Un nene se aferra al alambrado como el entusiasmo se aferra a la ilusión. Canta. Mira hacia atrás y sus ojos brillan al ver la tribuna de madera repleta. Canta con más fuerza. Se sabe todas las canciones. El alambrado le deja un surco rojizo en las palmas de sus minúsculas manos, pero no importa. El equipo está por salir a la cancha. Observa a los jugadores moverse por la otra punta, detrás del arco donde no hay tribuna. Faltan minutos para que pisen el pasto que el entorno transformó –por hoy– en «verde césped». Faltan minutos para que el estadio explote. El nene entiende bastante de fútbol pero algo, muy poco, de geografía. Lo suficiente, en todo caso, para dimensionar el hecho histórico de que el equipo de su ciudad –que su ciudad– está representando a la provincia en un torneo Nacional y que, de ser campeón otra vez, logrará una plaza para jugar en la segunda categoría del fútbol argentino.
Es el año 1993 y es probable que el nene sepa que es la primera vez que se llega a tanto, pero lo que no sabe es que esa circunstancia no se repetirá en el futuro.
En la semana previa su entusiasmo estaba potenciado por el megáfono de Roberto Lorusso, que se paseaba por la 29 comparando a la “Loba” Bomaggio con Maradona y definiendo a Raúl Lossino como un jugador de galera y bastón.
Lossino –más conocido como “Lauchón”, ya que de pibe, en el colegio Industrial, se pasaba los ratos comiendo semillas de girasol, motivo que inspiró a un compañero la comparación con una laucha y, entonces, finalmente su apodo–, encabeza la salida del equipo mientras se acomoda la cinta de capitán en el brazo.
La cancha de la Liga pasa a ser un estadio y la multitud agolpada en las tribunas se lastima las manos para aplaudir la salida del Club Mercedes, que disputará la primera llave contra Germinal de Rawson.
Veintisiete años después Raúl Lossino entra a la confitería del Club Mercedes. Lo veo caminar hacia mi mesa. Cualquiera que haya visto mucho fútbol en su vida puede reconocer en la forma de caminar –más allá del estado de los muslos– a un futbolista, y si yo no conociera al “Lauchón”, diría, de todos modos, que ese hombre ha sido futbolista. Su porte, además, ignora el paso de los años.
–Si tuvieras que rescatar cinco minutos de aquella época para revivirlos, ¿cuáles serían?
–Te diría que fue el último partido con Lezama en Chascomús. Teníamos que ir a ganar por una diferencia de 4 goles. Era el grupo final, los otros dos equipos eran Santamaría de Tandil y Kimberley de Mar del Plata. Cualquiera que ganara en ese partido salía campeón de la provincia. Nosotros dependíamos de que empataran y a la vez ganar por cuatro goles o más. Sólo clasificaba el campeón. Y bueno, se dio el uno a uno en el otro partido y nosotros ganamos cinco a cero.
–¿Tenían manera de saber cómo iba el otro partido?
-Sí, se podía enganchar una radio de Mar del Plata y se escuchaba en directo. Nosotros nos teníamos fe, el tema es que ese equipo, Lezama, que en la zona era el más débil, siempre nos había costado. En la zona previa también nos había tocado contra ellos y siempre habíamos empatado. Ese partido se abre, aparecen más espacios, porque echaron al mejor de ellos y a Daniel Maturo, el 3 nuestro. Ese día la Loba hizo cuatro goles. Cuando llegamos a Mercedes después de ese partido nos estaba esperando la autobomba y nos trajo acá –a la sede del Club Mercedes– que había montado un escenario. Vino mucha gente. Al que le gusta el fútbol, a ese equipo lo va a recordar por años.
–Recuerdo el estadio lleno en cada partido, el clima que se vivía. Son esas imágenes de pibe que no sólo permanecen firmes sino que, como los vinos, mejoran con el paso del tiempo.
–En esa época la cancha se llenaba. Iba mucha gente. Era otro contexto, no había fútbol por televisión todo el día. A Chascomús, me acuerdo, también fue mucha gente. Nos fuimos un día antes por la confianza que teníamos.
