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“A la gente apasionada le encanta contar sus historias”

Quizás no lo sepa, pero Marcelo Silva va por la vida en búsqueda del tesoro, como lo hizo Jim Hawkins, el protagonista de la clásica novela de Stevenson “La isla del tesoro”.

Quizas él no lo sepa, pero a diferencia de Jim Hawkins, no encontró el mapa que lo lleve a una isla desierta donde se encuentra el cofre, sino que lo va construyendo y diseñando a cada paso, como la foto familiar de Marty McFly en “Volver al futuro” al ver el primer beso de sus padres.

Nació en Catamarca, vivió en Alta Gracia (Córdoba), después en Salta y a los doce años desembarcó en Mercedes donde hizo la secundaria. Más tarde se radicó en Capital Federal donde estudió Administración y empezó a trabajar. Fueron dieciséis años. Tiempo necesario para forjar esa decisión, la más importante de su vida, la de enrollar el mapa aún incompleto y zarpar a su isla desierta, esa isla que escapa a cualquier ubicación satelital.

–Me tomé el trabajo para que me echaran y con esa plata me fui a recorrer el mundo. Cuando empecé a viajar le tomé ese gustito a la libertad, a despertarme todos los días en un lugar distinto. Sentí una libertad como no había sentido nunca. Recorrí todo el sudeste asiático: Tailandia, Malasia, Indonesia, Vietnam, Singapur, Camboya, Laos, hice el tren transiberiano hasta San Petersburgo. Allí cumplí uno de mis sueños, hacer el recorrido literario de la novela Crimen y castigo de Dostoievski. Mi idea del viaje era escribirlo ¿Qué le pasa a una persona encerrada en una oficina que lo largan a recorrer?

Quizás no lo sepa, pero no era en aquella isla de Tailandia –similar a la que había imaginado hace mucho tiempo, cuando leyó de chico la novela de Stevenson– en la que vivió tres meses, donde encontraría su tesoro.

Ese fue el escenario de una aventura extrema, condimento necesario para una buena novela donde la vida del protagonista agoniza. Allí, en ese entorno paradisíaco, donde tenía amigos, donde había tomado el hábito de nadar, cada día, con tortugas y tiburones, donde proyectaba la posibilidad de quedarse más tiempo y trabajar haciendo tours, se desarrolla el capítulo en el que le picó el mosquito del dengue y entonces la fiebre alta, el delirio, y la muerte como una opción real y cercana.

Recorrí todo el sudeste asiático: Tailandia, Malasia, Indonesia, Vietnam, Singapur, Camboya, Laos, hice el tren transiberiano hasta San Petersburgo. Allí cumplí uno de mis sueños, hacer el recorrido literario de la novela Crimen y castigo de Dostoievski. Mi idea del viaje era escribirlo ¿Qué le pasa a una persona encerrada en una oficina que lo largan a recorrer?

Quizás no lo sepa, pero ese capítulo en el que lo llevan en ambulancia hasta el muelle —porque en la isla no había donde internarlo–, lo suben a un barco con el cuidado necesario porque la menor herida, el mínimo raspón, puede llevarlo a la ironía de morir desangrado (ya que el dengue no permite que la sangre coagule) y lo llevan en otra ambulancia a una clínica donde permanece internado durante una semana, ese capítulo, decía, fue necesario para replantear el mapa, para repensar el diseño y seguir en la búsqueda de un tesoro.

Las cosas empiezan, siempre, con el primer paso:

— Romper la estructura, eso es lo más difícil. Después empezás a sentirte libre y es más fácil. Eso de estudiar, casarte, comprar una casa, un auto para ser feliz. Además de romper con eso tiene que haber un sentido de la curiosidad, de disfrutar de vivir, y el sentido de la aventura, disfrutar lo desconocido. Las ganas de tener el espíritu libre, salir de la jaula. Hay personas que no se animan a abrir la jaula por miedo a dar el primer paso… miedo a viajar sola. Cuando descubrís qué hay más allá de la jaula, no volvés más. Yo nunca estuve solo mientras viajaba, por más que viajé solo. Paradójicamente, cuando yo vivía solo en Buenos Aires me sentía más solo que viajando por el mundo. Viajando nunca me sentí solo, te contactás con personas interesantes que están más o menos en la misma que uno y eso te enriquece. La riqueza en la diferencia es un beneficio constante.

