se hicieron polvo de brillos, presos de incomprensión. Los hombres yacían fusionando huesos en la Tierra Subterránea con las Gorditas. Y fue al día tres mil ocho que la Gordita Original sintió un terrible escozor en el cuerpo. No quedaban ni hombres espejados, ni mujeres abandonadas. Los Chocolates Alados la rodearon para decirle que la tarea estaba llegando a su fin y le dieron de comer de sus tabletas. Lejos de sentir dolor, se puso ancha de orgullo y placer. El cuerpo regordete se extendía y sumando pliegues rollizos se hizo un cúmulus nimbus suspendido desde el balcón de la tierra alta. Estiró una sonrisa que se vio como rayo y luego se oyó en trueno. En la Tierra Plana, se dio la sombra. Con las manos ansiando estallar se presionó las tetas gigantes y comenzó emanar desde las mismas leche chocolatada que cayó en lluvia. Las gotas pegaron en el suelo. Luego lo penetraron hasta el fondo mismo de la Tierra Subterránea y los suelos marcados de impactos comenzaron a removerse, se pusieron como barro.
La gorda Original se diluyó como lo hacen las nubes cuando un viento seco decide quitar las tormentas al reconocer que acabaron con la tarea. El cielo se hizo azul. Los pájaros se retiraron de la escena de la vida por unas horas.
El
silencio de la naturaleza se contrapuso con el inicio de un ronquido
vital de tierras que se desperezan, que se estiran, que contorsionan
raíces, que se enlodan de chocolate, que gimen, que se besan,
que asciende a los que se hundieron, que salen a toser del aire y que
bajo la sombra de una verdes plantas de cacao despiertan a comer del
chocolate de sus bocas.
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