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23/06/12
Toda sociedad se pregunta sobre sus orígenes; una Nación, una ciudad o un pequeño pueblo, a lo largo de su historia, se va haciendo preguntas sobre su pasado y, en distintos momentos históricos, va encontrando y ensayando diferentes respuestas. Se elabora así un “mito de origen”, inherente a todas las sociedades del mundo a lo largo de la historia de la humanidad en cualquier parte del planeta. A través de esas respuestas, que van constituyendo ese mito de origen y que pueden hallarse en archivos como diarios de época, libros, recopilaciones, donde plasmaron sus investigaciones personas del ámbito intelectual, no sólo podemos conocer ese pasado, sino que también nos permite entender cómo funciona la idiosincrasia de un pueblo y explicar el comportamiento de sus actores sociales, sus reacciones ante lo novedoso o su predisposición - o no - para aceptar los cambios que propone el proceso histórico. Resulta necesario entonces indagar en los orígenes, retroceder hasta el mismo momento fundacional para entender cómo se fue forjando la identidad política y sociocultural que permanece en el pueblo a pesar de los cambios que supone el progreso. En Mercedes, provincia de Buenos Aires, muchos son los historiadores, profesionales o aficionados, que se han preocupado por mantener vivo en la memoria colectiva de nuestro pueblo ese mito de origen. Lo hicieron con éxito, ya que sus respuestas y explicaciones son hoy ampliamente aceptadas por la sociedad. El presente trabajo no tiene por objeto cuestionar la ya forjada identidad de nuestro pueblo ni renegar de nuestros orígenes, que por cierto están profusamente documentados. Su objetivo, en cambio, es mostrar una mirada diferente y, si se quiere, abrir el debate sobre ciertos aspectos que no se han considerado en la reconstrucción de nuestro pasado más remoto.
Las causas de la fundación de Mercedes están vinculadas, según lo afirman sus historiadores más reconocidos, a los orígenes del ejército argentino; y esos orígenes están estrechamente relacionados con los fundamentos doctrinarios en los que se basó la conquista y colonización de América por parte de los españoles. Dos conceptos resultan fundamentales para establecer una línea de pensamiento inicial al respecto, ellos son: la guerra justa y la frontera interior. Sucede que, al llegar a América los españoles – lo que para ellos significó todo un “descubrimiento” – se encontraron con un continente poblado por sociedades con distinto grado de evolución cultural. Algunas de ellas eran simples sociedades de cazadores y recolectores nómades, como las que recorrían estas pampas, pero otras habían alcanzado la civilización y dominaban vastos territorios a partir de complejas organizaciones políticas, económicas, sociales y religiosas altamente desarrolladas. A los españoles les preocupó entonces justificar su derecho a la conquista de estos territorios y, teniendo en cuenta sus objetivos políticos, económicos y religiosos; es decir: expansión territorial, búsqueda de riquezas y difusión de la fe católica, el problema que se presentaba entonces era qué hacer con estas sociedades nativas, a las que unificaron con el nombre de indios. En un primer momento, los españoles se cuestionaron si los indios eran o no humanos; por ello, hasta que lo “averiguaron”, los convirtieron en esclavos. Pero cuando “decidieron” que sí eran humanos, pero bárbaros y no civilizados como los europeos, establecieron una frontera cultural. Los consideraron como niños que debían ser elevados en su nivel de vida a través de la evangelización. Ésta, era un deber de la Iglesia, pero el Estado español tenía el derecho de conquista. Para unificar ambos objetivos, los españoles basaron sus derechos en los Justos Títulos. Según el historiador argentino Jorge María Ramallo, el derecho de conquista de los españoles se basaba en la donación pontificia realizada por el Papa Alejandro VI a los Reyes