La gran pandemia que se desencadenó en el 2019, cuyo efecto aún perdura con características de remezón, trajo también la ilusoria esperanza de que es necesario cambiar. Hasta el más distraído sabe que siempre haciendo lo mismo no se puede obtener resultados distintos, salvo que medie un accidente.
Para los estudiosos del medio ambiente, está claro que el comportamiento sistémico adoptado para actuar sobre la naturaleza, es el factor principal causante del cambio climático y que precisamente ese cambio produjo la transformación y la desaparición de especies. En el primer caso por el reacomodo en el proceso de adaptación, y en el segundo por la desaparición de las condiciones de reproducción de la vida que se tornó insoportable para muchas especies.
Este sería el contexto general en el que emergió el virus, todavía incontrolado y que puso en vilo la supremacía insolente de la especie humana. La Organización Mundial de la Salud (OMS) después de mucho tiempo logró la autorización de China para que una comisión científica estudie el verdadero origen del virus, aunque por ahora no se conocen resultados.
Sólo a meses de la aparición del Covid-19 los satélites mostraban marcadas caídas en la contaminación del aire, principalmente en focos en donde la infección alcanzó ribetes desmesurados. En el mismo sentido muchas especies de animales silvestres osaron internarse en algunas ciudades. Estos indicadores confirmaron que la acción humana es un factor determinante en la alteración de los procesos naturales y del ambiente. Estos fenómenos se hicieron visibles claramente con la reducción de la actividad, la que por momentos se redujo a cero.
Paradojalmente, los entendidos en temas ambientales comprendieron el fenómeno, como algo que ofrecía una faceta esperanzadora en una historia que, por lo demás, se mostraba desconcertante y sombría, aunque tenían claro que las imágenes satelitales representaban un gráfico recordatorio y demostrativo de la crisis climática, por lo que preanunciaron que terminada la pandemia seguiría su curso.
A la luz del acontecer reciente, cuando se avizora el declive de la pandemia, empiezan a aparecer paradigmas ilustrativos que hacen pensar que es muy poco lo que se ha aprendido, o por lo menos, no se ha valorado bien lo sucedido, lo que diluye la posibilidad de que en un futuro cercano se asuman conductas ambientalmente sustentables. Tanto es así que los principales líderes mundiales no han demostrado tener interés en encontrar soluciones.
Recién ahora el presidente de los EE.UU. Joe Biden propone organizar una Cumbre sobre Cambio Climático para abril de 2021, a la que ha invitado a participar al Presidente de la Argentina.
Un ejemplo ilustrativo y reciente ofrece la denominada “Guerra de las vacunas”. Este hecho ha dado cuenta que algunos de los países ricos han comprado 8 veces más dosis que las necesarias para vacunar a toda su población, en tanto que informaciones recientes aseveran que en África aún no ha llegado una vacuna. En países como los nuestros, los sudamericanos, aunque las reciben a cuentagotas, no han podido librarse de los acomodos y se han vacunado séquitos enteros. Por más que determinaron claramente las prioridades por grupos etarios, morbilidad y hayan quedado en el camino miles de muertos.
Un ejemplo ilustrativo y reciente ofrece la denominada “Guerra de las vacunas”. Este hecho ha dado cuenta que algunos de los países ricos han comprado 8 veces más dosis que las necesarias para vacunar a toda su población, en tanto que informaciones recientes aseveran que en África aún no ha llegado una vacuna.
El regreso del gigante norteamericano a la OMS y al Acuerdo de París, que firmó en el 2015 y del que posteriormente se retiró en el mandato de Donald Trump, no parecen por sí mismos ofrecer soluciones en el corto plazo. La pandemia del Covid-19 asoma quizás como la última señal que avisa, a través de sus víctimas, la carencia de iniciativas globales para enfrentar los problemas ambientales que avizoran un futuro para nada promisorio.
Por ahora nada hace pensar que será fácil salir de la pandemia, mucho menos salir incólume, más aún cuando la solución debe ser colectiva.
Nadie estará libre mientras en algún lugar del planeta permanezca un foco infeccioso por más pequeño que sea, por lo tanto la solución debe ser global.
Si tenemos en cuenta que, según datos de la ONU, la población mundial en 2021 es de aproximadamente de 7730 millones de personas, se hace necesario contar con la infraestructura necesaria para atender a toda esa población.
Si tenemos en cuenta que aún no se ha podido resolver el problema de los residuos que se generan por la forma de producir y consumir, habrá que sumar, además, la manera de controlar los desechos de la pandemia.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente destaca que durante el actual brote de coronavirus se produce una gran cantidad de desechos como guantes, mascarillas o materiales de protección infectados. El manejo seguro de esos desechos biomédicos y sanitarios es esencial para la salud comunitaria y la integridad del medio ambiente.
El mismo programa advierte que “Por el contrario, el manejo incorrecto de tal volumen de productos puede llegar a ocasionar «un efecto de rebote», tanto en la salud de las personas como al medio ambiente, y de ahí la vital importancia sobre su gestión y disposición final de forma segura como parte de una respuesta de emergencia efectiva.”
Si tenemos en cuenta que aún no se ha podido resolver el problema de los residuos que se generan por la forma de producir y consumir, habrá que sumar, además, la manera de controlar los desechos de la pandemia.
Como los efectos de la pandemia abarcaron todos los ámbitos de la vida, cuyos efectos aún no han sido cabalmente dimensionados, no puede eludirse la creación de instituciones globales de carácter científico, de acumulación y sistematización de conocimiento de este tipo de fenómenos, abocadas a la vigilancia y al monitoreo permanente, con el fin de evitar el ataque sorpresivo y controlar la velocidad de propagación con que se manejó el Covid-19.