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05/10/14
Por Carlos Russo Como un cóndor, sí. Los brazos quebrados que no eran brazos, sino alas. Terribles alas. Furia. Resentimiento. Bello resentimiento. Resentimiento moral. Elogio del resentimiento. Resentimiento encantador del cáncer, “su caso”. No era ella, ni la otra. Era Él. Él: un fuego que ella y sus pobres nadies inventaron para seguir viviendo, para tener una razón para morir. Una voz. Ella: un instrumento receptor de energía, transformador, que se funde y se consume en su función. Una Juana de Arco prendida fuego, endemoniada de pasión, al límite. Todas las voces; la lírica, la gutural, la impostada, la profética, la sentenciosa, la furibunda, la autoritaria, la escénica, la desgarrada, la trágica, la delicada, la débil, la agónica: Evita, su pueblo. Esto, apenas como para ensayar alguna modesta apreciación, fue Cristina Banegas este viernes en la Biblioteca Sarmiento. Una gigante de la actuación, magistral. Con el texto de Leónidas Lamborghini “Eva Perón en la hoguera”, entre un “fluir de la conciencia” y “un monólogo interior” que potenciaba otro fluir, el de un talento casi único y sin límites. Todos los matices, todas las cuerdas, las intensidades, los silencios… Cristina Banegas, un cóndor de la actuación, un instrumento mediúmnico del espíritu del teatro. Artista. Decir “Chapeau” se transformó en lugar común vaciado de sentido, profanado. Esta vez sí, esta vez se resignifica: Chapeau, ¡maestra!
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