Católicos a través de la bula Intercaetera y las complementarias: Eximiae Devotionis y Dudum Siquidem, de 1493, apenas efectuada la llegada de Colón a América. La donación papal habilitaba a los RRCC para recorrer, descubrir, conquistar y dominar tierras pobladas por infieles, siempre que no estuviesen ya bajo el dominio de otro príncipe cristiano. Este derecho se extendía a sus sucesores y, además, se otorgó a España el Regio Patronato, por el cual la Iglesia española sería la encargada de la obligación de evangelizar a los indios, bajo la organización y autoridad del Estado español. Para el cardenal arzobispo de Ostia, canonista del siglo XIII, “… El Papa recibió por delegación de […] Cristo la autoridad para otorgar tierras pobladas por infieles, para la propagación de la fe católica. Por lo tanto, estaba en condiciones de concederlas a los príncipes cristianos para descubrirlas y conquistarlas […]. Este fue un acto atributivo de soberanía que por entonces era reconocido y aceptado […] considerado de perfecta validez…” (1). Los propios RRCC agregaron a la donación pontificia tres títulos más: “[…] 1 – La manifiesta voluntad divina puesta en evidencia en la facilidad con que se llevó a cabo [la conquista]. 2 – El derecho natural, de guerra y de gentes [vigente en la época]. 3 – La barbarie e incultura de los indios y sus vicios abominables…” (2). Por su parte, el teólogo jesuita Francisco de Vitoria sostenía que: “[…] Los Justos Títulos de los Reyes Católicos eran dos: 1 – La sociedad y comunicación natural [y] la libertad de puertos y mares, por lo cual los españoles tenían derecho de recorrer el Nuevo Mundo y de permanecer en él [aunque aclara] sin hacer daño alguno a los naturales. 2 – La propagación […] de la fe católica, por la cual los cristianos tienen derecho de predicar […] el evangelio entre los bárbaros…” (3). En tanto, otro historiador argentino: Ricardo Zorraquín Becú, reconoce la donación pontificia como “justos y legítimos títulos”, pero afirma también que, dispersos en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680, y sin ser mencionados, se agregan otros tres: “[…] 1 – El descubrimiento [que da derecho a la conquista]. 2 – El favor y la protección de Dios [con la cual contaban – por supuesto – los cristianos y no los indios paganos]. 3 – La obligación de convertir a los indígenas [al cristianismo]” (4). Esto demuestra que la conquista de América y de sus poblaciones tuvo un carácter misional y, ya con los justos títulos en sus manos y sin ninguna duda sobre sus derechos de ocupación de estos territorios, los españoles estuvieron en condiciones legales de comenzar su guerra justa. Preocupados ahora por establecer las causas justas para hacer la guerra a los bárbaros, incultos e inferiores indígenas, teólogos y juristas de la época se expresaron sobre el tema. Según Ramallo, Francisco de Vitoria sostuvo que si los indios se convertían en un obstáculo para que los españoles pudieran ejercer su “derecho de gentes”, estos debían, primero, tratar de demostrarles que “no era su intención hacerles daño” y, si aún así se resistían, podrían hacerles la guerra y someterlos sin que les pesase su conciencia. También se consideraban causas para la guerra justa el hecho de que los indios “profanasen la fe de Cristo, blasfemasen contra la Iglesia, impidieran la predicación u ocuparan las tierras de los españoles”. Éstos también podrían hacer la guerra justa para “liberar a los blancos cautivos de los indios, ya que así lo disponía la ley divina”. El jurista Juan López de Palacios Rubios admitió incluso “la esclavitud de los indios vencidos en guerra justa” ya que, según él, “sólo podían ser libres los que aceptaran la fe católica y reconociesen la autoridad española”. Otro jurisconsulto, Juan Ginés de Sepúlveda, sostuvo que “como los indios eran por naturaleza siervos, bárbaros, incultos e inhumanos, si se negaban a obedecer a los españoles, hombres más perfectos, era justo hacerles la guerra” (5).
