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17/11/11
Eduardo De Laudano: al maestro con cariño
Es un maestro y formador de varias generaciones de artistas locales destacados. Está dando clínicas de actuaciones, y este fin de semana habrá dos nuevos encuentros. Un repaso por su trayectoria en el resumen de una larga charla.


Eduardo de Laudano junto a Susana Spano


 

Por Susana Spano

Toda vez que se evoca la época de oro del teatro mercedino, un nombre surge, de manera obligada: Eduardo De Laudano. Maestro y formador de varias generaciones de artistas locales destacados.

Recientemente el Grupo de Amigos del Teatro de Mercedes organizó una clínica de actuación dirigida por él. Su magia, intacta, hizo necesarios dos nuevos encuentros que, el 19 y 20 de noviembre, cerrarán este importante ciclo.

A fines de agosto, tuve el privilegio de mantener con él una larga charla en la que pasamos revista a diversas etapas de su vida. Esta nota, tiene por objeto compartir esos momentos y rendir un justo homenaje a quien tanto ha hecho por el arte y la cultura.
 
Historia de una vocación
Eduardo de Laudano nació en Buenos Aires y a los tres años llegó a Mercedes con su familia. Su padre era cónsul italiano y frecuentemente debía asistir a reuniones sociales. El encargado de cuidar al pequeño Eduardo era su abuelo quien, en lugar de leerle los cuentos tradicionales, le contaba y cantaba óperas famosas pues era un entusiasta del género. De esta manera tan singular el niño se fue abriendo al mundo del teatro.

Un día fui a ver una obra de Julio “Yiyo” Celeri, el director del grupo La Barca, y quedé deslumbrado. Hizo “Feliz Viaje”, “El otro Judas” (Abelardo Castillo) y otras. Desde ese momento comienzo a trabajar con él.

¿Cuándo comienza a estudiar teatro?

En el 61, estaba en quinto año y en Mercedes había una biblioteca circulante, que la manejaba Berto Taberne; a mí me encantaba leer. Un día me dice “che, Eduardo, a vos que te gusta el teatro, ¿no querés ir una noche a las clases de la señora de Milessi?” Y así conocí a Ida Zóccola de Milessi, con quien hice personajes muy interesantes: el ganapán del “Juez de los Divorcios” (el Entremés de Cervantes) el protagonista de “El Reñidero” de Sergio De Cecco y muchos títulos más.
Un día fui a ver una obra de Julio “Yiyo” Celeri, el director del grupo La Barca, y quedé deslumbrado. Hizo “Feliz Viaje”, “El otro Judas” (Abelardo Castillo) y otras. Desde ese momento comienzo a trabajar con él. Mi primer trabajo en su compañía fue “Los de la mesa Diez” de Osvaldo Dragún, y posteriormente “El Zoo de Cristal”, de Tennessee Williams, obra tremenda, enorme, que le agradezco hasta el día de hoy que me haya permitido hacer.

¿Qué papel componía en la obra?

El de Tom… “Apaga de un soplo tus velas, Laura, porque el mundo está iluminado por un relámpago” (rememora). Un texto enorme, soberbio.

¿Y cuándo comienza a dirigir?

Se realiza un certamen, no recuerdo muy bien en qué ciudad; “Yiyo” decide poner “El Reñidero” y me ofrece hacer el papel que ya había hecho acá. La señora de Milessi compuso el papel de la madre y María Elsa Lagomarsino la hermana (estaba muy bien en el papel). Después de esa representación Yiyo sufre algo así como una especie de vacío interior y tomo la dirección. La primera obra que hago es “Doña Rosita, la Soltera” de García Lorca; después siguieron “Soledad para Cuatro” de Ricardo Halac; “Comedia Negra de Peter Shaffer; “El Organito” de Armando Discépolo. En ese tiempo dirigía y actuaba en algunas obras. En una función de la obra de Discépolo, estaba en un escorzo; mientras estaban actuando dos compañeros me encontré, en personaje, repitiendo la letra de ellos. Entonces me dije “Eduardo, tenés que bajarte del escenario”. Y me bajé definitivamente.

