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Me entreno para estar despierto

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Me entreno para ver, cada día, nuevas calles, nuevos barrios, nuevas casas. Me entreno para reconocer una fachada remodelada, una casa en demolición, el esqueleto de un futuro edificio.

Me entreno para ver nuevos grafitis, tapiales tristes con pintura de aerosol fresca. Me entreno para contar nuevos faroles y focos quemados en la 29, y para oler el pasto recién cortado en el boulevard de la 40. Me entreno para señalar nuevos juegos en una plaza y para percibir el deterioro de las viejas hamacas, de las calesitas que no giran.

Me entreno para reconocer cuándo dos personas caminando son un personal trainer y un cliente.

Me entreno para descubrir nuevas calles pavimentadas y para darme un sacudón con un bache imprevisto.

Me entreno para señalar nuevos juegos en una plaza y para percibir el deterioro de las viejas hamacas, de las calesitas que no giran.

Me entreno para descubrir nuevos funcionarios cruzando la plaza San Martín y viejos clientes en Los Bajos.

Me entreno para reconocer turistas perdidos buscando el número de una calle y para sorprenderme cuando me preguntan cómo llegar a algún lugar.

Me entreno para asombrarme cuando la cola del semáforo se extiende a dos cuadras, para prestar atención a los artistas cuando estoy delante y para tener siempre billetes en el auto.

Me entreno para identificar autos último modelo y para ver nuevos padres paseando a nuevos hijos.

Me entreno para darme cuenta que los chicos ya no juegan en la calle, ahora piden.

Me entreno para que un anciano sentado en la plaza no sea una postal y para saber cuando abre un nuevo hogar.

Me entreno para indignarme con las colas en los cajeros y para contar con melancolía que ya no se puede estacionar.

Me entreno para ver en las mañanas una ciudad del conurbano y en la siesta un pueblo del interior.

Me entreno para percibir los árboles podados de la 17 y para tropezar cuando las raíces de esos árboles levantaron la vereda.

Me entreno para ver en las mañanas una ciudad del conurbano y en la siesta un pueblo del interior.

Me entreno para dar piedra libre a un nuevo supermercado chino.

Me entreno para mirar los techos de la 25 y contemplar los restos de fachadas antiguas.

Me entreno para ver las mismas caras a la misma hora en el mismo café.

Me entreno para perderme en nuevas calles, para descubrir loteos y campos escondidos y para pensar, cada vez, qué rápido crece Mercedes.

Me entreno para asombrarme cuando los corsos rebalsan de gente y me siento un extranjero.

Me entreno para decepcionarme cuando un foráneo nombra un mercedino y el apellido me hace agua.

Me entreno para sentirme ajeno a la muchedumbre de un bar nocturno, para decir, al día siguiente, que no había nadie y para reírme de esa estupidez.

Me entreno para ver la Trocha sin trenes y para recordar las barreras bajas de la 29 y 42.

Me entreno para nombrar a ese kiosco como el de la ex estación de servicio y me entreno para odiarme cada vez que lo digo.

Me entreno para decirle a la nueva generación qué grande que estás, vos no te acordás de mí, pero yo tal cosa.

Me entreno para ser igual de decadente, para envejecer como lo hicieron ellos, y me entreno para escapar de esa tragedia.

Me entreno para ver los clubes vacíos sin sufrir un ataque de nostalgia. Me entreno para entender que los clubes de ayer son los bares de hoy.

Me entreno para divorciarme, cada día, de aquel pueblo de mi infancia y para que el divorcio no me sea indiferente. Me entreno para aprender que el tiempo no es el reloj, sino el cambio. Me entreno para sentir que la ciudad es la misma pero es otra.

Me entreno para no ser el mismo y me entreno para no dejar de recordar.

Me entreno, entonces, para estar despierto.


Las pinturas que ilustran esta nota son de Jorge Swinnen

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