Como puede comprobarse, la guerra justa es el fundamento doctrinario que justificó la conquista de los territorios y las poblaciones americanas por parte de los españoles y les permitió a los conquistadores y colonizadores comenzar a explotar sus riquezas a partir de la mano de obra esclava de los indios - aunque las leyes del Estado español lo prohibiesen -, a la que se agregó la de origen africano. Considerar que la cultura y la civilización llegaron a América de la mano de los invasores europeos; es exaltar los valores de la civilización occidental y cristiana, pues esta visión sostiene que Occidente nace con el Cristianismo y los Estados modernos europeos se forman a partir del poder de los ejércitos nacionales creados por los monarcas. Con ello se minimiza el genocidio indígena citando autores como Rosemblat, quien se preocupa por disminuir las cifras de indios muertos durante la conquista para explicar la caída de la población natural del continente, y así sostener la validez legal de los Justos Títulos que habilitaron para hacer la Guerra Justa a los indios. Las denuncias de curas como Montesinos o Bartolomé de las Casas, son descalificadas incorporándolas a la leyenda negra que, según quienes sostienen los Justos Títulos y la Guerra Justa, fue utilizada por otros imperios enemigos de España para desprestigiarla. Las Casas hablaba así del “requerimiento”, documento que instaba a los indios a “[…] que se vengan a la fe [católica], a dar obediencia a los reyes de Castilla, si no, que les harán la guerra a fuego y a sangre, y los matarán y los cautivarán, etc. Como si el hijo de Dios […] hubiera en su ley mandado […] que se hicieran requerimientos a los infieles pacíficos […] que tienen sus tierras propias, y si no la recibiesen […] sin otra predicación y doctrina, y si no se diesen […] al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron, especialmente cuya gente y mensajeros son tan crueles, tan despiadados y tan horribles tiranos, perdiesen por el mismo caso la hacienda y las tierras, la libertad, las mujeres e hijos [y] su vida, cosa que es absurda y […] digna de todo […] infierno […]” (6). No obstante, hubo regiones en donde las sociedades indígenas resistieron al punto de no ser conquistadas por los españoles. Allí, como resultado de la competencia entre el indio y el blanco, surgieron conflictos. En este punto se hace necesario comenzar el análisis de nuestro segundo concepto propuesto: la frontera interior. Los españoles eran guerreros que llegaron a América para imponer su dominio. Sus descendientes: los colonizadores de estas tierras, continuaron esa tradición militar. Al poblar los distintos territorios del Imperio Español en América, una de sus obligaciones era mantenerlos protegidos para la corona española, y era necesario hacerlo en dos frentes: uno externo, constituido por otras potencias europeas enemigas de España (e imperialistas como ella). El otro frente lo constituía un enemigo interno: el indio. Aquellas sociedades aún no sometidas no estaban dispuestas a aceptar dócilmente la autoridad española y la fe católica. Sociedades como las de cazadores y recolectores nómades de la Pampa, Patagonia o el Chaco, generaron una división que se conoce con el nombre de frontera interior. No se trata simplemente de una línea divisoria territorial que separaba a las zonas dominadas por indios y blancos, sino que constituye una frontera cultural entre dos cosmovisiones diferentes, opuestas e irreconciliables. Se ha sostenido que el conflicto entre el indio y el blanco comienza con la competencia por el dominio de la tierra y sus recursos, que en este caso es el ganado, traído al continente por los europeos. Pero hay que decir que la cosmovisión del indio no le permitía aceptar que la tierra y los animales que la habitaban tuviesen dueño y, lo que es peor, que ese dueño quisiera echarlos del lugar que habitaban desde las épocas de sus ancestros. Por tal motivo, en ciertas ocasiones realizaban malones sobre poblados y haciendas de las zonas rurales. Esto provocó que las autoridades coloniales rioplatenses se preocupasen por asegurar la frontera interior a través de su fortificación y militarización y con la realización de expediciones armadas al territorio que ellos denominaban desierto. De este modo, muchas de las actuales ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires, así como de otras provincias argentinas, tuvieron su origen en fortines de la época colonial que protegían a la población civilizada de la barbarie indígena expresada en los malones. Tal es el caso de la ciudad de Mercedes. Hombres del ámbito cultural local