¿Lo sintió?

Es como cuando me preguntan: ¿Sentiste dejar de fumar? ¡No! Ya no. Es tan rico el poder dirigir, tiene tantos matices. Estás un poco en cada uno de los personajes, los vas guiando.
A mí me cuesta mucho dejar una pieza; en el momento que la dejo es de los actores y del público y les digo “desde ahora en adelante se abre el telón y ustedes son los oficiantes de esta ceremonia”.
Cuando se abre el telón los actores se largan al vacío. Siempre digo que el actor es un acróbata que se tira a hacer la pirueta y debe aferrarse a algo para no caer. El actor tiene que estar en un eterno presente, porque nosotros vivimos en un eterno presente.

"El actor es un acróbata que se tira a hacer la pirueta y debe aferrarse a algo para no caer. El actor tiene que estar en un eterno presente, porque nosotros vivimos en un eterno presente"

¿Se siente sobre el escenario si el público no está haciendo la “catarsis” esperada?  

A veces sí y a veces no. A veces creés que te está siguiendo y resulta que está aburrido y es educado y no hace nada y encima te aplaude Ahora hacé una obra para chicos y si se aburren te dan vuelta la sala.
También cuenta el grado de compromiso del actor con su papel. La concentración mutua, por ejemplo, ayuda a que cuando uno se desconcentra su compañero lo ayude a concentrarse. Y siempre recuerdo una frase que me dijo un día Augusto Fernández: “El actor no tiene que llorar, el que tiene que llorar es el público”.

¿Cuántos actores pasaron por sus clases?

Muchos… muchos, de los cuales he aprendido enormemente. Con los chicos de la Escuela Nacional y la Escuela Normal he trabajado muchísimo. La obra que más suceso tuvo en Mercedes fue con la escuela Normal: “Variaciones Sobre Romeo y Julieta”. Me quedaba mirándolos y veía cómo me solucionaban escenas especiales ¡Ellos solos! Eso me enseñó tanto… pude darme cuenta de esa cosa natural que tiene el adolescente, que cree que se va a comer el mundo y que podían hacer una escena solos ¡Y la hacían! Porque tenían confianza en ellos mismos. En cambio cuando vos trabajás con los actores te das cuenta de que no tienen esa confianza, están pendientes de vos, de que les digas “andá para acá”, “movete hacia allá”, porque tienen miedo al fracaso y lo primero que el actor tiene que separar de su cabeza es el temor al ridículo.
Si es capaz de superar este sentimiento, puede llegar a hacer maravillas sobre el escenario.

Después de haber frecuentado tantos autores teatrales, a través de lecturas e interpretaciones, si le pidieran que se quede con uno ¿Cuál elegiría?

En teatro te diría de los contemporáneos Harold Pinter. Si nos vamos hacia atrás: los Griegos y Shakespeare porque ellos lo hicieron ¡Todo! ¡Todo!

Cuando habla se le enciende la mirada y parece que delante desfilan, inalterables, los recuerdos.

Sin advertirlo pasaron más de dos horas en las que nuestra conversación entretejió historias de vida con literatura, música y arte en general. Cada vivencia, intensa y colorida, se hace imagen a través de las palabras de este maestro del teatro.

Cuando nos despedimos, con la promesa de volver a vernos pronto, pienso que tuve el raro privilegio de compartir el mundo de un creador apasionado.

Sencillo, cordial, poseedor de un enorme sentido del humor. Eduardo De Laudano no ha perdido la firmeza de sus convicciones. Conserva, inalterable, el fuego sagrado que sólo unos pocos elegidos tienen y hace de cada clase que brinda un momento único.

El 19 y 20 de noviembre quienes asistan a su última clínica tendrán el raro privilegio de estar frente a un maestro que todo lo da porque hoy, como ayer, cada vez que se levanta el telón la magia comienza.

Si desea escuchar la nota completa entre al sitio web www.radiofenixmercedes.com.ar y baje el programa “Mañanísima” del lunes 29/08/11.

 

 

 

 

   

 



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 Noticiasmercedinas.com - Actualizado 17.11.11 4:02 PM




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