Estas reflexiones bien pudieron ser escritas varios meses atrás, en ocasión de la visibilización que adquirió el fenómeno sobre el que se pretende pensar. Incluso como tal, para unos cuantos, el mencionado fenómeno ya se venía incubando desde hace algunos años. Pero fue luego de las primarias abiertas y obligatorias en que el fenómeno sociopolítico encarnado por Javier Milei se hizo notorio para unos y para otros.
Dicho esto, es cierto que fueron las PASO y ese 30% en que el fenómeno se tornó más visible aún y paralelamente en que el experimento Milei se tornó un disparador de preguntas. La que sigue en pie y es necesario pensar también hoy, picó en punta: ¿Cómo llegamos a esto?
Por aquellos días de agosto del año pasado, la pregunta obligaba a buscar explicaciones para tratar de entender cómo un misógino, antiobrero, negacionista, homofóbico, conversador con un perro muerto, talibán del “libre mercado capitalista” y capaz de lanzar los disparates más inverosímiles como parte de su campaña, había podido canalizar las expectativas de un sector importante de la población.
Se me dirá que hoy, que el fenómeno ha seguido su derrotero y ha evidenciado su peligrosidad, sería más sencillo encontrar esas causas que permitan entender al “huevo de la serpiente”. Pero tal vez la pregunta sigue siendo la misma que surgió aquellos días posteriores a las PASO: ¿Cómo un “outsider” político pudo obtener cierta legitimación popular? Sobre todo porque las características reaccionarias ya empezaban a ser notorias. Y sin embargo, el fenómeno crecía. También podría decirse que este tipo de fenómenos no son nuevos. Y es cierto, el propio cabo Adolfo Hitler ni soñaba diez años antes con ser el führer.
Por aquellos días de agosto del año pasado, la pregunta obligaba a buscar explicaciones para tratar de entender cómo un misógino, antiobrero, negacionista, homofóbico, conversador con un perro muerto, talibán del “libre mercado capitalista” y capaz de lanzar los disparates más inverosímiles como parte de su campaña, había podido canalizar las expectativas de un sector importante de la población.
En Argentina también se verificó en más de una oportunidad la aparición de personajes que, casi de manera insólita, lograron adhesiones populares. Pero su duración fue efímera o fueron fagocitados por las estructuras partidocracias tradicionales. Pero salvando las distancias, siempre son las condiciones materiales que preceden al fenómeno las que permiten su explicación. Ni Hitler, ni Cristina, ni Macri y tampoco Milei nacieron de un repollo o por generación espontánea. Todos son el producto de contextos específicos previos que permiten luego explicarlos.
Pero la pregunta sobrevoló también las generales de octubre y por supuesto el balotaje. Especialmente en los sectores “progresistas” que miraban aterrados la decisión entre “el cianuro y el arsénico” a la hora de votar en esa maquinaria bien urdida en la constituyente del 94.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Es una pregunta que sigue teniendo vigencia. Aunque los avatares de el vertiginoso desarrollo actual del fenómeno sean por demás de atractivos desde lo teórico, pero devastadores para los asalariados, hoy con los efectos que va generando en su desenvolvimiento, este mismo nos interpela. ¿Cómo llegamos hasta aquí? O quizá, más aún, justamente porque el fenómeno en evolución provoca demasiadas consecuencias, es que el fenómeno nos convoca para conocer sus causas.
Los dos partos posibles de Cristina
El capitalismo como sistema económico, necesita siempre alguna “forma de gobierno” para mantener los negocios de la clase dominante. Usada que fue en el 76 la carta de “la dictadura” y el terrorismo de Estado, la burguesía debió mantener su tasa de ganancia o sus negocios, tratando de recrear un sistema electoral en el que las expectativas populares pudieran canalizarse o al menos “ilusionar” un poco al votante. Siempre parece basarse en lograr algún tipo de expectativa de que la participación en las elecciones puede “cambiar” algo.
