|
|
| ||||
09/02/16
Nadie felicita a un maestro por enseñar que dos y dos son cuatro. Se le felicita, acaso, por haber elegido tan bella profesión. Albert Camus (La Peste - Premio Nobel de Literatura) El tamborileo del carnaval, sus gritos y alegría se escuchan lejos en mis oídos y mucho más en mi corazón. Hay días que parecen inadecuados para compartir la algarabía general. Hoy es uno de esos días. Cuando en los primeros años de la década del ´70 cursábamos la secundaria en San Patricio uno tenía ligeros los pies y acelerado el corazón. Los profes se veían todos grandes y mayores, salvo alguna suplencia inesperada. Enmarcados en años de rebeldía mirábamos a los profesores con una mezcla de desafío y cariño también. Había de por sí las materias “difíciles” y otras que nos parecían “bizarras” y desconocidas y en dónde pensábamos, prejuiciosamente, que lo único a conquistar era una nota salvadora para seguir avanzando. Fue cuando conocimos a Alberto Igon, el profesor de filosofía. Construyó desde la sencillez de sus conceptos un mundo nuevo y estimuló con su entusiasmo nuestra apetencia de saber, por allí pasaron los clásicos pero también los flamantes pensadores y en no pocos casos los innovadores del mundo. Sin censura ni clasificación previa pudimos leer en libertad a Sartre, Camus, Cardenal, Heidegger y tantos otros. Nos los mostró, no como genios fuera de la medida humana, sino como partícipes de su tiempo, con errores y aciertos. Sus verdades y sus limitaciones también. Hizo accesible lo difícil y hasta los más reticentes disfrutaron de las diferentes formas de concebir el mundo. Era un raro equilibrio entre el entretenimiento y la profundidad, tenía un don para la enseñanza que no está dado a todos, aunque en definitiva el secreto fue amar su vocación y respetar a su alumnado. Exigir y escucharnos, no fuimos pocos los jóvenes que desfilamos por su casa para aventar dudas o simplemente para charlar o pedir algún libro difícil de conseguir en aquella década tan particular. Los tiempos y la violencia sin freno que inundó nuestro país, nos distanciaron forzozamente, cada uno siguió su camino. Él, fiel por lo que supe a sus principios y a sus conceptos de libertad. Cuando la vida nos reunió nuevamente nos sonreímos y con esa sencillez de los realmente sabios me pidió que le contara lo que había vivido, pues quería aprender de primera mano lo que habíamos pasado en el exilio, mis proyectos o simplemente mi opinión sobre la Argentina actual. Se nos fue en estos días, justo cuando son horas de alegría tenemos un velo de tristeza. Pero con la perspectiva que dan los años muchas generaciones de sus alumnos debemos sentir orgullo de haber sido formados por maestros como Alberto. Es esa clase de profes que no enseñan sólo contenidos, sino a pensar por sí mismos, a ser críticos y autocríticos, a mejorar y cambiar constantemente, a embellecer la humanidad. Tenía el don de enseñar a ser, un atributo que no abunda pero que hoy se ha convertido en su legado y creo firmemente –y pienso que interpreto a mis compañeros de promoción– que para honrar su legado sólo deberemos replicar, de la mejor manera posible, esta singular forma de enseñar y de comportarnos en la vida. Presentes tus alumnos, querido Profesor Igon.
* Los comentarios serán moderados y su permanencia depende de su contenido.
|
||||||
Mercedes - Bs As - Argentina |
|