23/09/08
                Fiestas Patronales: mensaje de Monseñor Agustín
                “Al no sentirse amado, el hombre actual ha perdido el rumbo”,  marca el arzobispo. El texto completo de sus reflexiones en ocasión de la fiesta  de Nuestra Señora de la Merced.
                
            
             
         
          
          Se dio a conocer desde el Arzobispado de Mercedes Luján, el mensaje  de monseñor Agustín Radrizzani en ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de la Merced. El arzobispo marca  varios conceptos, que se dan a conocer a continuación.
                        En este día en que  como Iglesia arquidiocesana y como Comunidad parroquial celebramos a Nuestra  querida patrona, Nuestra Señora de la   Merced, con los ojos de la Madre Virgen  contemplemos a su Hijo. Con su mismo espíritu de entrega y amor sigamos a  Jesús, salvador del mundo, tal como ella lo hizo.
            El significado del  título "Merced" es ante todo "misericordia". La Virgen es misericordiosa y  también lo deben ser sus hijos. Esto significa que recurrimos a ella ante todo  con el deseo de asemejarnos a Jesús misericordioso, a Jesús manso y humilde de  corazón.
            El panorama actual  algunas veces puede presentarnos, sin la pretensión de ser exhaustivos, a  hombres y mujeres que se hallan solos, familias divididas, intereses  particulares que prevalecen sobre los vínculos familiares y fraternos,  ambiciones privadas impuestas por sobre el bien común. Al no sentirse amado, el  hombre actual ha perdido el rumbo. Justamente por eso, en el contexto de esta  fiesta gritemos con voz firme aquello que la Virgen le dijo a Juan Diego en Guadalupe: “No  temas, aquí estoy, yo que soy tu madre”. 
            La seguridad de  sabernos amados y cobijados nos da la paz en el corazón. Y, cuando son muchos  los hermanos que encuentran la paz como fruto del amor de Dios, entonces,  ellos, van formando una familia que vive la armonía y la alegría de celebrar el  amor haciéndolo recíproco. 
            Esta fiesta nos  renueva la certeza de sabernos amados, acompañados y protegidos. 
            Una dimensión que  resalta en la persona de María es el hecho de ser modelo de la Iglesia. En tal  sentido nos espejamos en sus virtudes para acercarnos y ser fieles a Jesús.  Ella es la persona más pequeña, más humilde, más caritativa que Dios encontró  para elegir como mamá. Nosotros, sus hijos, la imitamos porque todo hijo posee  los rasgos de la madre. Al imitarla en sus virtudes nos parecemos más a Ella y  entendemos más a Jesús y las virtudes del Reino. Por eso queremos amar como  ella ama y servir como ella sirve. Esto nos permitirá reconstruir el tejido  evangélico de nuestra querida Patria; nos otorgará la gracia de volver a vivir  en aquel clima que poseían los cristianos de los primeros tiempos, y veremos  surgir los frutos de alegría y de paz que son propios de los seguidores de  Jesús.
            Si sentirnos amados  nos da serenidad y seguridad, ser imitadores de María hace de nuestra comunidad  un lugar atrayente en el que se afianzan las familias, se olvidan las ofensas,  surgen las vocaciones. 
            Que el Padre de  Nuestro Señor Jesús, nos ayude a vivir como Él   quiere formando entre todos una sola familia. 
            Que María, en su  advocación de Nuestra Señora de la   Merced, nos ayude a vivir con una alegría y deseo de entrega  a Dios que cambien nuestra vida de vida monótona en una vida entusiasta de  Jesús y de su Reino. 
            Bajo el fuerte impulso  que nos dejó Aparecida y a la luz del Espíritu pido a Dios Padre por esta  querida comunidad parroquial de la Iglesia Catedral para que juntos “en estado  permanente de misión. Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente  del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros que la Providencia de Dios  nos deparará grandes sorpresas” Aparecida 551). Así sea.