–¿Ese fue el partido del famoso “Ni Maradona, ni Batistuta, Bomaggio señores” de Lorusso?
–Claro. De hecho Roberto Lorusso se fue en auto a Rawson con Paco Contín, el dueño del Hotel Mercedes. Paco siempre lo llevaba a Lorusso. Era un seguidor importante. En la casa, Roberto tenía pintadas las paredes con los nombres de cada jugador de ese equipo. Era muy apasionado, un personaje muy pintoresco y nos seguía a todos lados, no te fallaba un partido. En esa época iba mucha gente de visitante. En Mar del Plata, me acuerdo, fueron 400, 500 personas. Es mucha gente para lo que es un equipo amateur.
–Fue histórico lo de ese año…
–Sí. Otro grupo muy bueno que se armó fue el del 83, 84. Llegamos al grupo final y nos tocó Loma Negra en pleno auge, Santamaría y Douglas Haig de Pergamino. En ese momento estaba el Metropolitano y el Nacional en primera división. De hecho Santamaría, que terminó ganando, jugó el campeonato Nacional de primera. Después de ese 83, 84, nos empezaron a respetar en serio. Éramos competitivos porque éramos más o menos el mismo grupo.
Una forma que el nene tiene de dimensionar el histórico suceso es pensar en el rival: Germinal de Rawson. Todo lo que sabe de Rawson es que está al sur del país. Y todo lo que sabe –o asocia– con el sur del país, es que hay inmensidad de tierra desértica y viento, mucho viento. Pensar en eso en pensar en lejanía, en un lugar exótico. Y jugar contra un equipo que viene de allá es batirse contra seres de otro planeta.
Tanto Lossino como el resto de los jugadores, que ahora levantan los brazos en mitad de cancha, tampoco saben demasiado del rival. La información, en esos años, es un bien escaso.
La pelota empieza a rodar con rebeldía. El día anterior había llovido demasiado y el césped amateur de la cancha no está vestido para la ocasión. El partido es parejo. Lossino maneja con criterio los tiempos de su equipo y percibe que Germinal no es un gran equipo, al contrario, los considera inferiores a Kimberley y Santamaría, que habían sido recientes rivales en la fase previa. Pero también nota que su equipo no está haciendo un buen partido, que la presión del contexto, de la euforia y la expectativa está jugándoles una mala pasada a algunos jugadores jóvenes.
El partido termina en derrota. Tres a uno. Y ahora hay que ir a ganar de visitante en una cancha de tierra que será casi de barro, por una fuerte lluvia que también caerá la semana siguiente en Rawson. Lossino y sus compañeros no saben, todavía, que la cancha de la Liga de la que se están yendo cabizbajos tras el pitazo final del árbitro, les va a parecer el Monumental comparada con aquella, en la que les tocará jugar siete días después.
–¿Ustedes sentían ese año que tenían equipo para competir fuerte?
–Sí, claro. Nos conocíamos mucho. Jugábamos de memoria y técnicamente éramos muy buenos. Pero después está el tema físico. Siempre nos preguntamos cuánto podíamos haber subido el nivel con otra preparación, con más profesionalismo. Porque vos imaginate que había pibes que laburaban en fábricas, que salían de laburar después de diez horas y tenían que ir a entrenar, y también el tema de la alimentación que en cada casa no es la adecuada, y todas esas cosas. Uno sabía que el sistema de entrenamiento de acá, comparándolo con los equipos importantes de la provincia, era totalmente distinto, ya que eran equipos que vivían del fútbol, con jugadores pagos.
–¿Hubo propuestas a jugadores de ese plantel de jugar en equipos en forma profesional?
–A Nani Sampedro lo vino a buscar Alvarado de Mar del Plata, y al Negro Espinosa, que para mí fue un delantero extraordinario, se rumoreaba que lo habían visto de Gimnasia de La Plata. Pelusa Avila, el marcador central, salió en un diario que San Lorenzo se había fijado en él. En esa época jugaba Alejandro Simionato en San Lorenzo. Mercedes no era demasiada vidriera porque no tenía nombre. Si nosotros, con ese grupo, hubiéramos salido de la Liga de Mar del Plata u Olavarría, por ejemplo, la mirada hubiera sido otra, sobre todo para los más jóvenes.
