Por Javier Moleres

Cuando Laura y Cristian Mauriello -ayudados por Sebastián Atampi, un gran amigo-  iniciaron la excavación del “pozo ciego” junto a los cimientos de su futura casa,  ninguno tenía idea del duro trabajo que les esperaba, y menos aún la extraña sorpresa que les depararía la obra.

A cuatros metros de profundidad, la tierra endurecida y seca, dio paso a la tosca y los obligó a dejar las palas para seguir la agotadora labor con picos por casi otro metro.

Tal como se acostumbra, intentaban llegar a la primera napa de agua, pero ni un poco de humedad lograban. Hasta que algo les llamó la atención dado que su forma y textura no se asemejaba a lo visto hasta ese momento. Intrigados, decidieron hacer lo más sensato e inteligente que en esas circunstancias cualquiera pudiera haber hecho: suspender la excavación –a costa de retrasar la obra–, no tocar nada y consultar sobre lo hallado que supusieron era hueso.

Grande fue la sorpresa cuando les confirmé que habían descubierto los restos de un ejemplar de un mamífero extinto hace quizá alrededor de 10.000 años.

Perteneciente a la familia Gliptodontoidea, era similar a un armadillo actual pero podía llegar a alcanzar un máximo de 2.000 kilos, con su caparazón rígido formado por placas óseas.

Ahora le cabe al Museo de Ciencias Naturales Carlos Ameghino la tarea de extraerlo, identificarlo, estudiarlo y prepararlo para su exhibición. Pero lo más importante es que, gracias al buen accionar de estos vecinos, se podrán deducir un montón de nuevos datos sobre la increíble y casi fantástica fauna prehistórica que alguna vez habitó el terreno que hoy pisamos.

Detalle de las placas óseas que forman el caparazón de un gliptodonte