El arzobispo de Mercedes-Luján, monseñor Jorge Eduardo Scheinig, presidió el 5 de septiembre en la catedral Nuestra Señora de las Mercedes, la misa exequial para despedir al arzobispo emérito, monseñor Agustín Radrizzani, fallecido el miércoles 2, por Covid-19.
Los restos de monseñor Radrizzani fueron sepultados en el altar lateral de la Catedral antes de celebrar la misa, debido a las circunstancias de la pandemia, que no permite que haya velorio. Además, se tomaron las medidas sanitarias de prevención.
Durante la celebración, el arzobispo Scheinig utilizó el báculo de monseñor Radrizzani, que quedará en custodia en el seminario arquidiocesano Santo Cura de Ars. La misa fue transmitida por el canal de YouTube del arzobispado.
En la homilía, fueron transmitidas las palabras del padre salesiano Luis Timossi, actualmente docente en el Centro de Formación Regional de Quito, Ecuador, y uno de los principales especialistas en Don Bosco. Compartió con monseñor Agustín el camino formativo desde el aspirantado (seminario menor).
Además, estudiaron juntos Teología en Turín, y a su regreso compartieron el trabajo en las casas de formación de San Miguel, en La Plata, y el Oratorio Centenario Don Bosco, en Avellaneda. Cuando el padre Agustín fue nombrado provincial, el padre Timossi fue su vicario y delegado de la Pastoral Juvenil.
En la homilía, fueron transmitidas las palabras del padre salesiano Luis Timossi, actualmente docente en el Centro de Formación Regional de Quito, Ecuador
En sus palabras, el padre Timossi recordó el lema episcopal de monseñor Radrizzani: “Nosotros hemos creído en el Amor”, y señaló que esa frase “ha sido la experiencia más profunda de su vida y quizás el rasgo más saliente de su testimonio de creyente”.
Desde niño, recordó, su personalidad tenía un rasgo compartido con su santo patrono, al que su padre Gaspar le tenía una gran devoción. Agustín, señaló el padre Timossi, “fue siempre un buscador de Dios”. Desde el colegio y el seminario menor, donde ingresó para seguir su vocación, “Agustín era poco práctico, y poco amante de la recreación deportiva”, y los libros, “especialmente las vidas de santos y los de meditación, eran su entretenimiento”, destacó.
“Don Bosco, el fundador de la Familia Salesiana, lo atraía profundamente, lo había aprendido a querer y a imitar, aunque sentía que la manera de presentarlo en aquella época, no satisfacía sus ansias de vida espiritual”, subrayó el sacerdote.
“Realizando ya sus estudios de teología en Turín (Italia), en preparación al sacerdocio, descubrió con otros compañeros, algo que hoy parece quizás obvio, pero que, en aquella época inmediatamente posconciliar de los años 60, no era tan evidente: que Dios es amor, que Dios nos ama. Esta experiencia fue como una chispa que revolucionó su existencia”, aseguró.
“Nos cuenta un compañero de esa época: ‘Comenzamos con Agustín, a vivir todo desde y en el amor de Dios. Descubrimos que sólo importa amar, porque el que vive en el amor, vive en Dios. Comprendimos juntos, con maravillada alegría, que eso que intentábamos vivir constituía el corazón y el alma de nuestro padre don Bosco. Ahí entonces nos ‘hicimos salesianos’, desde la perspectiva de que nuestra vocación en la Iglesia, no es otra cosa que ser signos y portadores de ese amor de Dios, que experimentábamos vivo y presente en medio nuestro. Nos ayudábamos a vivir en el amor y a recomenzar cada vez que nos descubríamos fuera de él”, recordó.
“Su lema episcopal no parte por tanto de una idea o una reflexión, sino de una experiencia que le penetró en los huesos, como nos decía hace poco el profeta Jeremías: era ‘como un fuego ardiente metido en mis huesos’”, aseguró el sacerdote.
Por otra parte, hizo hincapié en sus años como formador de jóvenes, y señaló que esos jóvenes testimonian hoy que “se han sentido amados, escuchados, comprendidos e iluminados por su propio modo de amar, que se fue haciendo cada vez más paterno, sabio y alegre. Agustín fue un maestro del acompañamiento”. E incluso aseguran: “Con él aprendimos a amar”.
“Siendo superior de los Salesianos y luego pastor de tres diócesis amadas por él, su trabajo de animación y gobierno lo hizo consistir sobre todo, en vivir lo que él era: amó, escuchó, se hizo cercano, especialmente de los pequeños, los más pobres y los más sufridos, que encontraron en él un padre comprensivo y abierto”.
“Aunque a algunos le parecerá quizás sorprendente, a Agustín le costó ser superior salesiano, y luego ser nombrado obispo. Él consideraba que eso no era lo suyo, lo sufría. Gozó en cambio la época de maestro de los jóvenes novicios”, relató Timossi en su carta. “Siendo superior de los Salesianos y luego pastor de tres diócesis amadas por él, su trabajo de animación y gobierno lo hizo consistir sobre todo, en vivir lo que él era: amó, escuchó, se hizo cercano, especialmente de los pequeños, los más pobres y los más sufridos, que encontraron en él un padre comprensivo y abierto”.
Finalmente, reseñó una anécdota: “Muchos testimonios se podrán recoger en este sentido sobre su vida, como el que narró en una homilía y que dejamos como un icono de su modo de amar. Llegando nuevo a una diócesis y caminando la ciudad, vio un negocio de antigüedades, bastante venido a menos por cierto. Y como entre las cosas arrinconadas y enmohecidas de la sacristía había visto unos candelabros viejos, pensó en llevárselos al dueño de dicho negocio».
Allí fue con su paquetito y le dijo al señor que esto quizás le podrá ser más útil a él para sacar unos pesitos. El hombre lo miró extrañado y le dijo: pero yo a usted lo reconozco, ¿usted no es el obispo nuevo cuya foto está en todos los afiches por su toma de posesión de la diócesis? Sí, le respondió Agustín. El hombre quedó maravillado.
Al día siguiente monseñor Agustín estaba en su despacho y le anuncian que un señor quería hablar con él. Hágalo pasar, respondió. Era el del negocio de antigüedades. Lo hizo sentar y el señor muy emocionado comenzó a decirle. Yo estaba muy decepcionado con mi vida, el negocio no andaba para nada, y estaba en un momento depresivo en el que pensaba que era mejor quitarme la vida. Y llegó usted con el paquetito de candelabros viejos. Yo soy judío y usted obispo católico y vino personalmente a traerme ese obsequio. He venido a agradecerle, porque su visita me abrió los ojos y veo que la vida tiene sentido y vale la pena vivirla cuando hay personas como usted”.
“Monseñor Agustín Radrizzani nos deja pues este legado: creamos juntos que Dios nos ama, y hagamos del amor nuestro modo de vivir, para que nuestro mundo se reconstruya sobre la base del sueño-mandamiento de Jesús: Padre, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea”, concluyó.