Este domingo 27 de mayo la Iglesia celebró la fiesta de Pentecostés en la que se recuerda la venida del Espíritu Santo en forma de “lenguas como de fuego” que descendieron por separado sobre los apóstoles que estaban reunidos para celebrar la fiesta judía del mismo nombre. En las distintas parroquias de la ciudad hubo celebraciones alusivas.
Según el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. En dicha oportunidad, Pedro tomó la palabra y pronunció su primer discurso, en el que al final dijo: “Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”; al oír estas cosas, “todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’ Pedro les respondió: ‘Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo’”.
La Iglesia nació de esta experiencia que los apóstoles tuvieron del Espíritu Santo; el mensaje de la muerte y resurrección de Cristo debía ser proclamado al mundo y los discípulos necesitaban de la presencia del Espíritu para que les diera valentía, fuerza y sabiduría.
En este sentido, el arzobispo de Mercedes Luján, Agustín Radrizzani, trazó algunas reflexiones:
Hermanos muy queridos:
Mientras todavía gozamos las alegrías pascuales por la noticia revolucionaria de que Cristo vive, estamos en un clima especial de profundidad en nuestra vida de fe. Tanto nos amó el Padre que nos mandó al Espíritu de su Hijo para que con El hagamos nuevas todas las cosas. Cuando la Escritura habla de “cosas” quiere referirse a toda la realidad.
El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo hace nuevas las personas, las comunidades y el corazón de cada uno de nosotros. Lo importante es creer que El está y actúa. Dice el Cardenal Martini: “ El Espíritu de Dios está presente, tanto hoy como en tiempos de Jesús y los Apóstoles… existe y actúa, llega antes que nosotros, trabaja más y mejor que nosotros. A nosotros no nos toca ni sembrarlo, ni despertarlo, sino ante todo reconocerlo, recibirlo, secundarlo, abrirle camino, seguirle. Él está y está sin desalentarse lo más mínimo ante la realidad actual, al contrario: sonríe, danza, penetra, invade, envuelve, llega hasta donde jamás imaginamos. Frente a la aguda crisis actual, que es la pérdida del sentido de lo invisible y la trascendencia, la crisis del sentido de Dios, el Espíritu está jugando en lo pequeño e invisible su partido victorioso”.
¿En qué consiste esta acción? Es darle fuerza a la comunidad de creyentes para transmitir a todos, más con la propia vida que en las palabras, el fuego que Jesús, por la fe, encendió en nuestro corazón. Es lo que Juan Pablo II definió al hablar de la nueva evangelización.
Que hermoso el texto de Aparecida que dice: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona, haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Aparecida 29).
Pentecostés es el tiempo de la Iglesia, es la vida de Dios que vibra en nuestro corazón, es ese deseo incontenible que El nos ha da hoy por el cual deseamos ardientemente que otros también sean felices. Sufrimos por nuestras debilidades y sufrimos por la tristeza de los demás pues “la mayor pobreza es no reconocer la presencia de Dios” (Aparecida 405).
Pero sabemos que Jesús venció al pecado y nos anima su resurrección. De esta experiencia nace nuestro impulso misionero que no se ciñe a quince días o un año sino que es un espíritu que nace en Pentecostés y abarca toda nuestra vida. Nos sabemos misioneros en la oración, en el trabajo, caminando por la calle, haciendo las compras, manejando el auto o viajando o estudiando o comiendo porque todo lo hacemos en El y con El. En resumen, como dice san Pablo, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios (1Co 10,31) y ello porque “el discípulo es alguien apasionado por Cristo” (Aparecida 227)
Con el impulso del mismo Espíritu y recogiendo el trabajo de muchos hermanos nuestros que forman parte de cada una de las parroquias y trabajan ardorosamente por la extensión del Reino, junto a los sacerdotes que acompañan a las comunidades hemos elaborado un Ideario Pastoral, que nos ayudará a vivir el mayor fruto de Pentecostés: la unidad en el amor. Quisiera y ruego al Señor por esto, que sea motivador para renovar nuestras comunidades caminando juntos.
Pido al Señor esta gracia para ustedes, para vos. Tú, pídela para mí. Todos apasionados por Jesús: Este será, entonces, un nuevo Pentecostés para nosotros y para toda la Iglesia.
Hasta la próxima.
Con afecto en Él.
+ Agustín