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03/04/14
Como cada año nos reúne en torno a este monumento la conmemoración de la historia ésa que comenzaba a escribirse un día como hoy, hace treinta y dos años, cuando un puñado de hombres recuperaba ese pedazo de suelo nuestro usurpado y, con su lucha y entrega, hacía que en Malvinas volviese a flamear la celeste y blanca. Pero la historia de aquellos jóvenes hombres tuvo otras vivencias paralelas en el continente, un correlato en este caso femenino, porque mientras ellos peleaban a brazo partido defendiendo la Patria, ellas elevaban sus plegarias y pedían al cielo por su regreso a salvo. Quiero recordar hoy especialmente a las mujeres, que durante estos treinta y dos años no tuvieron el reconocimiento que merecían; mujeres que no salieron a las calles, que no inundaron las plazas pidiendo por sus hijos Caídos, o por el calvario que debieron padecer desde el principio hasta el final de la guerra. Estas mujeres casi olvidadas de la historia, son las madres del silencio, las madres de Malvinas. Solo ellas y Dios sabrán, hasta qué punto el corazón puede encogerse por la angustia de no saber, de recibir a través de los medios de comunicación esos lúgubres y mentirosos comunicados de la junta militar, ésos que nos erizaban la piel a todos con solo escuchar la característica música que los precedía. Sólo sus corazones marcados a fuego por esa guerra que pelearon sus hijos, enfrentando a las dos potencias más grandes del mundo, saben cuántas velas encendieron, cuántas lágrimas derramaron, ocultándose en los rincones, simulando el dolor con una sonrisa, porque debían seguir siendo el pilar familiar. Estas mujeres tejieron guantes y bufandas para que sus hijos se abrigaran y palearan el terrible frío malvinense, aun sabiendo que quizás… nunca llegarían a manos de sus hijos. Desglosaron las cuentas de los rosarios, hasta que formaron parte misma de sus manos, agudizaron sus sentidos de tal forma, que sus oídos podían detectar durante el día o la noche la más mínima noticia emitida por radio o televisión, medios que permanecían encendidos durante las veinticuatro horas. En abril de 1982 aquellas madres veían a sus hijos muy jóvenes, aún encaminados hacía una vida normal y de un manotazo el destino los arrancó de su tibio regazo y los puso en medio de una guerra, en el frío seno de Malvinas, a cientos de kilómetros de casa en un lugar desconocido para cumplir con el juramento empeñado: “¡defender nuestra bandera hasta morir!”. Los setenta y cuatro días del conflicto fueron un calvario que jamás podrán olvidar. Momentos de agonía les aguardaban, aún cuando los soldados fueron llevados a Campo de Mayo, para alimentarlos y mejorar su aspecto. Pero durante esos días las madres de Malvinas, no sabían aún si sus hijos habían regresado, o no. En Mercedes, la ciudadanía entera salió a recibirlos como Héroes pero en la mayoría del país nuestros ex combatientes llegaron de noche y escondidos. Es más, a treinta y dos años de la gesta, los argentinos les debemos aún ese recibimiento.
Nuestra ciudad recibió dos contingentes de soldados que volvían de las islas, para algunas de las madres el abrazo ansiado llegó pero cuando llegó el último soldado, hubo madres que aún no podían estrecharlos entre sus brazos. Después de tantos padecimientos, dolor e incertidumbre, estas mujeres no dejaron de luchar. ¡Pedían por sus hijos, sus hijos que fueron a pelear para defender la Patria, para que nuestro pabellón nacional, siguiera sin ser atado al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra!. Allí empezó otra lucha, con las manos vacías y ansiosas de ese abrazo incontenible para su hijo amado, tuvieron que emprender un peregrinar en busca de noticias porque escuchaban de continuo: "Su hijo no figura en las listas de muertos o heridos", "vuelva mañana", "no venga más, nosotros le vamos a avisar", como si el hijo buscado que fue a pelear por su tierra fuese una valija perdida en cualquier aeropuerto. Pasó el tiempo y el día tan temido llegó, les dijeron que su hijo no regresaría, que ahora era un Héroe de la Patria y supieron, entonces, que en lugar de estrecharlo entre sus brazos, podrían abrazar sólo una medalla. Para ellas culminó allí la historia, aunque algunas aún siguen soñando por las noches que un día cualquiera él volverá a casa. Mecanismos de defensa que uno se crea cuando el dolor le retuerce el alma. Aquellas mamás cuyos hijos volvieron, atesoran cada día esa gracia, pues volvieron a parirlos nuevamente cuando pudieron tenerlos en sus brazos. Durante estos años ellas tuvieron otra tarea, la de ser la mamá de un Veterano: fueron su refugio, los contuvieron y acompañaron, compartieron las vivencias que decidieron contarles, o simplemente con un beso en la frente por las noches, les hicieron saber que su silencio será siempre respetado. Ellas los recibieron con su comida favorita, aunque pudiesen comer solo un bocado, con una ducha caliente después de meses viviendo dentro de un pozo mojados y con las sábanas limpias y planchadas que reemplazaron a las piedras, la turba y el barro. Como sus hijos y por sus hijos, ellas siguieron de pie, los rodearon de amor y nunca preguntaron, solo dieron gracias a Dios por tenerlos de vuelta a su lado y rezando una oración por los que quedaron lejos. Transcurrieron los años, treinta y dos han pasado, ellas nunca pidieron nada, no alzaron la voz, teniendo derecho no gritaron, no cortaron jamás una calle, ellas son las madres de Malvinas, las madres del silencio que de pie soportaron la guerra desde adentro y desde afuera, porque aún estando en sus casas, la mitad de su corazón estaba con sus hijos en el frente de batalla. Hoy queremos honrar a estas mujeres, ejemplo de la historia porque de pie resistieron y lo siguen haciendo. ¡Gracias Madres de Malvinas ,que con su silencio honran el nombre de sus hijos, los que cayeron y los que pelearon por la Patria, porque la gloria se acompaña con ejemplos y no declamándola solamente con palabras.
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Mercedes - Bs As - Argentina |
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