Marcelo “Machu” Mandaglio (55) es una suerte de juglar moderno mercedino que trasciende a las generaciones al que hace tiempo no se lo veía por las calles, su lugar de pertenencia. Pero ahora comenzó a salir de a poco, luego de estar –como el mismo define– encerrado y en el campo, retirado haciendo huerta e introspección, a causa de la pandemia.
“Ey, Machu. Cuánto hace que no te veía”, le dice alguien en pleno centro. El cuenta que, al no verlo, algunos pensaban que estaba muerto o preso.
“La calle es buena, pero también es mala. Si uno camina derecho anda bien, pero si camina torcido va mal”
“Estuve medio guardado por la pandemia. Mis hermanos me cuidaron como a un nene de 5 años. Prácticamente estuve encerrado y no vi el sol”, cuenta. “Tengo la quinta de mi primo con una casa antigua de las que quedan pocas. Entonces hice algo ahí, me gusta sembrar, cosechar y cuidar las flores, hice jardinería y quinta. Ahora salí desde hace unos días a la calle, que siempre fue mi vida, en las buenas o en las malas”, sostiene.
“La calle es buena, pero también es mala. Si uno camina derecho anda bien, pero si camina torcido va mal”, define.
Enseguida saca la armónica, la tiene en su bolsillo. Hace radio junto al “Caballo Loco” en FM Scorpions. “Soy algo haragán, a veces no voy”, confiesa y cuenta que muchos le dan menos edad de la que tiene. “Días pasados fui a jugar un pool, me pidieron que me acerque y me dieron 35 años. Pero tengo 55 y cumplo 56 el 5 de abril”, agrega.
“Si me metieran preso podría ser por vago, nunca tuve errores dentro de los códigos de Dios”
La gente lo saluda. Pocos lo habían visto en este tiempo. “Estoy en las calles no hace mucho, tras la pandemia. Pero las pestes vienen de la antigüedad y no son nuevas para la humanidad”, indica y reconoce “triunfos” en su vida como músico en un concurso en Luján en el año 1993 que ganó; su paso por la calle Florida durante mucho tiempo viajando en el Tren Sarmiento, junto a un cieguito pasando el sombrero; presentaciones en Canal 7 ó Radio Nacional, entre otros medios a los que fue invitado. Otros lo recuerdan junto al Pelado Cordera en la vieja Radio Mágica de calle 25. “Sos un grande, León”, lo alababa el ex líder de Bersuit por entonces.
A Mercedes, como ciudadano, la ve linda, pero pide que terminen el asfalto que rodea al Instituto Unzué. “Es un lugar muy bonito y no puede estar rodeado de tierra. Falta poco”, opina sobre el emblemático edificio de su barrio.
“Algunos que no me veían pensaban que estaba preso. Pero yo salgo enseguida si me meten preso, soy como Maradona, me quieren mucho”, cuenta luego, y esgrime: “Si me metieran preso podría ser por vago, nunca tuve errores dentro de los códigos de Dios”, afirma y se anima a tocar y cantar un tema de Nito Mestre, que acompaña esta nota.
«No somos los únicos en este mundo»
Y aquí podría empezar el Lado B de este reportaje con Mandaglio. Es que cuenta que se ha visto reiteradas veces involucrado en episodios que le llevan a creer indudablemente en la existencia de otros seres, que no son de este mundo conocido. Naves voladoras, presencias, imágenes y rostros, que a veces en compañía y hasta en sueños se le aparecen en una suerte de inducción que describe.
«Todo viene de antes de la pandemia. Para mí hay vida en otros mundos. No puede ser que viva despierto y alguien me esté tocando o vea imágenes, salgo afuera y veo cosas. Hay gente que no cree que hay cosas en el cielo. Hay figuras que asustan en el cielo, o caras en los árboles, pero también otras cosas», dice.
«Era un sueño pero era real. Eran habitaciones largas muy bonitas, que creo que existen»
«Un día venia con Marcelo Bastiano y vimos por Gowland un habano naranja en el cielo, no era un avión, íbamos por la ruta. Habrá sido en el año 2000 aproximadamente. También vi esferas rojas, como juegos electrónicos en el cielo, de noche. Lalo Iroz, un amigo mío, las ha visto conmigo. Eran tres focos chicos, como la luna redonda, que iban juntos en el cielo. Un día vi otras cosas, e incluso dormido he visto y sentido como si hubiera ido a un doctor, me revisara, me hubiera tapado la boca, y yo gritaba por mi mamá, me habían llevado al espacio. Me llevaron y me trajeron, sentí dolor en los dedos, como si me hubieran tenido en una prisión, con una chica distinta a mí. Era un sueño pero era real. Eran habitaciones largas muy bonitas, que creo que existen. No somos los únicos en este mundo», concluye Machu.