Es sábado a la mañana. Salgo de casa. La calle está cortada. Nadie circula por la avenida principal. Cintas atravesadas de costa a costa impiden el acceso. Tanta ausencia asusta. Me recuerda aquellos días de estado de sitio en el 2001. Agentes con pecheras ponen orden a unos pocos que se resisten.
— No puede pasar señora
— Pero yo vivo acá a dos cuadras
— ¿Tiene el documento? Necesito constatar
— Mirá que voy a salir con el documento por vos…
La imagen es la de aquellos días de principios de siglo. Pero el clima no. El aire que se respira es del silencio que precede a la euforia, como esos segundos previos a la campanada de año nuevo. Pasan cosas insólitas. Los agentes de tránsito sonríen, saludan, comentan, le hablan a un bebé en cochecito “¿Vos también vas a ver a Ciro?”.
Parecen señales del apocalipsis, pero lo que se viene no es el fin, quizás el comienzo. Mercedes tendrá el evento musical más importante de su historia.
Estábamos en agosto cuando los grupos de whatsapp empezaron a viralizar la llegada del Mastai a Mercedes. Una vez que el rumor se convirtió en noticia la bola de nieve se echó a andar. La lluvia de bandas que estarían presentes se había transformado en cascada con el paso de los días, o quizás de los minutos. “Viene la Vela Puerca!” acompañado de emoticón de guitarra, “Confirmado No te va a Gustar, me lo dijeron de adentro”, retruca otro. “Posta, posta viene Manu Chao porque es accionista de la empresa que organiza”, arriesga un tercero. De repente, los amigos dejan de mandar memes y se transforman en los Daniel Grinbank de la zona oeste. Aquellos ajenos al mundillo musical cantaban vale cuatro con un siete falso. Al desconocer la existencia del festival Mastai y, por lo tanto, la magnitud del evento, tiraban piedras desde la vereda; “Si, me acaban de decir por cucaracha que Mick Jagger muere por tocar en Mercedes”, o aquellos más paternalistas “déjense de joder, les quieren robar la plata. ¿Van a pagar para ver un recital sin saber quién toca?” adhiriendo la imagen del billete volador.
Pero, ¿qué es esta locura del Mastai? Rescato de Infobae este fragmento: “Un globo aerostático en el río Paraná sobre el balneario Municipal de San Pedro. Con ese ícono de la libertad, Mastai se convirtió en el año 2012 en uno de los festivales independientes más importantes del país, reuniendo a más de 30 mil personas que llegaron desde distintas regiones del país”… “Lo que distingue a Mastai, además de la imponente grilla, es que es un festival independiente, sin marcas ni auspiciantes que tiene como características principales la diversidad, la integración, la sustentabilidad y la libertad. El nombre Mastai hace referencia a la palabra originaria que significa encuentro de gente de los cuatro puntos cardinales y su principal propósito es la celebración de la música en un entorno natural”.
Compro cervezas en el chino. La cajera habla en su idioma con otra chica. Hablan y se ríen. Pienso que se están burlando de mí, que hablan de mí. No es un pensamiento narcisista, lo pienso porque seguramente es lo que yo haría en su lugar. Se ríen y, después de pagar, la cajera le regala un chupetín a mi hijo que lo recibe gustoso desde el cochecito.
No es un día cualquiera, claro que no: los agentes de tránsito se ríen, la china del supermercado regala chupetines y, claro, me olvidaba, el festival Mastai está en Mercedes.
En septiembre la productora publicaba a cuentagotas los artistas confirmados y se abría la convocatoria para los músicos locales. En las redes sociales las bandas buscaban a los codazos hacerse un lugar pidiendo votos para quedar seleccionados y compartir escenarios con los de primera línea. No hay lugar para todos y eso genera una competencia chiquita, familiar, cercana, pueblerina, pero competencia al fin.
Los puestos se van armando. Hay tablones –por ahora desiertos– en cada vereda. Pack de latas apiladas, bolsas de chorizos colgadas de los árboles y rock nacional a cada paso. Unos chicos venden desayunos exprés: café, medialunas y pastelitos.
Dos muchachos viajan sin casco en una Zanellita. El de atrás lleva sobre su cabeza una mesa redonda con las patas mirando al cielo. El sol en el cielo, cómplice del Mastai, se hace lugar entre las nubes después de una noche tormentosa.
Cinco chicos desayunan cerveza alrededor de un Polo. Cuelgan una bandera de Manu Chao. Me preguntan dónde pueden comer un asadito. Ya tienen todo arriba del auto, les falta el lugar donde hacer el fuego. Se me ocurre el parque viejo, pero es imposible. Hoy es imposible.
— Qué linda ciudad que tienen, loco. Qué lindo es Mercedes –confiesa uno levantando la lata en un brindis imaginario
— Bueno, gracias. ¿Recorrieron un poco?