Así, Menem se convirtió en el depositario de la ilusión popular de sacarse de encima a Alfonsín, y luego De la Rúa y la “Alianza” fueron el medio “mágico” para dejar atrás al riojano más famoso cuando la convertibilidad empezaba a crujir. Pero el gobierno de De la Rúa fue una ilusión de corto alcance, y el estallido del 2001 alteró esa lógica. El levantamiento popular puso en fuga a la Alianza, dónde Bullrich también fungió como ministra, que debió huir (aunque primero se cargó a 39 manifestantes). Se podría decir que el Kirchnerismo es un emergente de ese episodio y luego de la masacre del puente Pueyrredón. Pero, el experimento político del matrimonio Kirchner no solo priorizó los negocios de los grandes grupos económicos y los propios, sino que fue impotente de proponer cualquier cambio estructural que permitiera algún grado de desarrollo, aunque solo sea en el marco capitalista de relaciones.
El asesinato de Mariano Ferreyra o la masacre de Once son ilustrativos de los negocios que amparaban tras el relato, por citar solo un área. Pero, la caída en picada del salario y el aumento de la precarización laboral, empezaron a mostrar que la salida de la crisis del 2001, que hubo significado está variante tanto para los dueños del país como para los propios trabajadores, empezaba a agotarse.
Cristina parió a Macri como consecuencia. Pero, luego del desastre de aquel, y del elegido por ella, tal vez el segundo parto ocurrió. Tal vez hayan sido veinte años de fracasos, expectativas frustradas, decepción y hartazgo lo que esos años han dejado en la población.
La decepción que supuso el movimiento fundado por el matrimonio, aunque también del propio Macri, sean parte de la explicación de aquel 30% de Milei en agosto pasado. Se votó en 2023 con ese repudio generalizado a la política tradicional como hilo conductor, con una bronca que iba en aumento y que así como en las elecciones de 2001 previas al estallido, «el voto Clemente» o el sufragio salame lograron altos niveles de adhesión, en 2023 esa bronca y repudio al kirchnerismo se expresó en votar a un desquiciado, pacientemente armado desde algunos grupos de poder.
La cuestión concreta es que el repudio al Kirchnerismo y al propio Macri llevaron a que un sector de la sociedad pudiera votar a Milei o a la «momia negra» con tal de canalizar su bronca.
El pensamiento mágico como forma de enfrentar la realidad ya había tenido su expresión Kirchnerista cuando, en las filas de militantes y simpatizantes de Cristina, se mentaba el famoso «dedo mágico» de la ex presidenta. La elección para la candidatura a presidente de Scioli en 2015 y luego Alberto Fernández en 2019 se hicieron utilizando alguna de las falanges de Cristina
Pensamiento mágico al palo
No hay dudas de que entregarse a una creencia por más irracional que esta fuera, tiene una dosis de bálsamo para el que «elige creer». Y en ocasiones este pensamiento mágico parece predominar en los sufridos votantes argentinos. En definitiva, el repudio al Kirchnerismo devino en creencia de que un tipo desaforado, blandiendo una motosierra, anunciando ajustes al por mayor y expresando la «libertad de mercado» como salvación, cumpliría básicamente con el primer anhelo social: desterrar al kirchnerismo. Y hasta las generales de octubre también al macrismo, podría decirse. Nada nuevo, ya en los 90 la población «eligió creer» en un caudillo riojano aliado al capital financiero pero que prometía «revolución productiva» y «salariazo». Y por más que las evidencias eran palmarias, la gran mayoría eligió a su verdugo.
El pensamiento mágico como forma de enfrentar la realidad ya había tenido su expresión Kirchnerista cuando, en las filas de militantes y simpatizantes de Cristina, se mentaba el famoso «dedo mágico» de la ex presidenta. La elección para la candidatura a presidente de Scioli en 2015 y luego Alberto Fernández en 2019 se hicieron utilizando alguna de las falanges de Cristina (confiando en la providencia). Algo falló, parece.
