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07/09/14
Por Susana Spano Es un lugar común, para propios y ajenos, considerar a la literatura infantil como un género menor. Lejos de ello, es uno de los ámbitos de la literatura que atesora numerosos títulos y obras que han encantado y encantan a los niños del mundo. Ejemplos de ellos son: las recopilaciones de cuentos tradicionales de los Hermanos Grimm, Las aventuras de Pinocchio de Coloddi, Alicia en el País De las Maravillas, de Lewis Carrol, por no citar más que algunos ejemplos paradigmáticos. Vale la pena puntualizar que, cuando hacemos mención de estos textos nos referimos a sus versiones originales y no a la infinidad de adaptaciones o a ciertas almibaradas películas, que no hicieron más que desvirtuar el verdadero sentido de éstos. Cuando hablamos de teatro infantil ocurre algo similar. Infinidad de veces hemos visto obras ideadas con un fin más comercial que artístico, donde, una y otra vez, se subestima al pequeño espectador, ofreciendo versiones que distan mucho de tener inteligencia o creatividad. Sin embargo, en la década de los 70, un actor, autor y director teatral, ocupó los escenarios porteños con una propuesta innovadora, dirigida a niños curiosos, inteligentes, imaginativos y con capacidad de juego, constructores de sentido e interlocutores valiosísimos para mirar el mundo. Nos estamos refiriendo a Hugo Midón, uno de los más importantes creadores del teatro infantil argentino. Han pasado más de cuarenta años desde el estreno de “La Vuelta de la Manzana” pero su espíritu, como sucede con los buenos textos, permanece inalterable.; es por ello que el Grupo “Saltimbanquis” decidió subir a escena una adaptación y presentó un excelente espectáculo que hizo las delicias de niños y grandes: “ Nicolás…¿Adónde vas? La trama, sencilla, nos cuenta la historia de un espantapájaros – Nicolás– que, aburrido de vivir siempre en una granja, decide salir a recorrer el mundo en busca de aventuras. En su derrotero llega a una ciudad donde todos marchan apurados y no tienen tiempo para fijarse en él. Tropieza entonces con una joven estudiante (Inés Brindo), quien queda sorprendida por su extraña vestimenta y le informa que en una panadería cercana están buscando un empleado. En la panadería comienza la primera aventura, con un panadero francés, muy sofisticado que le enseñará a hacer panqueques junto a sus dos asistentes, sin éxito. Después de la experiencia fallida Nicolás, intenta ser bicicletero y fracasa nuevamente. Desalentado, se encuentra con un grupo de vecinas, atormentadas por un villano temible: “El Señor Basureti”, que ha hecho de sus vidas un infierno por la suciedad que deja en las casas del barrio. Nicolás decide ayudarlas y comienzan una serie de equívocos desopilantes, de los que participa activamente la platea infantil. El final nos muestra a un Nicolás que encuentra su verdadera vocación, al tiempo que deja un bello mensaje de optimismo y esperanza. Anita Mariela, dio vida al inefable espantapájaros, mostrando su potencial escénico, no solo por la energía que demanda la composición del personaje, sino también en la ductilidad corporal que demostró a la hora de bailar y cantar. Esta prometedora y joven actriz es dueña de un gran talento interpretativo y un notable carisma que le auguran un brillante futuro en la escena. Juan Ignacio Carbone fue un “Basureti” que cumplió con todos los cánones del villano de la obra. Su profunda voz de bajo colaboró para darle más credibilidad al personaje y el histrionismo escénico que desplegó ejerció un atractivo especial en la platea infantil. Pety Quiles, Graciela Madrigal y Graciela Becerro, tuvieron momentos desopilantes que mostraron, una vez más su solvencia interpretativa. Alberto Brunetti fue un sofisticado y refinado panadero francés que se movió con soltura en el escenario. Estupendo el trabajo corporal de los bicileteros –Marcela Defelippe, Julio Brunetti, Milagros Carbone–, que mostraron gran solvencia en la actuación y en la interpretación de las canciones. Un párrafo aparte merece la actuación de Juan Riolfo, en su composición de Timuyin, animando al gigantesco muñeco, en un baile perfecto. Mirta Siri fue una mamá sobre protectora muy convincente y excelente la recreación de los pintores Inés Brindo, María Luz y Marcela Defelippe. Correcta fue también la participación de Belén García y Elena Rodríguez, Anita Falabella y Martina Bugarín. La obra requiere, por su estructura, de permanentes cambios escénicos que no deben entorpecer el ritmo de la acción. El vestuario fue colorido y apropiado, así como el manejo de luces y la banda sonora con canciones creadas especialmente para esta adaptación, como la “Canción de Basureti” de Juan Ignacio Carbone. En suma un espectáculo deslumbrante, no sólo para los niños, sino para quienes los acompañaron y que reafirma los conceptos de Ariel Bufano, un maestro titiritero que estuvo muchos años en el Teatro San Martín: “No hay rosas para niños y rosas para adultos, no hay paisajes para niños y paisajes para adultos. El paisaje es el mismo, la obra es la misma, pero con esa obra un chico de dos años va a hacer una experiencia y el adulto va a hacer otra, y es así como tiene que ser. Por eso, nosotros lo llamamos teatro para todo público, no teatro para niños”.
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