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20/05/14
Desde distintos sectores de la sociedad suele perorarse en torno a la necesaria inclusión social de conciudadanos en estado marginal, llámese por pobreza o indigencia. Hace más de doscientos años el entonces Licenciado Manuel Belgrano públicamente admitió la existencia de sectores social y económicamente marginados de toda naturaleza expresados sin rodeos o eufemismos y con toda crudeza y realidad. Al fogoso funcionario le importaba doblemente ir por sus rescates: como personas y para el desarrollo del país. En 1796 al dar lectura de la primera de sus memorias ante el Consulado de Buenos Aires – institución conformada por el establishment porteño a quienes quería conmover – formuló distintas propuestas de remediación. Consistían en dos vías: el favorecimiento de la cultura de trabajo y la educación como instrumento de movilidad social ascendente y descargó una agenda ambiciosa. Ante el selecto auditorio Belgrano reveló haber visto “…con dolor infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez; una infinidad de familias que sólo deben su subsistencia a la feracidad del país…”. En opinión de Belgrano para derrotar la holgazanería, conducta que reprobaba porque desfavorecía a los hombres como personas y de mal ejemplo para la prole, el Estado debía contrarrestarla incentivando emprendimientos laborales. Su prédica consistía en contribuir a hallarles algún tipo de salida.
Con el fin de remediar el desolador panorama instaba –como principalísimo medio– a crear “…escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por instrucción…”. Consideraba que en tales establecimientos “…se les podría dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reine éste, decae el comercio y toma su lugar la miseria…”. Y para hacer “…felices a los hombres es forzoso ponerlos en la precisión del trabajo con el cual se precave la holgazanería y ociosidad que es el origen de la disolución de las costumbres…”. Respecto de la instrucción de los niños una vez que lograran “…aprender los rudimentos de las primeras letras, podían ser admitidos por aquellos maestros menestrales que mejor sobresaliesen en su arte, quienes tendrían la obligación de mandarlos a la escuela de dibujo velando su conducta, consignándoles una cierta cantidad por su cuidado en la enseñanza…”. Con similar propósito debían ponerse escuelas gratuitas para las niñas “…donde se les enseñara la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc…”, porque las jóvenes “…usando de sus habilidades en sus casas o puestas a servicio… ayudarían a sus padres…(y) con el trabajo de sus manos se irían formando peculio para encontrar pretendiente a su consorcio… (y) así criadas de esta forma serían madres de familia útil y aplicadas...”. A Belgrano lo asistía el fuerte anhelo de lograr la más amplia escolarización de los sectores menos pudientes de la sociedad, donde no sólo adquirieran “los rudimentos de las primeras letras” sino también habilidades y aptitudes laborales, para que transformados en personas autónomas no debieran ser presa del asistencialismo. Los ejemplos que aportaba son demasiado elocuentes para un país que todavía estaba en plena gestación, donde podían comenzar a conjugar la producción agraria y la industrialización de aquellas materias primas a las que se les fueran agregando valor, proponiendo claras y definitorias acciones políticas y económicas que beneficiaran a los más relegados, poniendo el acento en la creación de oportunidades de trabajo. Tales propuestas más adelante repitió desde el estrado consular y en notas de actualidad corrientes en el Correo de Comercio. Belgrano no se iba en palabras. Cuando el gobierno le asignó una importante suma dineraria por el triunfo obtenido en la batalla de Tucumán, no aceptó para sí la recompensa, sino que determinó que el importe acordado fuera destinado a la construcción de cuatro escuelas, legado que terminó llevándose a cabo hace poco años. Esta es la figura prototípica del hombre público. Es cierto, también, que la historiografía ha “bombeado” características de su personalidad como la descripta, al haberla limitado a la creación de la escarapela y la enseña patria y sus triunfos en Tucumán y Salta.
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