Dentro de las cosas bellas que tiene la niñez están las visitas a plazas o parques donde había alguna calesita o cómo se le dice –si suben y bajan los caballitos– el carrusel. Y qué hermoso es subirse y dar vueltas y experimentar una serie de sensaciones, que son irrepetibles. E incluso en edad adulta esa nostalgia que nos da cuando vemos alguna de estas calesitas y funcionando.
Y dentro de la magia de la calesita y lo que tenía, y que lo hacía de modo particular algo expectante, eran las sortijas y el poder obtenerlas. Hasta que junto con otras desilusiones en edad adulta sabemos que la sortija no es que uno la saca sino que te la da según el deseo y ganas del señor que maneja el aparato.
Pues bien, nuestra vida es muchas veces una calesita: damos vuelta y damos vuelta y damos vuelta una serie de situaciones y sensaciones. Y también la Cuaresma puede ser un gran carrusel, una gran calesita donde damos vuelta, damos vuelta, damos vuelta y no nos damos cuenta de que lo bueno es sacar la sortija. Y aquí no es la sortija que te la dan si no que sos vos realmente el que la tomás, y la sortija no es otra cosa más que la gracia de la confesión que se da a manos llenas, gratuitamente, y cuando lo deseamos.
Podemos seguir dando vueltas en nuestra calesita, sin sacar la sortija, sin tomar la sortija, o animarnos en este sábado, ya víspera de la Semana Santa, a haber hecho un examen de conciencia y hacernos de la sortija.
Así estas vueltas de nuestra calesita de la vida, nuestras vueltas de la calesita de la Cuaresma, habrán tenido el gran premio de la gracia.
Que te animes a tomar vos la sortija de la gracia de acceder al Santo Sacramento de la confesión.
Que la Virgen de Luján te bendiga.