Como uno de los últimos actos de la celebración de jubileo de los 75 años de la creación de la Diócesis de Mercedes, que luego pasó a ser, por disposición del papa Juan Pablo II, Arquidiócesis de Mercedes Luján, el arzobispo, monseñor Agustín Radrizzani, los sacerdotes y aquellos fieles que concurrieron de las distintas ciudades del territorio diocesano, peregrinaron y celebraron, a los pies de la patrona de la Patria en Luján el pasado lunes 11 de octubre.
Durante la santa misa, el pastor diocesano pronunció para los presentes y para todos los fieles a lo largo y ancho de la diócesis, una homilía en la que marcó: “Queremos asumir el desafío que nos señalan los obispos en Aparecida, Brasil, donde tuvo lugar la V Conferencia General del episcopado latinoamericano y del Caribe. Allí se nos señalaba fundamentalmente que habiendo recibido a Jesucristo, que nos da la verdadera Vida, necesariamente, si lo seguimos hemos de ser discípulos misioneros”.
“Esta vez ser misioneros tiene una connotación nueva: en primer lugar nos involucra a todos los bautizados”, indicó Radrizzani, y expresó que la “especialización” en la misión “la da el bautismo, donde nos encontramos con Jesucristo por primera vez y desde allí vive en nosotros: somos portadores de Cristo. Se trata de una verdadera renovación, impulsada por el soplo del Espíritu. ¿Qué hay que renovar? El estilo evangelizador: mirando a Jesucristo y con sinceridad también a nosotros mismos: ¿podemos decir que somos seguidores suyos, imitadores suyos? ¿No estamos tal vez demasiado instalados, cómodos, pasivos frente a un mundo que se aparta cada vez más del camino de la verdad y de la vida?”
“En la misión tradicional se programa un lugar y un tiempo para que los misioneros recorran y realicen la tarea. Aquí es distinto, más audaz, va más allá de una misión programática, aunque no la excluye. La misión que propone Aparecida no se limita a un tiempo y a un espacio determinado. Se trata de una misión permanente. Lo misionero ha de ser el corazón de cada cristiano, que no puede permanecer quieto teniendo a Cristo dentro. Es un ardor, un fuego que necesita extenderse a todos. Así, desde el interior de cada uno, con la inquietud de comunicar a Cristo, fuente de verdadera felicidad, nos lanzamos a llevarlo a todos, siempre: hoy somos misioneros, dentro de un año somos misioneros, dentro de 10 años somos misioneros, solo termina en el encuentro cara a cara con Jesús en el cielo, donde él será todo en todos”, afirmó.
Luego, se refirió al por qué de ser discípulos: “Significa encontrarse con Jesús, estar con el Maestro a sus pies, hacer nuestra la respuesta del apóstol Pedro a Jesús: “Tu eres el mesías, el Hijo de Dios vivo”. Los discípulos de Jesús reconocemos que El es el primero y el más grande evangelizador enviado por Dios y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios. Sabemos que sus palabras son Espíritu y vida. El querido Papa Benedicto XVI insiste en que se comienza a ser cristiano por el encuentro con una persona. No se trata de una idea o una decisión ética. Ahora ¿Dónde lo encuentro a Jesús? Y la respuesta es muy simple: ¡en su casa! Por la acción del Espíritu Santo Jesucristo vive y actúa en la Iglesia. En la Liturgia, es decir en la celebración del mismo acontecimiento salvador como cumbre y fuente de toda la vida de la Iglesia. El concilio Vaticano II nos enseña donde encontramos a Cristo en la liturgia: en el sacrificio de la misa; en la persona del ministro ordenado; en el pan y el vino consagrados, Cuerpo y Sangre de Cristo; en cada uno de los sacramentos. Está presente en la Palabra: tenemos que conocer más profunda y vivencialmente la Biblia. Tenemos que orar con ella. También la oración con los salmos en la liturgia de las Horas es un modo privilegiado de encuentro con El”, dijo Radrizzani.
“Jesús está particularmente presente en medio de la comunidad que vive la fe y que ama al prójimo. Es en los necesitados: los pobres, los afligidos, los enfermos donde se juega una dimensión constitutiva de la verdadera Iglesia de Cristo. Es necesaria una conversión pastoral, habrá que dejar comodidades, corregir errores, erradicar infidelidades, ser más coherentes con el Evangelio. Se trata de tener la firme intención, contando con su gracia, de asumir el estilo de Jesucristo en lo que somos y hacemos”, amplió.
“Hemos de mirar en el espejo de Cristo y la iglesia apostólica”, siguió, “cada una de nuestras parroquias, capillas, instituciones, movimientos, grupos apostólicos. La catequesis, las obras de caridad organizadas, la celebración de los sacramentos. Todo ha de ser valientemente confrontado con el estilo evangelizador de Jesús y hemos de reconocer las estructuras caducas que tienen necesidad de cambiarse o renovarse. El camino a seguir es el mismo que hemos trabajado como arquidiócesis para llegar al encuentro jubilar del 4 de septiembre pasado: las parroquias, las zonas pastorales y la arquidiócesis toda. Desde el sentirnos parte, el ser constructores de familia, el recibir cordialmente al que se acerca, mostrarle a Jesucristo desde el amor comprometido. En las zonas pastorales también hemos de dejar entrar el soplo del Espíritu que nos lleva a un discipulado misionero: las reuniones de clero, los trabajos conjuntos, la búsqueda creciente de la fraternidad presbiteral, la unidad en la diversidad de los carismas: el laicado, los consagrados, las religiosas, los religiosos, los sacerdotes ¿se acercan nuestros encuentros a las vivencias de Jesús con los apóstoles? ¿A los relatos del libro de los Hechos sobre las primeras comunidades? Como arquidiócesis la unidad se realiza en torno al Obispo, sucesor de los Apóstoles, tendrán que encontrar en mí al impulsor de una pastoral orgánica, decididamente misionera, aunque quisiera aclarar que no entiendo misionera como una actitud apologética o proselitista. No se trata de una lucha contra, ni de llenar los templos, sino de un testimonio respetuoso, propositivo que entusiasma, enciende y arrastra por la propia certeza del misionero de haber encontrado al Amor y no poder callar lo que ha visto y oído. Hemos de sostenernos mutuamente con la oración, la disposición servicial y la caridad fraterna”, dijo Agustín Radrizzani. “Los organismos diocesanos, las instituciones diocesanas, las delegaciones pastorales: todo, todo en clave misionera. Hemos de ser constructores de un mundo nuevo, de la civilización del amor”, agregó.
“Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestra programación pastoral se inspirará en el mandamiento nuevo que él nos dio: ‘Que como yo los he amado, así se amen también ustedes unos a otros’”, completó y finalmente subrayó que la pastoral orgánica o plan de pastoral, será “una vana ilusión si no ponemos la prioridad en el amor mutuo, que hará de las diferencias riquezas, de los errores, aprendizajes y, muy importante: de los logros, alegrías compartidas”.
“El gozo de estar en comunión con Cristo, la alegría manifiesta por su presencia será el signo más elocuente de la presencia del Espíritu de Dios que realiza la verdadera comunión. La Madre de Luján nos enseñe a llenarnos del Espíritu, a alegrarnos por su presencia, a ser portadores de Cristo, Buena Noticia de Salvación para el mundo, en una continua actitud de servicio a todos”, expresó en el final de su homilía este lunes Agustín Radrizzani, quien es arzobispo de Mercedes Luján.