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Ámbito árabe para los procedimientos metafóricos en Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges (1899-1986). Retrato de Pablo Blasberg

INTRODUCCIÓN

Para observar la evolución de los procedimientos metafóricos en Jorge Luis Borges hemos analizado el cuento «Los dos reyes y los dos laberintos», por considerarlo inscrito dentro de un proceso escritural que responde a la estética del arabesco.

Entendemos que en la metáfora (etimológicamente, una traslación) se opera una metamorfosis que intensifica el sentido de la realidad; y se abre a la polisemia en la recepción, para ascender al nivel de símbolo en cuanto a la representación de la matriz significativa en la producción textual.

En el cuento mencionado realizaremos una aproximación simbólica desde el titulo; señalando la intertextualidad propia de las narraciones orientales; la reiteración de la construcción binaria y la interpretación de las acciones.

LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

El cuento se halla estructurado sobre una base de tipo binario, construcción que se evidencia desde el titulo. Para adentrarnos en el sentido que ésta posee es necesario acceder a la referencia simbólica que encierra la «binariedad». Dice al respecto Eduardo Cirlot: «Todos los procesos naturales en cuanto poseen dos fases contrarias, fundamentan un estado dualista. La integración de esa contradicción en un complejo superior origina un sistema binario fundado en la tensión de la polaridad». (…)

A través del desarrollo progresivo de la narración, podemos convenir con la definición anterior en que las dos fuerzas de acción formal son simétricas; aunque si consideramos el plano de la significación, vemos que éste se pone de manifiesto mediante relaciones irregulares.

Este hecho (verificable en oscilaciones temporales y tensiones simultáneas), no altera la naturaleza del sistema, ya que el misterio del dualismo es origen de toda unión y aparece en las contraposiciones de fuerzas:

LA IDEA DE LABERINTO

Según Eduardo Cirlot: «El laberinto es una construcción arquitectónica, sin aparente finalidad, de complicada estructura y, una vez en su interior, es muy difícil encontrar la salida. El laberinto terrestre como construcción o diseño puede reconstruir el laberinto celeste, lo cual tiene como consecuencia la perdida del espíritu en la Creación y la consiguiente necesidad de buscar el centro para retornar a él».

Mircea Eliade señala además que «la misión esencial del laberinto es defender el centro, el acceso iniciático hacia la inmortalidad».

PRIMER LABERINTO

El símbolo que Borges presenta al retratar al monarca de Babilonia, se ajusta al contenido de las citas precedentes pues al querer «maravillar y confundir», intenta realizar «operaciones propias de Dios», transformando su propia figura en divinidad suprema. Este laberinto intenta crear una «imago mundi» que reproduce al laberinto celestial  El rey ha decidido legar un monumento erigido para mostrar la vastedad de su poder y «deformar» el mundo hasta hacerlo apto para expresar la ecuación de igualdad entre el hombre y Dios. Esta afirmación se comprueba en el texto cuando el rey, despreciando a su homologo  árabe, lo desafía a internarse en su laberinto.

Si nos detenemos en la construcción del laberinto, a través de los datos que nos proporciona el cuento, veremos que en ella se pone de manifiesto el sentido del arabesco (típica expresión del arte islámico) con su noción de repetición y retorno sobre sí mismo, que lo hace infinito e impenetrable. En su descripción destacamos una enumeración:… «me quise perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros»… La escalera es la fractura de los niveles plásticos y hace posible el pasaje de un mundo a otro (real, imaginario, humano-divino, humano-infernal, según sea el sentido ascensional o descendente). La comunicación entre cielo, tierra o infierno; o entre virtud como fluencia dinámica en la «religatio» (rey de Arabia) y pasividad en comunicación con Dios, como pecado (rey de Babilonia) se cumple de manera elocuente en la formulación del proyecto acerca del primer laberinto.

El símbolo que Borges presenta al retratar al monarca de Babilonia, se ajusta al contenido de las citas precedentes pues al querer «maravillar y confundir», intenta realizar «operaciones propias de Dios», transformando su propia figura en divinidad suprema.

SEGUNDO LABERINTO

A diferencia del anterior, es una obra del «Poderoso» (Allah) como lo expresa el rey árabe; por lo tanto, se desprende de sus palabras que, según la disposición alcoránica, es «obra perfecta y acabada» por ser divina. De esa forma surge ante nosotros la imagen arquetípica del desierto. Es el lugar propicio para la relación divina, como ha señalado René Berthelot: «El monoteísmo es la religión del desierto».

Por ello este pasaje se convierte en el dominio de la abstracción que se halla fuera del campo vital y existencial, abierto solo a la trascendencia. Además, el desierto es el reino del sol y la sequedad ambiente es el clima por excelencia de la espiritualidad pura y ascética, de la consunción del cuerpo para la salvación, tal como leemos en el Corán: «Que no te distraiga de la Hora quien no cree en ella y se entregue a sus pasiones; de lo contrario perecerás».

Esta es la clave por la cual el rey babilónico es condenado a morir en el laberinto de arena (desierto); él ha infringido la Ley, por haber querido equipararse con Allah. El desierto aparece, en el final del cuento, como un «campus» especular que refleja, para el rey babilónico, lo que un día ordenó construir; pero en el desenlace se halla  la lejanía, símbolo especifico del mar en llamas, otro laberinto que encierra la condenación infinita.