han resaltado este origen. El historiador mercedino, Ricardo Tabossi, afirma que, tras los malones realizados por los indios sobre los pagos de Luján, comenzaron a sucederse solicitudes formales al Cabildo de Buenos Aires para la construcción de guardias fronterizas. La primera de esas solicitudes la realizó el procurador general Gaspar de Bustamante en 1741. La segunda data de 1744, y fue hecha por el regidor Juan de Eguía. Esto decidió al gobernador Ortiz de Rosas a convocar una junta de guerra, que tuvo lugar en el fuerte de Buenos Aires a principios de 1745. Allí “[…] el Cabildo en pleno, los prácticos de la campaña y los jefes militares [trataron] el tema de las guardias fronterizas como el mejor medio para contener los insultos de los indios, resolviéndose […] la construcción de cuatro fuertes de palo a pique con guarnición de treinta hombres, uno de ellos en la frontera de Luján, por ser la más combatida de los enemigos […]” (7). Así fue que, a principios de 1745 el maestro de campo Juan de San Martín levantó a seis leguas al oeste de la villa de Luján, el primero de los cuatro fuertes, con el objeto de proteger a la población y al santuario de los malones de los indios. Según esta mirada, este hecho constituye “[…] el origen de la Guardia de Luján, la partida de nacimiento de Mercedes […], la fundación sin palo de justicia ni repartición de solares. El acto inaugural consistió en desensillar y levantar las estacadas y viviendas donde se mantuviesen de guardia los milicianos […]” (8). Pasado algún tiempo, la frontera con el indio volvería a tornarse peligrosa cuando, hacia 1750, comenzó la deserción de los milicianos que abandonaban el servicio. Fue entonces que se decidió reemplazarlos por una fuerza profesional y, de esa forma, se creó el Cuerpo de Caballería Blandengues de la Frontera. Una de sus compañías: la Valerosa, al mando del capitán José de Zárate, fue la primera en salir a campaña y establecerse en la Guardia de Luján, el 25 de junio de 1752. Se resalta aquí la importancia de reconocer a la Compañía de Blandengues la Valerosa como la primera fuerza militar criolla que dio origen al Ejército Argentino, al afirmar que “[…] En prueba de reconocimiento por la […] defensa de la frontera interna del indio […] los Blandengues fueron elevados por Real Orden […] de 1784 a la categoría de veteranos […] y pasaron a ser ejércitos peninsulares [lo que significó su inclusión en el] fuero castrense […]. Dicho documento destaca al Cuerpo de Caballería Blandengues de la Frontera de Buenos Aires como la primera fuerza veterana autóctona de la Argentina reconocida por el rey de España […] la más antigua de todas las fuerzas rioplatenses y la única con personal americano […] creada con un sentido de seguridad territorial, con sentido de salvaguardia de los más altos intereses de la Nación, que en la actualidad define el carácter nacional y misión de las Fuerzas Armadas Argentinas. [Entonces] los Blandengues de Buenos Aires se constituyen en la primer unidad militar nacional, [es decir] el primer Ejército Argentino […]” (9). El primer destino de los Blandengues fue entonces la Guardia de Luján, es decir Mercedes. Este reconocimiento de los Blandengues como el origen del Ejército Argentino, implica también reconocer el carácter misional de las FFAA: “salvaguardia de los más altos intereses de la Nación”, “protección de la población blanca y su santuario de Luján”. En conclusión, Mercedes surge como resultado de la guerra justa en la frontera interior; misión de la civilización contra la barbarie. Su fundación inserta a Mercedes en la historia del país, otorgándole un lugar de particular importancia desde sus orígenes mismos. Desde 1745 hubo siempre presencia militar en la ciudad. Fundada en la frontera con el indio se dedicó, no sólo a contenerlos, sino también a proteger el camino de las salinas grandes y la Villa de Luján, a su virgen y santuario, a sus pobladores, sus tierras y su hacienda; conteniendo la disparada del ganado en época seca y cuidando su invernada. Tales eran “los más altos intereses de la Nación”. La tierra, el ganado y su cuero, junto con la sal, eran recursos estratégicos en aquellas épocas, ya que la salazón del cuero, el pescado y el tasajo llegarían a constituir negocios de exportación en el río de la Plata. Por ello, los intereses de particulares (comerciantes y hacendados bonaerenses) se combinaban con los intereses del Estado Español, y en ocasiones los primeros superaban a los segundos. Dado que su localización geográfica era estratégica, Mercedes se convertiría en cabecera de la Comandancia de Frontera de la Gobernación