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El que come y no convida…

Con esta canción, “El que come y no convida…”, y otros estribillos –muy lúdicos todos– nuestras familias nos intentaban inculcar valores, que nos iban a servir luego para nuestra vida de encuentro con los demás. Esto era también acompañado por las instituciones educativas que organizadamente tenían a su cargo continuar con la formación en valores, que traíamos de nuestra casa. Y esto de compartir estaba muy arraigado desde siempre, e incluso ahora mismo, en los jardines de infantes, en el momento de la merienda y esa bandeja que se pasa entre todos, que es un modo de enseñar a compartir lo que se tiene.

Hay una conciencia que se quiere enseñar y transmitir. Esta conciencia que se posee ya entre los adultos, que es saber que el dar nos hace bien, así como bien nos hace el recibir. Lo mismo acontece con la Fe.

La Fe –nos enseña Juan Pablo II– crece cuando se da, cuando se comparte. Y lo mismo podemos decir del resto de las virtudes teologales: la Esperanza y la Caridad. Cuando somos capaces de darlas en nosotros crecen. Y la Fe cuando la transmitimos a partir nuestros actos y actitudes crece y se desarrolla, se robustece en nuestra existencia, a modo tal que se va haciendo una segunda naturaleza.

Y de esta manera se cumple la definición que de virtud da Santo Tomas de Aquino. Es a partir de actos operativos buenos, la adquisición como de una segunda naturaleza lo que se convierte en virtud, y lo mismo la repetición de actos operativos malos los convierte en vicio. Este repetir algo y este compartirlo también sirve para su crecimiento.

Quiera la Virgen Santísima regalarnos un corazón que no solamente experimente el don y la virtud teologal de la Fe, sino que seamos concientes de que esa Fe va a crecer, va a robustecerse, va a afirmarse, cuando somos capaces de compartirla.

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