La apreciación enunciada se apoya también en una razón de intertextualidad (típica de las narraciones orientales). Borges nos señala, a través de una acotación a pie de página, que debemos remitirnos a otro relato, incluido en «El Aleph»; se trata de «Abenjacán El Bojarí, muerto en su laberinto», en cuyo final encontramos la interpretación que estamos demostrando. Al respecto, en cuanto al uso de la acotación, nuestro autor añade en la aclaración: «Esta es la historia que el rector divulgó desde el púlpito». Por tanto, se trata de un cuento referido por otro emisor (tal vez «ficto»); entraña un concepto de la Literatura (en cuanto a la imposibilidad de la originalidad) y, por extensión, de la Vida, como texto acotado.

El desierto es el reino del sol y la sequedad ambiente es el clima por excelencia de la espiritualidad pura y ascética, de la consunción del cuerpo para la salvación, tal como leemos en el Corán: «Que no te distraiga de la Hora quien no cree en ella y se entregue a sus pasiones; de lo contrario perecerás».

LA IDEA DE REY

Representa según Eduardo Cirlot «al hombre universal y arquetípico. Derivaciones del simbolismo de rey se hallan por su correspondencia en el oro y el sol, con los que puede identificarse. Estos términos implican la idea de que el rey es el hombre sumido por lo solar, elevado a las condiciones ideales de lo áureo, es decir salvado y eternizado. El rey puede remplazar la realeza, por así decirlo, del hombre. En este caso puede atravesar por circunstancias desfavorables o penosas».

PRIMER REY

En el análisis de las figuras de los reyes podemos observar que la estructuración binaria continúa manifestándose. La primera fase opuesta, dual, en este caso, se registra en la pertenencia geográfica de cada monarca. El de Babilonia habita en una isla, mientras que el de Arabia tiene por «topus» al desierto. Babilonia corresponde además a la imagen de la existencia caída, corrupta: ciudad impla que proyectó asegurar su porvenir por medio del sojuzgamiento de sus vecinos orientales; ciudad materialista en la cual los hombres pensaron organizar su vida sin la idea de Dios. En cuanto a la isla se la asocia generalmente con soledad y muerte, aunque también significa el lugar donde se producen encantamientos, apariciones. Es decir, encierra la ley de polaridad que contrapone el mundo inferior con el superior, o ambos lados del terreno, fácilmente asociables con la idea de laberinto.

Acerca del plano actancial, el rey babilónico produce  una alteración en el orden cosmogónico al realizar su obra, ya que: primero afrenta a Dios con el cual quiere igualarse y luego humilla al rey de Arabia al intentar confundirlo y maravillarlo.

SEGUNDO REY

Su hábitat se diferencia del anterior. El desierto es el símbolo de la libertad para el  árabe pero también es el  ámbito propicio para la «accesis salvífica”. Este monarca atraviesa una serie de circunstancias adversas y debe afrontar la prueba a la cual lo somete su par, al internarlo en su laberinto, arquitectura mágica que puede concebirse como un medio que debe ser descifrado. Esta afirmación se relaciona con la idea de que el fin último del ser humano es quebrar las ligaduras del enlace entre continuidad y discontinuidad, oposición dualista que signa al macrocosmos fenoménico. Al recorrer el laberinto, el rey de Arabia experimenta la impotencia y la angustia que lo precipitan hacia una experiencia liminar. Su polaridad, en relación con su homólogo reside en su equilibrio y dignidad a pesar de la presión ejercida por la situación conflictiva, pues permanece en la humildad y en la fe, reconociendo su debilidad existencial de «creatura inferior». Su actitud concreta el principio alcoránico que determina y estipula el reconocimiento de Dios para quien es un fiel creyente. En el nivel de las acciones, comprobamos que el segundo rey: no afrenta a la divinidad y castiga al pecador por orden del Creador, como instrumento de su ira. Este monarca, además, ha salido airoso del tránsito a través del laberinto babilónico, por obra de Dios, ya que su venganza tendrá  como idea central la de castigo del Hacedor al impío.

LAS ACCIONES Y LA FIGURA

Como síntesis de lo expuesto sobre el cuento en cuestión, podemos agregar que se construye sobre dos pares de acciones binarias:

Crear  >———— > burlar

Vengar >———— > castigar

Esta estructura resume la construcción textual y la matriz de significantes. La aspiración a la síntesis de los contrarios permanece en el cuento en tanto no se resuelve de manera sobrenatural (por la intervención de la divinidad para salvar y castigar).

Por eso, el paso de la tesis a la ambivalencia es dolorosa; y el de la ambivalencia al éxtasis, difícil de alcanzar. Por ello el símbolo de la salida del laberinto por el rey árabe, alude a este encuentro de la conjunción de conciencia e inconsciencia. En la religión islámica (en la que sin duda está basado este cuento y su genotexto) la síntesis de la binariedad no se constituye en un desgarramiento dualista, sino en aspiración de lo inferior por lo superior (como ocurre en la salida del laberinto), de lo tenebroso por lo luminoso.

Finalmente, en el castigo al rey babilónico observamos la definitiva conjunción hombre-divinidad, por lo cual el ciclo binario se resuelve en la figura del Tetragrama, es decir, el nombre de Dios a quien se destina la oración: «La gloria sea con Aquel que no muere».


El ensayo publicado pertenece a un trabajo de investigación que presentara la Lic. Susana Spano en el III Congreso Afroasiático de Literatura, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en 1994 y posteriormente se publicó en la Revista «ALBA DE AMERICA». Publicación especial de literatura comparada. California, Estados Unidos.


 

Los Dos Reyes y los Dos Laberintos
[Cuento. Texto completo]

Jorge Luis Borges

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivó al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: «Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.» Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

FIN

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