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Una alegría que nadie nos puede quitar

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Y dice el Evangelio: «Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar». Y es la alegría propia de la Pascua.

El mundo lo que nos ofrece es todo con un final, con un hasta aquí, con un sencillamente eso, y nada. O como dicen las películas en inglés «the end».

La vida del cristiano y de modo particular la Pascua es una alegría que nadie nos puede quitar. Una alegría que no es la de risas. Una alegría que no es la de ruido, que no esté aplausos, ruidoso estentóreos, música altisonante o expresiones grandilocuentes. La alegría y la serenidad de ver el sepulcro vacío, que la muerte ha sido vencida, que la muerte no es el punto y final. La Pascua marca en nuestra vida un punto y seguido, es decir hay algo más.

Y esta certeza es lo que nos da esta alegría. Dice San Pablo «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe». Y precisamente como no es vana nuestra fé, no es pasajera, nos trae una alegría que nadie la puede quitar, una alegría no exenta de lágrimas muchas veces, una alegría no exenta de problemas, una alegría no exenta de dificultades y muchos cuestionamientos. Pero es esa alegría interior que trae la Pascua la certeza de que El ha resucitado, de que la muerte no tiene la última palabra, de que no es el punto y final. Con Jesús nuestra vida es siempre un punto y seguido. Esa es la alegría que nadie nos puede arrebatar.

Que María Santísima causa nostra letitiae, causa de nuestra alegría, nos regale la alegría de la Pascua. Que ella te bendiga.

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