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09/07/16
Se llama Ramiro, no es que lo conozca, solo escuché los gritos de su madre cuando se le escapaba de las manos para sumergirse entre la gente y así encontrar un mejor lugar en la fila. Se instaló frente a mi cámara. Nada raro en un tumulto. Lucía desalineado como recién salido del potrero. Despeinado. Con una gasa en la cabeza que confirmaba que no era de quedarse quieto y que los golpes no lo amedrentaban. Suelo pedirles con un toque por la espalda gentilmente que se corran, señalando mi cámara para que sin palabras sepan qué estoy haciendo. Pero esta vez no pude. Ramiro lucía barro por doquier, pantalones remendados y descalzo. Frente a mí tenía la “foto del bicentenario”. No dudé en disparar. Quería retener eso que me emocionó hasta las lágrimas. Ramiro inquieto, retenido ahí –un paso adelante que el resto– por la mirada supervisora de su madre, se desbordaba por salirse de esa línea imaginaria entre el puedo y el quiero. Insistía con su cuerpo balanceado hacia adelante reiterando permisos silenciosos que se escuchaba en cada cruce de miradas. Está claro que yo no pude “Hacer LA Foto” y que Ramiro no cruzó la línea respetando la distancia con eso que tanto lo emocionaba. Pero me guardo el lenguaje de su cuerpo y la convicción de saber que cuando hay pasión, que cuando amamos lo que hacemos, que sin importar que tan rotos estemos, que si nos dedicamos seguro que podemos. Me sequé mi lágrima. Toqué por la espalda a Ramiro, no para que se corra sino para decirle que esos chicos entrenaban en el CEF Nº 40 y que era gratuito. Si le gustaba podría asistir. Juro que nunca vi tanto brillo en una mirada. Ojalá esta sea la historia del bicentenario. Nada, eso. Hagamos lo que nos gusta, hagámoslo con pasión.
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Mercedes - Bs As - Argentina |
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