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Movimiento Andrés, una impronta en el camino

Julio se levanta a la hora de siempre. Toma el mismo café en saquito desde hace años. Prepara, otra vez, dos tostadas con queso untable. Se viste como un autómata con el traje de toda la vida y sale menos diez, para llegar a horario. Julio tiene infinidad de micro conductas que repite cada día. Podría escribir hojas y más hojas si deseara ser preciso. Julio tiene un surco hecho en su caminata hacia tribunales. Años enteros sin cambiar siquiera una calle en el recorrido.

Pero un día, en su trayecto, algo cambió. Esa frase junto a la imagen no se la podrá sacar de su cabeza en toda la jornada.

Es de noche. Son seis o siete, no más. Están parados en la oscuridad frente a una obra en construcción, en actitud sospechosa. Por allí pasará caminando Julio a la mañana siguiente, pero ello no tienen por qué saberlo. Hay otro grupo en otra esquina de la ciudad. El grupo que termine primero con la faena tendrá el derecho de definir dónde juntarse a cenar. Miran hacia todas las esquinas antes de llevar adelante la tarea. Quizás eso sea lo sospechoso; que no circulen, como quisiera la policía, que estén ahí, detenidos. Ni siquiera hay cervezas para justificar el encuentro. No hay nada. Sólo unos rollos de papel y pegamento. Están nerviosos. Saben que no hay delito en lo que están a punto de hacer, pero de todos modos están con nervios, o mejor dicho, con una cuota de adrenalina a la que no están acostumbrados porque es la primera vez que salen a la calle, la primera vez que dejarán su marca.

Tiempo atrás, en una salida de pizzas, cervezas y lluvia de ideas, decidieron darle forma al asunto. El debate nació en la necesidad de mostrar su arte en forma abierta e independiente. Muestras colectivas en otro formato que no sea un museo. Alguien –no importa los nombres propios, porque se trata de un grupo, de un movimiento, y nadie está por encima de nadie– dijo que estaría bueno hacer algo similar al artista Evgeny Ches, ese muchacho que une arboles con papel film y pinta cosas sobre el papel generando la ilusión tridimensional. Algo así, dijo, pero con fotos, claro. Otros, menos osados, levantaron la mano a favor de intervenir las calles; fotos en las calles. Hubo más ideas y más cervezas. Cuando se trata de la pasión todo fluye con más naturalidad. Finalmente, a diferencia de la mayoría de los proyectos que nacen en este tipo de encuentros, llegaron a un acuerdo y se pusieron en marcha. Brindaron con más cervezas y empezaron la danza de nombres que daría identidad al grupo.

“Movimiento Andres, ¿qué les parece?” (@movimientoandres, para los usuarios de Instagram). Hubo miradas suspicaces, ceños fruncidos y finalmente gestos de aprobación. Así, el grupo de colegas y amigos que disfrutan de su compañía y que, en el fondo, busca prolongar los encuentros nocturnos de pizzas y birras, decidieron salir una vez por mes a pegar afiches por las calles de Mercedes. Esos afiches son el resultado de una serie de tres fotos –una historia– que será la obra de cada integrante. El plantel consta de doce fotógrafos.

En reuniones similares a las del origen, definirán la temática –en marzo, por ejemplo, todas las producciones girarán en torno al título “colores de carnaval”– y surgirán nombres de fotógrafos invitados o de otras artes (escritores, pintores, etcétera).

Un patrullero se detiene. «¿Qué andan haciendo?», pregunta el policía. Ellos explican. El policía desenrolla uno de los afiches. Tiene el privilegio de ser el primero, por fuera del grupo, que ve las fotos. Después se queda mirando cómo pegan. Toma distancia para comprobar si quedaron derechos, si están parejos en distancia. Algunos transeúntes curiosos también se detienen y miran, sin preguntar. Lo mismo hará Julio, a la mañana siguiente.

Como son amigos, como disfrutan de compartir la pasión, como tienen por objetivo salir de pegatina una vez al mes, y como un mes es mucho tiempo, tendrán encuentros previos –no tan relajados– donde harán una revisión grupal del material para mantener la calidad artística.

Como juegan al vandalismo –eso de salir a oscuras, buscar paredes, lidiar con miradas extrañas– se mueven en el anonimato, en forma grupal –casi encapuchados, podría imaginármelos– y no quieren que revele los nombres. Como juegan al vandalismo, pero no son vándalos sino artistas, todo el mundo los conoce, porque la cámara los delata.

Como son artistas, y ante todo pregonan el valor estético, tratan de no “ensuciar” más las calles y eligen, para la pegatina, espacios donde ya hay otros afiches.

Julio se detiene ante las fotos. Supone que son padre e hijo. Están a punto de tirarse a una pileta. Se miran. La primera imagen sugiere que hay una charla previa, ambos parados en el borde. Julio lee la frase que acompaña la serie. No se demora más de quince segundos, quizás menos. Seguramente menos. La frase son dos líneas. Suficiente para que ese día Julio piense algo distinto sobre la relación con su hijo, o quizás con su padre.

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