Militar de Buenos Aires, lo que daría inicio al proceso de poblamiento de la región desde el mismo momento del “cambio de Guardia” de 1752. La Ordenanza para la creación de fuertes de frontera incluía la orden para que se construyese además una vivienda contigua para el religioso o capellán, que en el caso de la Guardia de Luján fue un mercedario, es decir un cura de la Orden de la Merced, de lo cual deriva el nombre de la ciudad y su virgen protectora. Según la legislación vigente en la época, el blandengue debía establecerse con su familia, ya que los preferían casados; por lo que, en épocas de paz se convertía en poblador y agricultor. Luego de la Revolución de Mayo, los Blandengues pasaron a llamarse Cuerpo de Caballería de la Patria. En 1812 fueron disueltos e incorporados al Cuerpo de Dragones de Buenos Aires. En 1816 se restablecen las Compañías de Blandengues de Caballería y vuelven a su misión de origen: proteger la frontera interior; en este período se reclutan "vagos y delincuentes". Vuelven a ser disueltos en 1820, pasando a integrar dos divisiones: los Húsares de Buenos Aires y los Húsares del Orden. En épocas de Rivadavia pasan a llamarse Regimiento 6 de Caballería. Un testimonio ineludible del pasado fronterizo de Mercedes, los constituye sin duda un monumento conmemorativo situado en la intersección del puente 3 de Marzo y la calle 26, junto al río Luján, que recuerda un encuentro entre indios y blancos producido en 1823. Carlos A. Dagnino, afirma que “[…] Según relatos, poseía en las afueras de la ciudad a fines del siglo [XIX] un rancho que utilizaba como casa de descanso el juez Dr. Manuel Langheneim, quien observaba rumbo al oeste una cruz hecha con una vara y un yugo de carreta […]” (10). También señala que un extranjero la menciona: “[…] El cronista Muhall en su libro Hand Book publicado en 1876 relata que a media legua al oeste de la ciudad existe una cruz de palo[…]” (11). El mencionado encuentro se produjo cuando “[…] En la Guardia de Luján se encontraba al mando de los Húsares el comandante Saudibert, [y] el fuerte se encontraba destruido […]. El combate tuvo lugar en la cañada del arroyo Moyano, en la margen izquierda del río Luján, […] intervienen en dicho encuentro el capitán Federico Rauch, el sargento Martín Castañer y el Capitán José Navarro, estos dos últimos mueren en el encuentro junto con 28 húsares y 17 milicianos, hubo varios heridos entre ellos el capitán Rauch. Como saldo se recuperaron algunos ganados robados […]” (12). Raúl Ortelli también registra el hecho en su poema: “La Valerosa”, publicado en 1977 por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Mercedes, en momentos en que la dictadura militar se encontraba en plena misión para preservar "los más altos intereses de la Nación"; es decir en plena Guerra Justa contra la subversión marxista, un nuevo enemigo interno. Era el momento propicio para recuperar el pasado militar, misional y heroico de la guardia fronteriza. Así dice el poema de Ortelli: “[…] Llega el año 1824 (sic). De pronto se percibe que algo ocurre en el desierto, pues cruzan, despavoridos por el villorrio: avestruces, garzas, liebres y otros seres […] ¡Los hombres del mangrullo están alertas! Porque aquel movimiento demuestra que el indio se mueve en el trasfondo… ¡Tantas veces se ha visto esa inquietud! Más ahora no es sólo amenaza. ¡Ahora es de nuevo el malón con toda su fuerza! ¡Es la indiada que hace temblar las tierras y las carnes! Viene desde atrás de la frontera con ansias de sangre y en plenitud de capacidad bélica. Pero aquí está el capitán Carvajal, artillero consumado. Está también el comandante Saudibert, habituado a estos entreveros de lanza, cuchillo y bola. En tanto de Luján viene Rauch al mando de sus Húsares, centauros temibles. Y entre todos empujan el malón hasta la cañada del Moyano, desde donde inicia el regreso hacia el desierto. El malón se ha ido, si. Recién se advierte qué grande ha sido el sacrificio. Treinta y cinco blancos, muertos han encontrado su tumba a orillas del Luján… Allí quedan el alférez Gala, los capitanes Navarro y Castañer, dos cabos, un sargento y varios soldados. El tiempo ha corrido raudo sobre las cosas y los hombres. Donde estaba el primer fuerte se levantó otro. Después vinieron: la Alcaldía de la Hermandad, el Juzgado de Paz y por último la Intendencia Municipal. Donde estuvo la villa hay una ciudad moderna. A los tunales los reemplazó el álamo, el plátano, el tilo y el fresno, a los pantanos callejeros los batió el piso hormigonado. Y en las noches serenas cuando la ciudad duerme sin aquellos sobresaltos, una cruz de palo – monumento y