Cuando era chica, escuché esta frase. Se le atribuía a un intendente municipal de esta ciudad, que repitió muchos mandatos y fue bastante acertado en sus políticas, a pesar de este desatino verbal y –sobre todo– considerando todo lo que vino después. Y no porque se haya muerto se dirá que fue mejor, porque dislates y mezquindades también se registran de aquellos años.
En mi inocencia infanto-juvenil, creía que la frase se refería al ahorro: mejor dicho, al desaliento frente al valor del ahorro. Recordemos que en esos tiempos teníamos una Libreta de Ahorro del Correo Argentino, adonde depositábamos las monedas y pesitos de papel que nos regalaban, pensando en “el futuro” y porque el peso tenía un valor estable. No hablo del siglo XIX, pero sí del siglo pasado. Pensaba entonces: “Este señor no es partidario del ahorro. Prefiere que gastemos estos dineritos.”
Años más tarde, me explicaron que aquel gobernante local no se refería al ahorro, sino a una política de obras. Él quería decir que no vale la pena hacer obras públicas que no se vean (bajo tierra), sino sólo las que deleitan los ojitos de los habitantes que pululan por las calles. Y –por lo visto en los últimos veinte años– sus sucesores aprendieron bien el mensaje, lo encarnaron con pasión y fiereza, le fueron y le son fieles hasta los tuétanos.
Sólo quisiera saber si esos mismos gobernantes –los pasados y los presentes– cuando se les raja o quiebra el techo de sus respectivas casas, miran hacia otro lado y se dirigen a comprar cortinas nuevas para sus dormitorios y salas de estar. O si –por el contrario– rápidamente llaman al techista para que resuelva el problema que los acucia. Ni qué decir si, en lugar del techo, se les revientan los caños de las cloacas de su domicilio. ¿Comprarían raudamente pensamientos y lavandas para los canteros y macetas de sus jardines o saldrían desesperados en busca del cloaquista de confianza para que los salve de semejante trance?
Creo que no hay muchas opciones racionales: solucionarían el motivo de sus contratiempos y dejarían para mejores tiempos las cortinas y las plantitas. No considero para nada aventurado acceder a esta conclusión.
Sin embargo, cuando se trata de políticas públicas, proceden de manera muy desigual. Hechos a la vista.
Hace aproximadamente veinte años, los caños que transportan el agua potable por las cañerías ubicadas al fondo de la zanja que corre por la calle 108 entre 125 y 139 de nuestra ciudad en dirección Oeste/Este se encuentran dañados de tal manera que pierden agua potable en forma continua. Pueden observarse a simple vista los “borbotones” en todo el trayecto referido. El problema ha sido presentado por los vecinos mediante notas de reclamo que generaron expedientes municipales, mediante denuncias en diversos medios periodísticos locales, tanto en forma individual como colectiva. Hasta el anterior Intendente local, hoy Diputado Nacional, recorrió el sector en compañía de seis funcionarios y empleados municipales y de tres vecinos de la zona, entre quienes me encontraba. Corría diciembre de 2011. Entre los técnicos que acompañaban al otrora jefe comunal, figuraban los del área de Agua Corriente, quienes – sensatamente– contradijeron una propuesta improvisada por aquel, ya que explicaron que si se colocaban “parches” en las roturas sólo se lograría su traslado a otra parte del mismo caño, ya que estaban inutilizables y requerían reemplazo.
En estos diez años, se han repetido los reclamos. El grupo “Amigos del Barrio San Jorge” volvió a plantearlo en el expediente 482/2021 (punto 8). A la fecha, el agua sigue “perdiéndose” y la calle 108 continúa arruinándose, con el fluido permanente. Algunos de los vecinos hasta han considerado irónicamente bautizar el curso de agua potable como “Arroyo del Barrio San Jorge”, único en su especie justamente por el tipo de líquido que lo conforma.
Es indignante. Mientras esto sucede, mientras en barrios del casco céntrico desde hace tres años todas las mañanas se corta la provisión de agua potable, mientras en primavera y verano muchos mercedinos se quejan por la falta de presión en la provisión de agua, mientras la falta de este vital elemento azota a vastas poblaciones de hermanos argentinos… acá se gastarán 28 millones de pesos en una intervención urbanística en la calle 25, se colocan farolitos, plantines en cajones y canteros en avenidas.
La plata se entierra. Cuando hay prioridades bajo tierra, la plata se entierra.
Mónica Tirone es docente jubilada. DNI 10826989.