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23/03/16
Federico Lagoa cumplió en la semana 13 años como sacerdote. Actualmente se desempeña como párroco en la Iglesia Catedral “Nuestra Señora de las Mercedes” y tiene 42 años. Fue monseñor Ruben Di Monte quien un 21 de marzo de 2003 en su ciudad natal de Chivilcoy lo ordenó sacerdote en la comunidad donde creció su fe en Dios: la Iglesia “San Pedro”. Por entonces tenía 28 años de edad, había entrado en el seminario a los 22 luego de una carrera inconclusa de Medicina en la Universidad de Buenos Aires porque decidió abandonarla, ante esta nueva vocación. “En esos años discerní con mayor profundidad que Dios me estaba pidiendo otra cosa: consagrarme, ser cura, y como sacerdote estar entre medio de la gente. Seguir a Dios, trasmitirlo, darlo a conocer y que la gente pueda conocerlo, recibirlo. Desde ahí uno puede tener una luz distinta en su vida. Uno trasmite lo que ha recibido y para mí Dios es muy grande y lo fui descubriendo. Es un ser que está siempre, una presencia consoladora, que ilumina, que invita al crecimiento y la superación. Y esta superación consiste en asumirse como uno es, aceptarse, sin ponerse grandes metas y dejando que Dios obre en su vida para llegar a los demás”, dice Federico y recuerda que cuando dejó la carrera de Medicina no tuvo una buena recepción en su propia familia. “A mí de chico me encantaban las ciencias naturales, la medicina, mi papá era bioquímico y en casa el tema de la salud siempre estaba presente y me gustaba. Y en mi casa no se cultivaba la fe, no eran practicantes, teníamos los sacramentos pero nada más. Yo creía en Dios pero no entendía mucho si él tenía algo que ver en nuestras vidas”. rememora. “Entonces en mi familia no lo podían creer”, retoma Lagoa, “más allá de que yo había hecho un camino, y me había acercado a los misioneros. Pero cuando el hombre entra en crisis va madurando. Yo tuve una crisis existencial. Estudiaba lo que siempre había querido, estaba en Buenos Aires, tenía mis amigos, mi familia, mi novia, pero algo me faltaba. Era algo existencial, y empecé una búsqueda más hacia mi interior, un camino hacia adentro, y ahí entré en crisis, pienso quién soy, adónde voy, para qué vivo, y me abrí a algo más espiritual. Conozco a los jóvenes misioneros y me hacen pensar, me interesé y empecé a acercarme a la fe, empecé a conocer a Jesús, y después entendí que Dios me estaba pidiendo una consagración especial”.
“Yo le conté al cura de la parroquia lo que me pasaba. Estaba el padre Bruno de vicario en Chivilcoy y el padre Saverio de párroco. Empecé a charlar y luego pude dar otro paso, que fue entrar al Seminario, y fue como un noviazgo, no sabia si iba a terminar casado con Dios, sino que entré en un tiempo de mayor discernimiento. En mi casa no entendían mucho, pero mi hermano me comprendió y me ayudo a entrar en razones a mis padres. Yo de chico era muy responsable, yo hacía todo si darles ningún trabajo. Entonces ellos sabían que las decisiones que yo tomaba no eran atropelladas ni inmaduras”, afirma. Una vez dentro del Seminario “Santo Cura de Ars”, Federico descubrió la vida de oración, y un tiempo distinto para rezar. “Fui conociendo a Jesús a través de la meditación de la palabra de todos los días, me fui apasionando con lo que iba estudiando, iba muy bien pero no sabía si iba a ser sacerdote. Ya mi familia me apoyaba y me iban a visitar, vieron un clima normal y comenzaron a comprender, fueron compartiendo conmigo lo que estaba viviendo y comenzaron a aceptarme”, comenta. Y sobre aquel Federico que estudiaba en Buenos Aires y que luego se ordenó sacerdote en Chivilcoy, con el que hoy está en Catedral, afirma que no hay muchas diferencias. “Me siento el mismo, más grande, pero siempre el mismo. Yo soy por naturaleza una persona alegre, soy inmensamente feliz porque cada día más descubro mi pequeñez y la grandeza del amor de Dios, cómo Dios ama a toda criatura profundamente más allá de todo lo bueno o malo que podamos hacer. Siempre nos está amando. Esto es muy grande y para mí la vida de cada día es darle gracias infinitas a Dios, gracias por conocerlo. Uno es elegido por amor, por pura misericordia, no por virtudes o por ser más inteligente”, dice.
