Maniatado es sinónimo de estar atado, encadenado, esposado. Así me sentí el otro día cuando visité el complejo “La Trocha” y luego fui a la plaza San Martín y estaba la feria de las colectividades. Cómo explicarlo. Me parecía que si iba a un lugar era sinónimo de que estaba en sintonía con una fuerza política y si iba al otro, con otra.

Si voy a “La Trocha” voto a Ustarroz y si voy a la plaza San Martin, voto a Selva. No me gustó.

Me parece que estamos dentro de un gran juego y algunos vivos quieren comandar nuestros destinos. Hablando con amigos le preguntaba si algún francés se sentiría en deuda con alguien porque un domingo se le ocurre visitar el Pompidou o un neoyorquino entiende que tendría que votar al partido demócrata porque recorre el Museo de Arte Moderno. La respuesta es no.

Siento que esto, estas maniobras manipuladoras de tan baja estofa son propias de países cuyos gobernantes aún piensan que la gente es tonta. Que se la puede manejar por medio de dádivas. A ese tipo de prácticas mundialmente se la conoce como clientelismo político y consiste en la toma de decisiones de algunos funcionarios para perpetuarse en el poder. Se trata de una mediación por la cual la acción estatal y las necesidades comunales bailan el vals de la muerte. No solo implica un intercambio de favores: yo te regalo un colchón y vos me votas a mí, sino que pone en juego una maquinaria de poder. Un funcionamiento por el cual las expectativas sociales y políticas de los participantes –cliente y patrón– establecen un “favor fundacional”. Con el tiempo este primer episodio se naturaliza y disimula su característica de transacción y configura una manera de relación consolidada. La posición asimétrica entre el necesitado y el patrón conforman un campo de funcionamiento que toma mayor vigor en las vísperas de un acto electoral. En ese sentido, no es casual que realicen la inauguración de “la Trocha” quince días antes de las elecciones. Esta privatización de lo público disfraza la cuestión que todo esto se hace con fondos de la comuna. El patrón juega a ser el dueño del asunto y el necesitado se comporta como un niño con los reyes magos. Y así la ilusión funciona.

Pierre Bourdieu asegura que esta ilusión que yo te doy porque tengo y vos me pedís porque necesitas, es la base del clientelismo. La ilusión que Ustarroz o Selva nos van a dar algo es la esencia de una disparidad política. Si los ciudadanos entienden que “La trocha”, “El Teatro Argentino”, la plaza, el Hospital, etcétera, tienen que ver con ellos mismo, la ilusión se rompe.

No me gusta que me manipulen. Cómo explicarlo, ya no creo en los reyes magos. Este fin de semana no voy a concurrir ni a “La Trocha”, ni a la plaza San Martín. Dejaré que la fiesta sea de ellos y que se cocinen en su autocomplacencia. Seguro se sentirán satisfechos y condescendientes consigo mismos.

 

* El licenciado Ángel Rutigliano es psicólogo. Actualmente se desarrolla como coordinador del programa de adolescencia de la región sanitaria VII, dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires

 

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