De todas formas, tanto en la previa a las PASO como en las sucesivas elecciones posteriores, la necesidad de aferrarse a una creencia blindaron a Javier Milei de casi todo. Podía decirse que hiciera o dijese el disparate más grande que nada llegaba a influir en los que «eligen creer». Ni venta de niños y órganos, ni citar a autores tan delirantes como él, ni anunciar planes de ajustes superiores a los exigidos por el FMI, ni privatizar las ballenas podían hacer mella en la creencia de que «era la opción». Aunque se hubiera rodeado de una runfla de políticos tradicionales y estuviera bancado por capitalistas famosos y voraces (Eurnekian el padre original de la criatura o Black Rock). Por algo el ultraderechista también desbancó a Patricia Bullrich de un balotaje en que se la colocaba casi con seguridad seis meses antes.
La famosa frase «elijo creer» proveniente del ámbito del fútbol se transformó en la respuesta de muchos ante cualquier debate en el que se pusiera en cuestión al libertario y la caterva que lo acompañaba por entonces. Claro que entre una expresión de fe en un técnico de fútbol con escasos pergaminos y la conducción de un país hay una distancia considerable. Sin embargo, la política se futbolizó una vez más.
Esta vez más que nunca el pensamiento mágico se apropió de la escena, toda vez que el hombre de la motosierra no solo dice que habla con Dios sino que también «invoca a las fuerzas del cielo» en su cruzada contra liberal.
Una vez que el fenómeno logró hacerse de la Presidencia de la Nación y desencadenó las medidas que ya conocemos (protocolo anti piquetes, DNU, ley ómnibus) es muy interesante analizar cómo un sector de la sociedad reaccionó ante las protestas que esas medidas generaron.
El futuro llegó hace rato
Ahora bien, una vez que el fenómeno logró hacerse de la Presidencia de la Nación y desencadenó las medidas que ya conocemos (protocolo anti piquetes, DNU, ley ómnibus) es muy interesante analizar cómo un sector de la sociedad reaccionó ante las protestas que esas medidas generaron. Tanto la marcha del 20/12 del movimiento piquetero combativo como los posteriores cacerolazos y las asambleas populares, detonaron en el mes de diciembre críticas muy curiosas. Otra vez el hilo conductor de las mismas pretendía invalidar cualquier acción con el repudio al Kirchnerismo. Tanto en redes sociales como en alguna columna de opinión encontramos la misma frase invalidante: «¿por qué no protestaron en los cuatro años anteriores?». Como si los afectados por las medidas hubieran elegido este u otro momento para hacerse escuchar. En el caso de las columnas que salieron a ponerle el cuerpo al protocolo represivo de Bullrich del 20 de diciembre, quedó más que claro que eran los mismos protagonistas que se habían enfrentado a Alberto Fernández o a sus ministros especialmente a Tolosa Paz: el movimiento piquetero combativo. Pero esa misma noche, luego de conocerse el DNU, los cacerolazos se multiplicaron y seguramente eran sectores que comenzaban a ser alcanzados por las medidas del padre de Conan. Lo cual expresa también que el resultado electoral se empezaba a diluir y a unificar a muchos que nunca esperaron ser «pato de la boda». Pasaba a evidenciarse que la solución mágica, que tenía por destinatarios a unos impactaba en otros. O que detrás de cada posible reforma había un beneficiario directo. Solo un ejemplo ¿Quién se beneficia con la eliminación de la ley de glaciares? Sí: la misma empresa transnacional que introdujeron Néstor y Cristina, la Barrick Gold. Podríamos consignar decenas de estos ejemplos.