Como sacerdote, Federico Lagoa siempre estuvo en Mercedes. Ni bien fue ordenado y comenzó su labor fue vicario en Catedral por tres años, luego estuvo en San José unos 6 años, y ahora va a empezar su quinto año en Catedral. “Siempre estuve en esta ciudad, nos vamos conociendo con la gente y convivimos. Me da mucha alegría estar en Mercedes y hay chicos de trece años a los que he bautizado y ya los veo adolescentes. Es un crecimiento que se ve y me gusta. Pero cada comunidad y cada ciudad tienen distintas idiosincracias y eso al sacerdote lo mantiene activo, y si uno está mucho en un lugar se estanca”, cree.
Durante el día, Lagoa tiene múltiples ocupaciones, como cura y como formador de sus pares. “Yo soy sacerdote siempre. Estoy con los niños, con los seminaristas, con la gente del barrio, con los enfermos, con los jóvenes… Yo soy sacerdote siempre, hasta cuando voy a jugar al tenis al Club. Aquí en Catedral el trabajo es muy amplio, hay mucha gente que viene y quizá esté de paso, otros están y acompañan mucho en distintos apostolados y colaboran en distintas áreas. También estoy en la asistencia al Colegio Parroquial, lo que es una responsabilidad que comparto con los demás sacerdotes, ya que somos tres aquí, y también lo mismo cuando vamos a los barrios o confesamos, nos dividimos la tarea. Además me toca la responsabilidad de estar en la formación de sacerdotes en el Seminario, donde soy confesor y asesor espiritual”, explica. Al consultarle sobre cómo imagina su futuro, uno entiende que no es algo que lo desvele ni que lo detenga a pensar, sino que vive cada instante con intensidad. “El día tiene muchas cosas, es muy distinto para nosotros. Es muy apasionante, pasan muchas situaciones, uno está con el que sufre porque llora una muerte, y con el está feliz por un nacimiento, son muchas emociones y estamos mucho tiempo con las personas. Descubrimos su riqueza. Yo en mi caso vivo el día a día a pleno. Y si debo imaginarme de alguna manera es como cura, haciendo lo que hago hoy por siempre”, sostiene. Por último, tras trece años de labor sacerdotal, Federico Lagoa se muestra agradecido a la comunidad de Mercedes: “Hay mucho para agradecer a la gente y a Dios. También hay que perdonar a los que quizás hemos hecho sufrir o hemos ofendido. Nosotros como sacerdotes también nos confesamos por nuestros pecados. Y en estas Pascuas hay que entender que es un motivo para volver a encontrarnos con Dios, para cultivar más nuestro interior, ser más espirituales más allá de las cosas y necesidades materiales de cada día. Se necesita un tiempo de recogimiento, de meditación, de oración y deseo que los mercedinos podamos cultivar más nuestro espíritu, para tener más respeto por el otro, para ser más amables, saludar, estar contentos. Yo a veces veo muchas caras largas, agresión, vivimos mal cuando no tendría que ser así. Si solo pasara nuestra vida por lo económico sería muy triste. Y si la gente se volviera más espiritual eso se vería reflejado en el cariño, el buen trato, la buena educación, en contrario a la prepotencia, el egoísmo, y el atropello”. Lagoa, dueño de un carisma particular y sencillez en el trato y transparencia en sus actos, se dispone a seguir con su labor tras el reportaje concedido. El grabador se apaga, saluda y se levanta para continuar el día, luego de unos mates y un amistoso gesto de hermandad con el entrevistador, algo que lo distingue y por lo que muchos lo admiran y lo cuentan entre sus seres queridos, como alguien especial, que a sus jóvenes 42 años vive para mostrar a Dios a los demás, escucharlos y compartir proyectos con sus pares y con los jóvenes, los mismos que le mostraron su vocación con sus acciones y la profundidad de espíritu y una luz que hoy se le nota en su mirada.
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Mercedes - Bs As - Argentina |
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