Lossino se refiere a los más jóvenes porque él, en aquel año, ya era un jugador experimentado que había debutado en la primera de Racing en el año 78, con apenas 18 años, que había compartido vestuario con jugadores de la talla de Cejas –arquero campeón mundial con Racing en el 66– o el Vasco Olarticoechea –campeón mundial en el 86–, por ejemplo, y que había enfrentado a los mejores de la época, incluyendo a Maradona.
–Cacho Respuela me lleva a probar a Racing con la cuarta. Ese día llegamos tarde y me terminé probando con la reserva. Jugué ahí y quedé. A los seis meses estaba debutando en primera. Fue todo muy rápido. Cuando debuto en primera el arquero era Cejas. Yo, siendo de Racing, lo había visto campeón del mundo cuando era un nene. Imaginate lo que fue estar ahí…
Un tiempo en el servicio militar y una lesión importante en el tobillo fueron algunas de las causas que, para Raúl, le hicieron perder terreno. Más tarde Enrique Omar Sívori, que lo había dirigido en Racing, lo lleva a Racing de Córboda donde jugó un tiempo.
–El otro día me pasaron la crónica de un partido en el año 79 que jugué contra Maradona. Yo estaba en Racing de Córdoba y entré en el segundo tiempo. Empatamos 2 a 2. A ver si la tengo… –busca en el celular el historial de los chats hasta que la encuentra y me ofrece la pantalla–. También jugué un partido de compañero con Maradona. Un partido organizado por Unicef. Era el equipo de la colimba y la base de los campeones juveniles del año 1979.
Un paso fugaz por Juventud Antoniana de Salta y la decisión de volver a Mercedes. Después viene la conformación de la familia y el ingreso al Poder Judicial.
El fútbol, ese juego que Raúl seguirá practicando, es el aroma fresco del pasto mojado, el sonido del impacto a la pelota o el murmullo de la gente ante un caño bien tirado. El fútbol, eso que los jugadores no pueden dejar, es lo que se refleja en la mirada brillosa de aquel nene apoyado en los rombos del alambrado.
Lo que se deja, lo que se abandona, es otra cosa.
–El ambiente del fútbol es muy particular y en ese momento no había representantes, que son un mal necesario. Los veteranos son complicados, cuidan sus quintitas… es complicado. Después vuelvo a Racing en el 84, cuando estaba en la B. Estuve dentro del plantel que ascendió pero casi no jugué. Y ya me quedé acá.
El partido revancha con Germinal de Rawson terminó 5 a 1 para los locales. Fue un partido que empezó parejo pero que, tras el primer gol de Germinal y una expulsión a un jugador visitante, se desencadenó en goleada.
El “Lauchón” Lossino relata las peripecias de aquellos partidos como si las estuviera viviendo y, en contrapartida, cuenta lo que yo considero su revancha personal.
–Al año siguiente, en el 94, me voy a jugar a Compañía General de Salto y ganamos la provincia con ese club, también. La ronda final se la ganamos a Alvarado de Mar del Plata, que tenía el proyecto Menotti. Ahí jugaban Barbas, Silvio Rudman, que terminó jugando en la primera de Boca, el uruguayo Trasante de dos, que había sido capitán de la Selección. Jugué todo el torneo local en Salto y después el Regional. Y cuando queda eliminado el Club Mercedes del Regional, se podía reforzar, y yo lo llevé al Negro Espinosa. Dos años seguidos gané la provincia. Y con Salto perdimos un partido increíble con Cipolleti, después de haber pasado dos rondas. Te diría que era la final de la zona sur del país.
Pasaron los años. Aquel nene del alambrado es un hombre que escribe crónicas en un diario, un hombre que camina por la calle y que se cruza, infinidad de veces, con los integrantes de aquel plantel, vecinos de la ciudad, y entonces –sólo entonces– su mirada adulta cobra el brillo de la infancia y la admiración a sus ídolos deportivos, a los jugadores de pantalones cortos que levantaban los brazos en el círculo central.