Seguimos transitando el tiempo del Adviento y hoy leyendo el Evangelio de San Lucas capítulo 10 versículos 21 al 24, donde pareciera que Jesús echa por tierra aquel dicho viejo pero que estuvo en boga: “Antes muerta que sencilla”, decía alguien.
Y Jesús pareciera que nos da una nueva Bienaventuranza, porque precisamente movido por el Espíritu Santo dice: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”.
Sí Padre, porque así has querido, revelarte a los sencillos. Porque el Señor no se rebela a quien, a los ojos del mundo, es tenido por prudente o por sabio. La sabiduría de este mundo es nada frente a la sabiduría de Dios. La grandeza, la pompa, de este mundo, incluso en nuestra misma Iglesia, es nada frente a la eternidad de Dios.
Cuanta fuerza cobran junto a estas palabras del Evangelio el deseo de Juan Pablo I, Albino Luciani, que luego retomara el papa Francisco en uno de sus primeros mensajes: “Cuánto añoro una Iglesia de pobres y para los pobres”, como queriendo decir sin poderosos. Porque lamentablemente los poderosos también han entrado en la Iglesia, no para servir sino para ejercer su presión.
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber revelado esto a los sencillos. A los pequeños. A aquel que hace del poder, de la autoridad, un servicio, y aquel que sabe que este saber el único derecho que le da es el de enseñar.
Que la Virgen Santísima en este tiempo de Adviento, que es de conversión, nos haga abandonar todo oropel, toda cosa superflua, hacernos sencillos de corazón, pequeños de corazón, para que comprendamos la verdadera esencia de Dios.