“Ha vuelto a casa”, como dice un amigo común al otro lado del Atlántico.
Su vida y su muerte, el modo como transitó sus adversidades y sus pesares, los dolores y los sinsabores, nos han dejado a todos enseñanzas valiosas.
Dueña de una humildad ejemplar, nunca altisonante, nunca grandilocuente; siempre modesta, pero siempre expeditiva, valiente –muy valiente–, decidida y proactiva. Poseedora de una dulzura esencial que suavizó nuestras broncas y que brilló todos los días en esa mirada clara y amplia con la que observó el mundo.
Hijos, nietos, nueras –¡esa familia digna que construyó!–; hermanos, sobrinos; amigos, compañeros de escuela y de trabajo, todos, podemos dar gracias a Dios, a la Vida o al Universo (como cada uno quiera llamarlo) por haber contado con ella. No todo el mundo tiene, en esta vida, un privilegio así.
Como madre, como abuela, como maestra, como amiga, podría habernos tocado uno de esos tantos seres despreciables que pululan por ahí. Pero nos tocó María del Carmen, que nos hizo agradable el tránsito en este pedacito de planeta que nos tocó compartir.
Con su risita suave y con su carcajada abierta, con la sonrisa instalada, nos abrazó cada día.
Hemos aprendido mucho de ella y con ella.
No pertenece al sector de seres que ostentan grandes mausoleos o monumentos. Pertenece al equipo de las grandes PERSONAS, con mayúsculas. Es sencillamente María del Carmen. María.
Valió la pena su paso por este mundo.
Mónica L. Tirone. DNI 10826989