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Intimierdades, un intento de teatro

Después de una semana que –como todas las personas– estábamos cansados de prender la tele y consumir mierda, decidimos ir a ver Intimierdades. Un grupo de gente querida propone sacarnos de la tragedia cotidiana y hacernos reír por un rato con seis monólogos que son bastante más que, como ellos dicen, “un intento de teatro”.

Al entrar a la Cultural Dumer los pocos asientos permitidos –protocolo obliga– estaban ocupados. Solo un sillón de tres cuerpos en la primera fila –sí, un sillón– estaba libre. Allí fuimos, para no perder la sensación de estar en casa.

Hay que tener muchas ganas para hacer teatro en este contexto, pienso mientras veo en el escenario el montaje de un baño esperando a los actores. La compañía que presenta la obra se llama “De por qué seguimos” y Carolina Ezcurra, una de las integrantes, me contará la historia.

“De por qué seguimos está relacionado con una obra de Ignacio Masjuan llamada “De por qué nos matamos”. En el 2018 la obra se estrena en La Dumer y en el 2019 él se tiene que ir de Mercedes. Algunos integrantes de ese elenco querían continuar y ahí me suman para tener una mirada externa. Hubo algunos cambios. En ese momento entra también Lucila Matteucci y Damián Tilli. La pregunta era cómo seguimos, por qué y para qué seguimos. Así se fue gestando”.

Ricardo Boffi es el primero que sale a escena. Me cuesta reconocerlo. No sólo por la personificación sino también por el gesto. Está contento, se divierte. Juega al actuar, no le teme al personaje bastante patético que representa. No le teme al ridículo. Entonces se escuchan las primeras risas que se repetirán durante toda la obra. Rompe el hielo con muecas psiquiátricas y genera un clima cálido, de cálida distancia, diría, para que nadie se espante.

“Los integrantes somos Ricardo Boffi, Patricio Uncal, Lucila Matteucci, Damián Tilli, Dulce Santi, Mariano Anido y yo”, retoma Carolina. “También hay manos amigas que acompañan y ayudan como Luján Biaggini y Rulo Godar”.

Qué difícil es hacer reír en este contexto, pienso mientras Damián Tilli lleva adelante el segundo monólogo donde poco a poco se va transformando en un payaso triste. Qué difícil, no sólo por el bombardeo constante que apunta al aplastamiento anímico, sino por los protocolos vigentes para el teatro. Si solo el treinta por ciento de la capacidad puede asistir y hay que estar separados por dos metros, la sala queda muy desierta y uno demasiado expuesto –y demasiado solo– si larga la carcajada. La gente, imagino, se cuida más –también– en expresar las sensaciones.

“En el 2019, terminando el proyecto de la segunda versión de Por qué nos matamos empezamos a hablar de cómo podíamos conformarnos como compañía y a dónde queríamos ir. Estábamos muy embalados hasta que llegó el 2020 y con la pandemia se nos bajaron las energías, pero enseguida remontamos, dijimos no, tenemos que seguir haciendo honor a nuestro nombre. Incursionamos en llevar el teatro a la virtualidad e hicimos dos micro obras, Transferencias I y II a través de Zoom. Fue aprender un lenguaje nuevo, todo muy nuevo, una experiencia muy interesante”, cuenta Carolina.

Ya estamos en el tercer monólogo y la sala parece el living de una casa. Escucho, desde mi sillón preferencial, las risotadas desinhibidas y las onomatopeyas que acompañan el texto ingenioso que juega con el lenguaje al estilo Les Lutiers del personaje representado por Lucila Matteucci. Por momentos se pierde esa división imaginaria entre el público y la escena y la vemos tentarse por las risas que se escuchan o por su propia representación, o por ambas cosas. Está disfrutando, la está pasando bien, como cada uno de ellos, como cada uno de nosotros.

Hay en las redes un pequeño texto de Lucila que nos cuenta, a su modo, de qué se trata este grupo de teatro:

…Hacemos desde el corazón, con los pies en el aire y las manos en la tierra. hacemos teatro desde antes de conocernos y seguimos. Porque nos unimos como piezas atraídas por una fuerza de gravedad desconocida y fuimos encajando en el andar. Mientras tanto, nos pulimos los unos a los otros, nos desconcertamos y reconocemos a la vez.

De por qué seguimos, es eso: una compañía de teatro o mejor dicho, una forma que encontramos de hacernos hacer, de ponernos en riesgo de manera conjunta, de enseñarnos y hacernos crecer desde el arte escénico y a través de él.

De por qué seguimos, es el principio de una respuesta que todavía no logramos cerrar y esperamos no hacerlo nunca…

Es el turno de Carolina Ezcurra, un ama de casa peronista y delirante que habla por teléfono con su analista. No hace falta raspar mucho para descubrir que detrás del tono de comedia en cada monólogo, hay personajes desgraciados y solitarios que buscan, de un modo que conmueve, sobreponerse a su condición y adaptarse al ambiente. Cualquier semejanza a la realidad, es pura coincidencia.

“En enero recibimos una propuesta de Silvia Di Césare para participar de un ciclo de teatro bajo las estrellas. Empezamos a buscar material y a cranear qué podíamos hacer. Entonces nos encontramos con estos micromonólogos, que es una selección hecha por Mauricio Kartun. Son textos que nacen de la cátedra de creación colectiva de la facultad de arte y él hizo la recopilación y la edición”, dice Carolina.

El último monólogo llevado a cabo por Patricio Uncal no es, sino, un reflejo de estos tiempos. Un muchacho que lleva más de dos días encerrado en el baño por su propia madre da vueltas por ese espacio ínfimo sin saber qué hacer, dónde sentarse –cómo sentarse–, dónde poner las manos y cómo depositar su cuerpo –esa masa sobrante que no pertenece a ese lugar–, suplicándole a la madre que lo deje salir. Otra vez, cualquier semejanza a la realidad, es pura coincidencia.

“Los textos nos parecieron muy buenos y cada uno eligió cuál quería trabajar desde nuestras casas con videollamadas. Los monólogos tenían que tener algún hilo conductor y un lugar, encontrar el espacio desde donde accionar. Y el baño nos pareció muy divertido y que iba bien con los monólogos elegidos, nos ampliaba el juego de poder llevar a escena los textos desde otro lugar y no dejarlos solamente desde el decir. Fue una construcción grupal”, explica Ezcurra.

Los aplausos del final hacen olvidar la distancia en la que vivimos. Los actores saludan y durante una hora todo ha parecido –extraordinariamente– muy normal.

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