— No, recién llegamos
Salieron a las seis de Berazategui. Tienen el auto estacionado en la 54 y 29.
— Venite a comer un asadito con nosotros más tarde –me invita el más alto.
— Gracias, pero vienen mis amigos a casa.
— Uy, qué buena onda ¿No tenés un lugarcito en la parrilla para que nosotros tiremos la carne?
La semana previa un nuevo rumor circuló en el barrio. La Municipalidad regalará entradas a los vecinos del parque afectados por el dispositivo de seguridad. Una definición amplia. ¿Hasta dónde alcanza la “afección”? El rumor de las entradas se concretó, pero trajo consigo toda una paranoia en relación a la idea de “vecinos perjudicados”. Una vecina expresaba su bronca en la despensa: “Dicen que no vamos a poder salir de nuestras casas. ¿Y si hay una emergencia? Es ilegal lo que hacen porque nosotros pagamos los impuestos y tenemos el derecho de entrar y salir de nuestra casa cuando se nos antoje. No nos pueden prohibir algo así”. El empleado le quiso hacer ver la importancia del evento y los beneficios laterales para los mercedinos mientras cortaba jamón en la máquina, pero la señora ya tenía una posición tomada: “No importa, querido. A la edad que tengo nadie me puede decir si puedo o no puedo salir de mi casa. Y si no salgo no es por ellos, es porque van a venir a robar y prefiero encerrarme con llave.”
Veo un tumulto de gente llegando a la 29 y 68. Me acerco. Están discutiendo. Un hombre le dice a un policía “estos son de Capital y quieren poner un puestito acá” –señalando el frente de una casa–. Los vecinos hacen causa común. “En este cuadradito de acá podemos poner los chulengos”, dice uno de los porteños. En la cuadra hay, al menos, ocho puestos de comida, pero los vecinos no permitirán que un grupo de foráneos les quite clientela. Finalmente el policía ubica a los visitantes a cien metros de distancia.
— Con estos locos no hay historia –me dice un vecino refiriéndose a unos manteros que despliegan remeras de rock y artesanías–, pero con éstos sí –”estos” son los que vienen de lejos y quieren vender comida.
Hace unos días una nueva marea viral se hacía eco de la ¿noticia? que anunciaba que Pablo Lescano estaba internado por sobredosis. Damas Gratis no sería de la partida. En los grupos sonaba fuerte su reemplazo. “Se está hablando –vaya uno a saber quiénes y en qué contexto– de que viene Charly”. Sí, Charly García. Finalmente una captura de un tuit del líder de Damas Gratis echó por tierra las conjeturas.
¿Pueblo chico, infierno grande? ¿chusmerío de pueblo? No. Esos prejuicios son viejos y huelen rancio, están pasados de moda. Prefiero pensar que son fake news de cabotaje.
El jueves pasado el whatsapp ardía. Había que mantener la reserva, que no circulara la voz, debía quedar entre nosotros, pero el Chapulín (Manu Chao) iba a estar en Vinilo Bar esa misma noche. Estuvieron todos, no cabía una sola zapatilla, el aire era aliento del otro. No había un lugar sin ocupar, tal vez por eso el Chapulín no pudo estar.
El viernes hubo un intento de repetir la jugada. La viralización entre los celulares mercedinos afirmaba que Ciro estaría en el Bar Laurino, pero no surtió el mismo efecto. Dicen que el que pega primero pega dos veces.
En la entrada del parque nuevo luce el cartel de “Mastai”. Hay cuatro o cinco robustos con handy y cinco changuitos adolescentes que quieren ser los primeros en entrar. Faltan cuatro horas para que se abran las puertas, pero ya están allí. Uno de los robustos se incomoda, se acerca a los chicos, les pregunta algo, después le da la espalda y habla por el handy. Camina en círculos. Tiene la actitud de quien debe resolver algo importante. Finalmente llega la voz tranquilizadora del otro lado del aparato y ahora el robusto le dice a los chicos que no pueden estar ahí, que la cola para entrar empieza detrás del puente.
Todo está listo. Se acerca la hora. La 29 es un desfile de turistas de todas las edades. Los mercedinos que se van encontrando entre la multitud se abrazan, se comportan como si estuvieran a miles de kilómetros de sus casas. Todo es tan extraño. La experiencia es lo más cercano a la fantasía de teletransportarse. Todo parece uno de esos sueños difícil de narrar, donde uno se encuentra en un lugar e instantáneamente aparece en otro.
Las bandas empiezan a sonar. El resto, lo que queda por vivir del sábado y los días venideros, prefiero no contarlo porque ya es materia conocida. Además, no sabría cómo. Las palabras también tienen su límite.