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05/12/17
Por Susana Spano "No somos libres. Y el cielo puede caernos sobre la cabeza. Y el teatro está hecho para enseñarnos eso". Antonin Artaud El teatro… Tanto se ha hablado de él. El teatro… ¿Es magia? Es todo eso y más… Una luz potente, deslumbrante, que se enciende en nuestras almas, cada vez que se levanta el telón. El 26 de noviembre, alguien que dedicó su vida al teatro, subió al escenario de una sala que aún no tiene nombre, una puesta maravillosa, donde cobraron vida los personajes que ideó en sus sueños y las palabras se adueñaron del espacio. “La Fila”, tal el nombre de la pieza, es una creación dramática de Eduardo De Laudano –con texto colectivo del elenco– por donde desfilan deshilvanadas criaturas, en pos de una meta difusa. Las luces se apagan, el telón se corre.Mariano comienza el día en “su casa”, la calle. De pronto, aparece su amiga, Catalina, una anciana que todos los días, antes de hacer “La Fila”, pasa a conversar con él… Después llegan Bastián y Lucía, los adolescentes que comienzan la vida. Más tarde Ignacio y Rebeca, un matrimonio de apariencia, representantes de una clase social en decadencia. Sin transición, irrumpe Lucrecia, mostrando su decidida actitud frente a la vida. Por último llega la Agente que impondrá orden, delimitando el espacio que contiene a esta ecléctica Fila. Los personajes poco tienen que ver entre sí. Se agrupan, esperando encontrar un lugar y ser llamados. No se sabe a ciencia cierta para qué, lo único cierto es que esperan. Mariano es el único que no pertenece a “La Fila”. Él es libre y, aunque pagó un alto costo por su libertad, puede ver desde afuera a los que se agolpan, desesperados, advirtiéndoles, sin éxito, la inutilidad de la empresa; pero su esfuerzo es vano. Cuando se presenta la autoridad, la verdad estalla en toda su potencia… descarnada, dura, sin concesiones… La puesta que propuso Eduardo De Laudano fue cuidada en cada detalle: efectos especiales, musicalización, luces y la rigurosa marcación escénica, que reflejó la alternancia de los parlamentos con el congelado de las figuras, a modo de collage, creando un clima sugerente y dramático. Juan Carbone compuso a Mariano, un mendigo lúcido y sabio; tierno con su amiga Catalina, áspero y cínico, con los otros integrantes de “La Fila”. Su personaje crece en intensidad a lo largo de la obra, lo que le permitió desplegar sutiles matices que lo hicieron creíble. Juan Ignacio Bocci fue Bastián, seguro y convincente en su papel de adolescente enamorado; puso énfasis en los parlamentos destinados a convencer a Lucía –Milagros Carbone– su amada, que con expresividad reveló los sucesivos estados de ánimo que experimenta: dulce, ingenua y tristemente lastimada, en una de sus confesiones. Patricia Pérez dio vida a Rebeca, un personaje atravesado por el cinismo de su clase. En su brillante interpretación, fue dura y soberbia. Su discurso, describió una parábola perfecta, cuyo crescendo dramático culmina en la indiferencia patológica de su frase final. Ignacio –Guillermo Torres– personificó a un histriónico y cínico jugador, marido desleal y empobrecido miembro de una clase en decadencia. Su actuación, creíble y sólida fluctuó, con acierto, entre el humor ácido y la fuerza dramática necesaria para enfrentar a su mujer. Gabriela Becerro sorprendió con su irrupción en escena a través de Lucrecia, una mujer de fuerte personalidad que no claudica en su actitud, transmitiendo sus altos ideales sociales que chocan contra los intereses mezquinos de Rebeca. El enfrentamiento es inevitable y se produce en una escena muy lograda por ambas. Carolina Basso deslumbró con una actuación impecable, interpretando a la dura Agente del Orden. Su aparición le permitió adueñarse de la escena e imprimir el tono de mando justo, causando el efecto deseado sobre los temerosos miembros de “La Fila”. Carmen Gioscio, a través de su Catalina, realizó una extraordinaria interpretación que fluctuó entre lo patético y lo tierno. Emocionaron la ingenuidad de sus diálogos con Mariano y su férrea voluntad para continuar, día tras día, buscando un lugar en “La Fila” pero, sin duda, el momento más alto de su actuación lo alcanzó en el recuerdo del encuentro con el hombre amado… Mágicamente éste cobra vida, a través de la evocación del vals que bailaron juntos por primera vez. Catalina, entonces, parece recuperar la juventud perdida y comienza un baile amoroso, en el que cada gesto, cada giro reflejaron una ternura infinita que conmovió a los espectadores. Maravillosa fue también su escena final, expresiva, tierna, soñada… Carmen Gioscio brindó, en suma, una creación que perdurará en la memoria del público por la perfección y entrega que confirió a su personaje Las luces se apagan, un aplauso cerrado premia la actuación y la puesta del director. Mientras avanzan hacia la salida muchos de los espectadores se preguntan… ¿Qué es realmente La Fila? ¿La alegoría de un país en el que sus habitantes esperan interminablemente ser escuchados, atendidos, protegidos, contenidos? ¿La historia del desencuentro perpetuo en el que han vivido por siglos los hombres? ¿La imposibilidad de mirarnos en el otro y sentirnos reflejados?
No tenemos las respuestas, solo aproximaciones, pero sí una certeza, la misma que señala Antonin Artaud cuando expresa "No somos libres. Y el cielo puede caernos sobre la cabeza. Y el teatro está hecho para enseñarnos eso". “Hay hombres que luchan un día y son buenos.
¡Gracias Eduardo por ser imprescindible!
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