El fenómeno, su desenvolvimiento y el derecho a pensar
A fines de diciembre, alguien en este mismo espacio de opinión se manifestaba indignado mostrando su asombro ante la reacción popular. El recurso de descalificación apuntaba en la columna al recurso de acusar a quien intentara manifestarse. Es decir, el Kirchnerismo o el repudio del mismo que llevó al triunfo de Milei seguía siendo usado para apuntalar las medidas del “anarcocapitalista”. Es muy pobre. De todas formas, es un recurso de corto alcance dado que la propia dirigencia política kirchnerista desapareció de cuanta protesta surgiera en aquel mes vertiginoso. Se equivocaba rotundamente Battafarano al colocar a la dirigencia K como impulsora de protestas. Tanto Sergio Massa como Cristina Kirchner, trataron sigilosamente de frenar el paro de la burocracia sindical de la CGT. Además, tanto el repartidor de pizza como el obrero de Acindar o el docente, pasando por el comerciante, vieron licuados sus ingresos con la mega devaluación como primer dato de por dónde venía el ajuste. Aunque hubieran votado al hermano de Karina para sacarse de encima al Kirchnerismo.
Ninguno de los miles que debieron abandonar la prepaga suponía esto, como tampoco lo imaginaba quien debe enfrentar el aumento del transporte. Aún así, los que utilizan este recurso de apelación al Kirchnerismo, para justificar lo que venga, pueden dividirse en dos: los que necesitan mantener “la creencia” y apelan a lo que sea con tal de no visualizar lo evidente, y los canallas y oportunistas que, también están necesitados de mantener algún espacio de poder y que “cualquier colectivo los deja bien”, con tal de lograr ese objetivo. Tal vez el caso paradigmático de esta última categoría sea el de un “saltimbanqui político” mercedino, que justificó desde hace mucho su rosca con Patricia Bullrich, siempre con el latiguillo de “enfrentar a los K” para justificar su homenaje a Groucho Marx. Aunque en el brazo le hubiera quedado la imagen de un líder socialista de fama mundial. Bueno, hoy hay métodos de borrar “amores de juventud”. O principios que se quieran cambiar.
Ni los piqueteros, ni los caceroleros de cualquier esquina del país, ni los jubilados, ni asamblea que se junte donde sea, ni las manifestaciones de científicos o artistas, pueden ser descalificadas con la apelación al Kirchnerismo fracasado, o los dos meses de extensión desde que el fenómeno se hizo del control del Estado.
Sin embargo, lo más importante es que básicamente el Kirchnerismo fue un movimiento político que defendió al sistema capitalista por encima de todo y que se demostró cómplice del capital concentrado durante los años en que se desarrolló. Lo que le cuesta a los que han hecho del Kirchnerismo una “tabla de salvación” para justificar cualquier cosa, es aceptar que son justamente intereses capitalistas de diferentes grupos económicos los que están en pugna. Y que, por supuesto, en una etapa de un capitalismo voraz se pretende que la crisis la paguen los asalariados. Casi una única receta que se sigue repitiendo. Nada ha cambiado en eso.
Lo que parece no entenderse es que, a los que ayer unía en el voto el rechazo al fracaso de gran parte de los gobiernos de la posdictadura, ahora los une el aumento de tarifas, la reforma laboral, el ataque a la cultura, la derogación de la ley de alquileres o el desfinanciamiento de la universidad pública. Por eso se le pide autocrítica a la dirigencia K, en vez de detenerse a pensar cómo evoluciona la conciencia de las bases decepcionadas, una vez que el pensamiento mágico caiga por efecto de la realidad. O sencillamente visualicen que “la casta” sigue gobernando.
Ni los piqueteros, ni los caceroleros de cualquier esquina del país, ni los jubilados, ni asamblea que se junte donde sea, ni las manifestaciones de científicos o artistas, pueden ser descalificadas con la apelación al Kirchnerismo fracasado, o los dos meses de extensión desde que el fenómeno se hizo del control del Estado.
Más bien se verá como el movimiento popular seguirá procesando este momento de quiebre, donde la lucha contra el DNU, la fracasada ley ómnibus o el protocolo anti piquetes de la ministra Bullrich y todas las consecuencias que se derivan de una derecha a la que los K le hicieron el juego durante muchos años. Ahora ahí está.
Sergio Resquín es docente