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14/08/10
Las proezas del navegante mercedino Gerónimo Saint Martin y su pequeño barco a vela
Hizo de los mares del mundo su patio de juego, y de la libertad un modo de vida. Entró en el Libro Guiness. Intentará pronto unir Buenos Aires con Nueva York, navegando a vela y en solitario sin tocar puertos. Por Javier Moleres

Gerónimo Saint Martin sobre "La India"

 

Las olas mecen suavemente a “La India”, un pequeño velero de 6 metros de eslora, amarrado en el puerto de Reykjavik, al sur de Islandia. Gerónimo -su capitán- intenta disfrutar de un merecido descanso, después de la dura travesía que lo llevó a recorrer miles de kilómetros y recalar en innumerables puertos de más de 10 países de América. Ni furiosas tempestades tropicales, ni el frío extremo de Terranova, ni gigantescos icebergs como el que venció al “Titanic”, lograron desanimar a este mercedino aventurero, que dejó de lado un futuro tranquilo pero quizá monótono como médico, para cumplir el sueño de navegar por el mundo.

Gerónimo es feliz, siente que su vida tiene sentido; elaboró un proyecto, se impuso una meta… y ella lo guía. Dicen que no basta con tener ambiciones, es preciso tener la fuerza necesaria para sustentarlas. Y desde que zarpó del Río de la Plata, él no hizo más que enfrentar desafíos donde demostró tener esa fuerza. Pero no puede haber mucho “descanso” para un navegante solitario. Durante su estadía en Islandia, debe buscar trabajo en una empresa pesquera y como profesor de castellano y francés, pues alistar a “La India” cuesta dinero. Su último gran paso, será alcanzar la Isla de Spitsbergen a las 80º de latitud Norte, en el Casquete Polar Ártico. Nadie lo ha logrado con un barquito tan chico, es más, nadie siquiera se atrevió jamás a intentarlo. Queda poco tiempo para partir. Herramientas en mano, corta, martilla y suelda tubos de aceros para fabricar un calefactor a gas que lo ayude a soportar el frío, sin dudas “la improvisación es parte del reto”. Instalar un generador eólico se hace indispensable para estas latitudes, donde los paneles fotoeléctricos funcionan a medias por falta de luz solar. Y con un nuevo timón de viento, la nave se guiará prácticamente sola, y eso evitará  que se exponga demasiado en cubierta. Previendo lo peor, “una vuelta de campana”, Gerónimo fija los pisos y estiva con cuidado sus pocas pertenencias y los alimentos enlatados y el agua potable, sólo lo indispensable para sobrevivir las dos semanas que según calcula insumirá el viaje. El espacio disponible es escaso y no recargar con peso innecesario, implica obtener mayor velocidad. A fines del mes de junio, con un pronóstico del clima no muy bueno, pone proa hacia las Islas de Vestmannaeyer, que serán su última escala. Al arribar, la gente lo recibe con entusiasmo y muy pronto –un 14 de Julio- le brinda una calurosa despedida deseándole todo el éxito, aunque bastante asombrada por la temeridad de la empresa que se ha impuesto. Surcará aguas tan peligrosas, que tres grandes buques mercantes se perdieron en pocos meses: uno hundido, otro varado y un tercero que debió ser remolcado. Todo es gris: el cielo, el mar, la embarcación, el día y la noche, pues en verdad en estas latitudes ya no hay noche. El único toque de color, lo brinda la banderita argentina pintada en la popa. A poco de zarpar cesa el viento, una tensa calma se abate sobre "La India" y parece que el tiempo se detiene. Sólo que las horas pasan y se aleja la posibilidad de alcanzar Spitsbergen antes de que el mar se congele y los fiordos se cierren. El barómetro baja, y todo indica que se puede desatar una terrible tormenta. Pero las condiciones cambian, las velas se hinchan, y el barquito toma velocidad, hasta alcanzar un promedio de 5,5 nudos, para más tarde superarse y lograr recorrer 75 millas en doce horas, ¡un orgullo para su capitán! Recupera el tiempo perdido, con la vela mayor con tres manos de rizos y el genoa completamente desplegado. Gerónimo duerme confiado y tranquilo, cuando sobreviene el desastre. A las 8 de la mañana, un ruido sordo resuena en la cabina y lo despierta sobresaltado. Al mirar en cubierta, el cuadro es desolador. El palo mayor se ha quebrado y el aparejo está destruido. La antena de radio VHF y el radar, cuelgan bajo la banda de babor sumergidos en agua salada, enemiga mortal de los equipos electrónicos. Tiene dos posibilidades: la primera, es arrojar el aparejo al mar, y activar una baliza (EPIRB) que emite una señal de auxilio, para que intenten rescatarlo. De esa manera pondría a resguardo su vida, pero echaría por la borda años de planificación, trabajo, y esfuerzos propios y de amigos, invertidos en una de las mayores aventuras jamás soñada. La segunda posibilidad: enfrentar la crisis armado con el conocimiento y la experiencia adquirida día a día en el mar, tratar de salir del mal trance como sea, y esperar que todo termine bien. Trata de serenarse mientras se prepara un café y narra la situación frente a una cámara de video estanca, para que quede registro de todo lo ocurrido. Piensa en quienes confiaron en él y en tantas ilusiones que se desvanecen, nunca nadie sobrevivió a la deriva en esas latitudes. No lo duda más, en mitad de la nada, sobreponiéndose a un mar difícil, al frío extremo y a su propia angustia y desgaste físico, jala las cuerdas hasta que logra sacar el palo mayor del agua, junto con el radar y la antena de radio, que por supuesto no vuelve a funcionar. Arma con mucho esfuerzo un primer aparejo de fortuna y lo dota de pequeñas velas usando las dos trinquetillas, pero la corriente lo arrastra hacia la costa noruega, muy lejos de su curso original. Según sus cálculos y el GPS, faltan 350 millas y no tendrá suficiente agua para beber. Debe improvisar un segundo aparejo de fortuna, pero lucha en vano con el palo mayor al que no logra levantar solo. De pronto, como si estuviera ante una fantasmal aparición, ve acercarse a lo lejos un buque pesquero. Se desespera, tiene miedo de no ser visto, y piensa en lanzar una bengala. Para su tranquilidad, el buque lo divisa, manda una lancha salvavidas y se produce el extraño encuentro: un barco soviético y un diminuto velero a la deriva a los 66º Norte, un lugar inclemente y desolado como muy pocos. La comunicación se complica por la gran diferencia idiomática, pero…a buen entendedor, bastan unas pocas señas. "La India" es remolcada junto al pesquero y el capitán ruso, con la amabilidad propia de los hombres de mar, le ofrece ayuda para reparar el palo mayor. Agua fresca, una ducha y una reconfortante comida, son también bien recibidas. Ansioso por continuar su travesía, Gerónimo ignora el consejo de abandonar para siempre el velero. Ante la mirada incrédula de quienes le prestaron socorro, agradece la hospitalidad, lo aborda y se aleja con renovada esperanza. Ha logrado mejorar la navegación reacondicionando y agregando una vela no muy grande. Sale el sol, y puede disfrutar de algunos mates y alimentarse bien, gracias al agua y las provisiones cedidas por los rusos. Pero el tiempo ganó la apuesta, ya es tarde para alcanzar Spitsbergen. Otros tres días sin viento lo retrasan y una tormenta amenaza con terminar de destruir su nave. Es hora de recapacitar y conformarse con llegar a Bodo, al norte de Noruega. Y así lo hace, completando una navegación de 720 millas, con 14 días de riesgo y pura adrenalina.  