Paradójicamente, cuando yo vivía solo en Buenos Aires me sentía más solo que viajando por el mundo. Viajando nunca me sentí solo, te contactás con personas interesantes que están más o menos en la misma que uno y eso te enriquece. La riqueza en la diferencia es un beneficio constante.

Quizás no lo sepa, pero Marcelo, que deseaba ser escritor –inventar nuevos mundos, crear personajes complejos–, lo está siendo de un modo distinto.

— Yo quería ser escritor y empecé a hacer talleres literarios en Buenos Aires. Publiqué un libro de cuentos y uno de poesía. Cuando me fui de viaje empecé a escribir un libro. Y en el segundo viaje empecé a filmar. La escritura se despierta con la lectura. Una vez nos hicieron leer la isla del tesoro y cuando empecé a leer eso dije ¡guau, estoy haciendo mi propia película, al personaje lo pienso como quiero y la isla es como se me ocurre a mí! A partir de ahí no dejé de leer nunca.

Volvió en el 2018 a hacer un viaje similar. Sudeste asiático, Europa oriental. Se compró una buena cámara, una GoPro y una computadora acorde a sus pretensiones de registrar, filmar y editar todo. Volvió para pasar las fiestas del 2019 con sus padres en Mercedes y con los planes de viajar en mayo del 2020 a España, Marruecos, Egipto, Turquía, Jordania y Georgia –“ya conocía Asia, Europa, América y me faltaba oriente medio”–. ¿Planes, dije? El plan que pensaba dibujar en el mapa del tesoro se esfumó, caprichosamente, a causa de la pandemia. Pero nuevas rutas lo esperaban.

— Lo primero que filmé en Mercedes fue Lesionados por el corcho en el carnaval del año pasado –a días del comienzo de la cuarentena–. Me sumergí en ese mundo y descubrí que la pasión que tenían todas esas personas era un universo fabuloso. Me contagié de una energía muy linda de la gente y descubrí un mundo que desconocía. “Si hay eso acá, puede haber muchos universos como ese”, me dije. Entonces fui al museo de La Trocha y hablé con un apasionado de los trenes, fui al Aeroclub y estuve con la gente apasionada de los aviones y encontré historias geniales. Conocí a un señor que fabrica aviones, ¡una persona en Mercedes que fabrica aviones! Fui al Trompezón y la mujer me contó unas historias increíbles, y así. A la gente apasionada le encanta contar sus historias.

Quizás Marcelo no lo sepa, pero ver tantos videos en su canal de YoutubeMares infinitos” (mismo nombre para todas las redes sociales), donde muestra con la mirada virgen del turista tantas historias y lugares mercedinos, junto a otros videos de lugares del mundo, de viajes, de paisajes, de kilómetros, me impresionó, y entonces, la pregunta ¿y este muchacho quién es?

— Jugar a descubrir lugares así está buenísimo. Vas conociendo y descubriendo montones de historias y a la vez necesitás investigar, leer sobre esos lugares. Salí en bicicleta, por ejemplo, y encontré el Puente del Cañón, y era tan lindo que se me ocurrió hacer un ranking de los puentes mercedinos y nadie sabía los nombres de ellos. Fui a catastro, a obras públicas… después me encontré con los Amigos del río Luján, fui al museo Miguez… me contaron la historia de San Patricio… no puede ser que ese reloj esté en Mercedes ¡es una joya! –refiriéndose al reloj de la Iglesia San Patricio–. Todo lo que hacía viajando lo estoy haciendo acá, con otros ojos. Estoy disfrutando estar acá.

Quizás no lo sepa, pero el mapa se está completando y no hay tesoro en un punto fijo, no hay un plano con una cruz debajo de una palmera donde cavar, no hay nada enterrado por encontrar, no hay una riqueza que nos espera en un cofre encadenado.

En todo caso, ese tesoro, esa riqueza, es la búsqueda en sí.

— Si el lugar me interesa por la historia que tiene, entonces me quedo. Pero no tengo un lugar fijo para viajar, voy viendo lo que surge en el momento. La libertad es no tener un destino fijo, sino construirlo en cada momento. Esa sensación está buenísima. Tratar de ver la belleza en cada lugar donde uno anda, es un ejercicio muy lindo. Pasa lo mismo con las personas. Eso es una riqueza que está oculta y uno alumbra lo que está escondido. Yo me puse un objetivo bastante alto, demostrar que se puede vivir de lo que uno quiere.

Quizás Marcelo Silva no lo sepa. Pero lo intuye.

 

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