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23/06/15
Por Susana Spano Antes de la aparición de las vanguardias del siglo XX, el teatro estaba dominado por el principio de representación: el texto previo mantenía su dominio sobre el director y los actores y el espacio escénico pasaba a ser en gran medida una ilustración del texto teatral. El espacio escénico debía construir la ilusión de que aquello que ocurría, ocurría “realmente”, dado que el director había logrado reflejar la realidad. De esta manera, el teatro devenía en un suplemento, ya no de segundo, sino de tercer orden. El escenario debía representar fielmente al autor por mediación del texto, y si se trataba de un teatro comprometido, el mismo estaba obligado a representar la realidad social, psicosocial, sexual, etcétera. Esta concepción teatral trabajaba con un supuesto: el de que el teatro logra hacer presente aquello que está en otro lado, y esto sólo es posible si el director y los actores son capaces de desentrañar el “sentido” del texto. Los esfuerzos en pos de la renovación del lenguaje teatral son los que van a recibir las invectivas de los protagonistas de la reforma radical de comienzos del siglo XX que terminó de afianzarse en el siglo XXI Resulta imposible abordar aquí la multiplicidad de consecuencias artísticas, filosóficas y culturales que las llamadas “vanguardias históricas” produjeron con su irrupción. Lo que sí nos interesa señalar es que las transformaciones vanguardistas obligaron a introducir cambios sustanciales en el campo de las teorías estéticas. Las vanguardias no sólo cuestionaron una forma de concebir la representación en el arte, sino que desarrollaron además una crítica de la interpretación artística. Los movimientos vanguardistas influyeron tan notablemente en el campo de la cultura que la producción de ciertos artistas sería ininteligible sin tomar en cuenta los cambios producidos por dichos movimientos (pensemos, por ejemplo, en Bertolt Brecht; Franz Kafka; Vsevolod Meyerhold y Antonin Artaud, entre otros). Las innovaciones técnicas propias de la vanguardia no sólo introdujeron cambios en las estrategias de producción sino también en la manera de observar una obra. El teatro argentino no ha sido indiferente a esta postura y por ello hay una tendencia en muchos autores a que la escena se piense a sí misma La posmodernidad nos ha permitido reparar en que cada uno puede hacer «su» historia sin supuestos únicos o metas utópicas y son los conflictos personales, la criatura misma la que, descarnada, habita el escenario con sus miedos, prejuicios, debilidades y miserias. Daniel Dalmaroni (1961, La Plata), es un autor teatral argentino que adhiere a los principios anteriormente enunciados. Su propuesta dramática pone el acento en una mirada descarnada y burlona, llena de humor cruel que conduce por los laberintos de parentesco en un mundo de espejismos, donde la verdad termina siendo indescifrable. Esta afirmación, dicha de manera rápida, revela sin embargo un certero instinto teatral del autor que ha plasmado en piezas de relojería que, una vez disparadas, no pueden detenerse. Tal el caso de “Las Malditas”, una comedia negra que, desde una situación cotidiana, y con una puesta de escena minimalista, señala con humor ácido y absurdo la queja constante del ser humano por los males que le aquejan, convirtiendo al espectador en juez y parte de un cúmulo de mentiras que se derrumban inexorablemente. Cinco mujeres que, muy tranquilas, sentaditas en sus sillas van desgranando naturalmente horrores. Cinco destinos, un encuentro que tiene lugar, por algo o alguien, y en ese encuentro develarán sus vidas muy distintas y muy iguales, cada una defenderá su postura ante la vida, el amor, la muerte, el deseo sexual, los vicios y las virtudes. Todo desde la óptica de estas mujeres (fracasadas si se quiere), que pretenden cambiar el mundo, desmitificarlo... Miran en el otro todo el tiempo, hablan por hablar, para no decir nada, viven para los demás, son cómplices cotidianas de mentiras, son la queja constante del ser humano por los males que lo agobian mientras lloran y pisotean la cabeza del otro... eso es “Las Malditas”: la convergencia de un mundo femenino, que a pesar de ser tan rico en matices, y creer que son "únicas", nos muestra que siempre hay un lugar en que nos encontramos todos. Una pieza semejante, que deja tan expuesto al actor, necesita de una interpretación jugada, que proyecte una visión recargada, retorcida, tragicómica y despiadada que se debe jugar al unísono, con todo su peso y ensaye una mueca grotesca, indecisa, entre la risa y la pena. La inteligente y elaborada dirección de Sergio Blanco, permitió que todo lo dicho se viera en escena, respetando de manera puntual el espíritu de la obra, en la marcación de las actrices. Silvia Viani dio vida a una mujer mayor, que revela todos los prejuicios de una época, su interpretación fue realmente excelente y elaboró cuidadosamente cada uno de los matices que su personaje requiere. Natalia Martín, con su acostumbrada solvencia, interpretó a una frígida y dura mujer que cree estar en posesión de la verdad pero es tan frágil como las demás. Jésica Juárez compuso a una aparente dócil muchacha que, por dentro carga con una pesada frustración. Sobresaliente fue la actuación de Paula Duro, el personaje más inefable de la pieza. Su histrionismo marcó un espacio bien definido en la obra y permitió, a través del humor extremo, sobrellevar la carga dramática de la pieza. Loana Gómez es la encargada de cerrar el círculo, que derriba, una a una, las máscaras que van cayendo, inexorables. A partir de su intervención, las verdades desenterradas revelan la negación de lo evidente. En “Las Malditas” se advierte el cuidadoso trabajo artesanal de dirección de Sergio Blanco sobre los personajes que, como señaláramos, están más expuestos que en otras piezas por la temática de collage que utiliza el autor, donde importa más la sustancia que el relato en sí. El dinamismo, el sentido plástico en la construcción de las acciones, la elección de los colores del vestuario, el juego de iluminación y los elementos multimediales que se utilizaron en la puesta completaron esta excelente puesta, que recomendamos con entusiasmo.
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