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Hablar con El VI: «La Santa Misa»

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«Santificar las fiestas» es el mandamiento y oír misa entera en las fiestas es uno de los preceptos de la Iglesia. Pero para decir a alguien que lo amamos no es necesario ni un mandamiento, ni un mandato, ni un precepto: surge del corazón. Y es así como podemos comprender cómo podemos meternos en el mundo de lo que es la celebración de la Santa Misa. Es con el amor que le manifestamos a Dios, en la adoración cada día en lo posible pero fundamentalmente cada domingo, donde preparamos nuestro corazón con el pedido de perdón. Seguimos una preparación con la liturgia de la palabra, oyendo lo que luego el sacerdote explica, nos expone, nos enseña, nos hace reflexionar para abrirnos a la liturgia eucarística, fundamentalmente el ofertorio, la consagración y finalizar con la comunión, el encuentro íntimo personal, único, con Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre a quien recibimos realmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Hace unas cuantas décadas atrás se presentaba la disyuntiva y se nos invitaba a pensar en algunos ámbitos sobre un domingo con Dios y un domingo sin Dios. Y el domingo sin Dios es un domingo lleno de otras cosas: cuestiones sociales, deportivas, otro tipo de actividades, y muchas veces hasta esa soledad melancólica, la famosa «depre del domingo por la tarde». Mientras que, por el otro lado, el domingo con Dios es el domingo habiendo asistido, habiendo celebrado la Santa Misa que corona por un lado y comienza una semana. Corona porque finaliza y llevamos al altar todo lo vivido en la semana y comienza porque nos ponemos en las manos de Dios, nuestro Padre, por la oración del espíritu en nosotros y por la presencia de Jesús y con la intercesión de la Santísima Virgen que se hace como omnipotencia suplicante en cada misa.

Que nuestro domingo sea un domingo con Dios. Que sea un domingo celebrando la Santa Misa.

La Virgen de Luján te bendiga.

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