símbolo – destaca sus brazos a la vera del camino, como si dijera al [viajante]: ¡Aquí hubo hace años una avanzada de la civilización que una noche de duelo fue atacada a cuchillo y lanza en un postrer intento de prolongar la barbarie[…]!” (13). Los blandengues participaron de la campaña de Rosas al desierto, que corrió la frontera interior – y por tanto la barbarie - hasta el río Colorado. A partir de ese momento, Mercedes perdió la condición de Comandancia de Frontera, que se trasladó a la plaza de Bragado. Los blandengues serían disueltos luego de la batalla de Caseros. Otro testimonio que, no sólo acredita, sino que justifica y resalta el origen militar de Mercedes destaca que: “[…] La traza del pueblo […] se hizo siguiendo la tradición grecolatina de cuadrícula […] o campamento romano […] siguiendo la forma de tablero de ajedrez. Así como la ciudad española de León surgió del asentamiento militar formado en el campamento de la VII Legión Romana, la ciudad de Mercedes surgió del asentamiento de la 3º Compañía de Blandengues […]. En dicho trazado, la plaza vino a ser el corazón ciudadano, el primer edilicio de la campaña, a cuya vera asomaban los principales edificios: iglesia, comandancia militar, casa de justicia, cabildo […]” (14). Por cierto, los españoles heredaron el sistema de conquista y colonización del Imperio Romano, que basaban el poblamiento de los territorios conquistados en la fundación de ciudades. La “Pax Romana” constituía una modalidad imperial que implicaba el dominio de territorios, no sólo para obtener recursos, mano de obra y tributos, sino que – al igual que en el caso español – el sometimiento y la obediencia de los pueblos bárbaros dominados daba seguridad a las formas de vida de la "civilización". El fuerte de Mercedes se encontraba donde luego se levantaría el Cabildo en 1865 y, en la actualidad, funciona el Palacio Municipal. La primera capellanía funcionó dentro del mismo fuerte, más tarde, en 1783 se construyó fuera del mismo. En 1825 se creó la Parroquia. Luego, Rosas ordenó por decreto la construcción de la vieja parroquia en la esquina de 24 y 27, en diagonal con la Recova, que se realizó entre 1833 y 1835. En 1908 se inaugura el Palacio de Justicia, aunque ya en 1854 se había establecido un Juzgado del Crimen y, en 1875, otro Civil. En 1904, con aportes de la familia Unzué y de la Sra. Dorrego de Unzué, comienza la construcción de la Catedral. Sería inaugurada en 1921, con la consiguiente demolición de la vieja parroquia que, al igual que el Cabildo, remodelado en 1901, constituían recuerdos de la herencia española. Todas estas edificaciones se levantaron alrededor de la plaza principal, hoy llamada San Martín. La tradición militar, por su parte, tendría su continuidad a pesar de los cambios en el devenir histórico de nuestra ciudad. El 6 de Caballería de Línea sería recreado luego de la Organización Nacional y participaría en la Campaña al Desierto de Julio Argentino Roca en 1789, contribuyendo, de esa forma, al genocidio perpetrado contra los indios de la Pampa y la Patagonia, que habían resistido por siglos a la dominación del blanco. Diez años más tarde participan en la Segunda Campaña del Chaco, en la expedición a Formosa, colaborando en la construcción de fuertes, caminos y del ferrocarril de Resistencia. Recién en 1964 recuperan el nombre de Blandengues. En la actualidad, sólo funcionan, en carácter de escuela, con el nombre de Regimiento 6 de Caballería en Concordia, Entre Ríos. En tanto, en Mercedes, funciona hoy en las intersecciones de Acceso Manuel San Martín y Avenida de los Inmigrantes, la Escuela de Gendarmería Cabo Romero. Al frente de sus escuadrones, en cada desfile, marcha un gendarme con uniforme de blandengue, en carácter de homenaje, pues los blandengues son considerados los “primeros gendarmes de la Patria”. Dicha escuela tiene su sede en el predio donde, a partir de 1915, se asentó el Regimiento 6 de Infantería General Viamonte. Allí, desde una casa contigua al regimiento, Mercedes respondía nuevamente al llamado de la historia de nuestro país. Esta vez, la historia reciente se enlaza con las raíces, con los orígenes primigenios. Tal vez porque los hechos históricos no son fortuitos, no ocurren “porque sí”, sino que la historia tiene sus razones, Mercedes se convirtió en la ciudad que vio nacer a Jorge Rafael Videla un 2 de agosto de 1925. Fuentes:
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Noticiasmercedinas.com - Actualizado 23.06.12 3:30 PM |
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Mercedes - Bs As - Argentina |
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