Pasado el invierno, Gerónimo parte de Bodo y logra arribar sin mayores tropiezos a la isla de Spitsbergen, en el Casquete Polar Ártico. La misión está cumplida, ha marcado un camino, ha completado una proeza increíble para un navegante solitario y su pequeña embarcación.

Gerónimo hizo de los mares del mundo su patio de juego y de la libertad, un modo de vida. Pero quizá el logro más grande de este mercedino -que hoy se prepara para otra gran aventura- fue demostrar que, con voluntad y esfuerzo, hasta los sueños imposibles pueden hacerse realidad.

El lector -que quizá haya leído mi relato en otra ocasión- se preguntará el motivo por el cual insisto sobre un tema sin aparente relación con el trabajo de nuestro grupo, que se centra en la búsqueda de soluciones para problemas ambientales. La explicación es sencilla: en una comunidad que crece y necesita progresar y superarse, “todo se relaciona con todo”. El raid de Gerónimo Saint Martin, no fue un paseo por los canales del Delta para lucir la embarcación, como se estila entre algunos “náuticos de fin de semana”. Fue una verdadera odisea, una legítima hazaña mezcla de aventura y descubrimiento. Gerónimo logró entrar en la historia y en el Libro Guinness de los Récords, porque navegó en solitario durante una década y alcanzó el casquete Polar Ártico en la embarcación a vela más pequeña,  para terminar su periplo en la ciudad de Ushuaia. Sin dudas un logro impresionante, a la altura del alcanzado por los tripulantes de la famosa “Expedición Atlantis”, en una balsa de troncos que recorrió el Océano Atlántico en 52 días. Esa balsa construida con grandes troncos, expuesta y fotografiada en los medios gráficos permanentemente, se lucirá pronto en un flamante edificio diseñado expresamente para ese fin en la ciudad de Dolores. Y a todo esto ¿qué fue de “La India”? En realidad no tuvo tanta suerte, hoy envejece olvidada frente al domicilio particular de Gerónimo. Acá viene el por qué de “todo se relaciona con todo”. El turismo es la industria sin chimeneas, la que genera recursos sin contaminar el ambiente. Junto al aprovechamiento de las riberas del río, más la riqueza paleontológica y el acervo histórico con que contamos (temas que ya tratamos), el recupero y la exhibición de "La India" en un lugar apropiado y bajo condiciones adecuadas sería otro imán para atraer visitantes a Mercedes. Claro que se la debería rodear de gigantografías que grafiquen la proeza realizada, cartografía ilustrativa, fotos, etcétera. Se podría sumar la venta de todo tipo de recuerdos y un DVD con la filmación del viaje, pues hasta los momentos más dramáticos fueron captados por Gerónimo en video. Parte de las utilidades quizá se podrían destinar para solventar el próximo raid de Saint Martin, que en una embarcación totalmente construida con sus propias manos intentará pronto unir Buenos Aires con Nueva York, navegando a vela y en solitario sin tocar puertos intermedios, logro que no pudo alcanzar el legendario Vito Dumas. En suma, hay tanto para valorar, tanto para resaltar, tanto para hacer… solo es cuestión de empezar. 

Javier Moleres es integrante de SOS Hábitat, Vecinos Preocupados por el Ambiente y forma parte de la Asamblea Ambiental de Mercedes

 

 

 

   

 



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