El ambientalista Javier Moleres nuevamente marca su visión con respecto a la degradación continua a que es sometido el medio, y más allá de que hace años viene bregando contra la corriente con su opinión, insiste y con razón, esta vez a propósito de la seca de un arroyo tributario del río Luján y la mortandad de peces respectiva.

Desde Amigos del Río Luján en un principio, y ahora como integrante de Vecinos Preocupados por el Ambiente, Javier Moleres no deja de señalar públicamente la problemática. En esta oportunidad recuerda que no hace mucho se denunciaba una lamentable e injustificable mortandad de peces en el arroyo “El chimango”, también conocido como “San Jacinto”. “En esa oportunidad, el lavado de una máquina fumigadora con restos de un poderoso veneno provocó el desastre. Desde ese momento, quienes nos interesamos por la naturaleza, recorríamos regularmente el arroyo para comprobar si este lograba recuperarse del daño causado por el hombre. Pero hoy podemos afirmar que ya no hay nada por qué preocuparse: ni peces, ni arroyo”, comenta.

Pez muerto en el arroyo, seco desde "hace un tiempito", según los pobladores de la zona

Lo cierto es que el arroyo en cuestión –otrora cristalino y lleno de vida– está completamente seco. “Salvo los últimos quinientos metros antes de su desembocadura, cercana al Parque Municipal, donde conserva un poco de líquido estancado y nauseabundo, lo demás es sólo tierra”, destaca Moleres.

Una recorrida por el lugar da además una patética impresión, ya que está lleno de basura domiciliaria y botellas, tanto en la costanera del río Luján como en su interior, donde además vuelcan su carga contaminante industrial y cloacal el canal de calle 16 y los efluentes del matadero.

Lo que señala Moleres es lo que los vecinos de la zona han visto desde hace un tiempo. El arroyo está seco y en el puente de la calle 43 que lo cruza, a unos mil quinientos metros del río Luján, y en cercanías de la parte trasera del predio del Aero Club Mercedes, es evidente la situación. “Su cauce se puede transitar como si fuera un camino polvoriento. De más está decir que no sobrevivió una miserable mojarrita. Y pensar que tantas generaciones de mercedinos aprendieron a pescar desde sus orillas”, apunta Moleres.

“Podemos echarle la culpa a la sequía o al cambio climático, pero lo cierto es que nunca hubo estudios topográficos e hidrográficos serios, como para proteger y conservar un recurso tan vital como es el agua. Tanto a este arroyo como al Río Luján se le construyeron exclusas que se abren y se cierran en ciertas ocasiones a voluntad. ¿Se hará esto en forma adecuada y en el momento oportuno?, ¿se preverá el impacto sobre la fauna íctica al hacerlo? Quizá nunca lo sabremos, y el arroyo San Jacinto pasará a ser sólo un bonito recuerdo en quienes tuvimos la oportunidad alguna vez de disfrutarlo”, completa el ambientalista.

Desembocadura en el río, con poca agua estancada y algas verdes.