. El enfermizo propósito de cambiar la Historia -que supone siempre su negación-; ha sido una constante en la sesgada impronta de gobernantes que, a pesar de haber sido elegidos por el voto popular, son dominados por íntimas convicciones totalitarias que emergen sin disimulo en el discrecional ejercicio que consuman a través de la administración del poder.
La dicotomía confrontativa a la que apelan -o la Historia o su «historieta»- resulta exponencial; en tanto su pensamiento se basa en la «verdad única» -aquella que no admite prueba en contrario- y, por tanto, se nutre de una interpretación discrecional, rayana en el fundamentalismo político de matriz absolutista.
Consecuentemente, «dibujan» su propia escala de «réprobos y elegidos», que se empeñan en imponer mediante resoluciones que solo encuentran fundamento en la mezquina parcialidad de sus íntimas, falaces y perversas elucubraciones.
Tal es el contexto de la gestión Milei, que exhibe una vez más la irracionalidad que caracteriza muchos actos de gobierno de un Presidente que muestra su autoritarismo de mesiánica mística dictatorial inspiración.
Su resolución creando la sala de los próceres ha puesto de manifiesto una intencionalidad de extremos perfiles, no exentos de odios y resentimientos personales que no se compadecen con la dignidad presidencial.
La gestión Milei exhibe una vez más la irracionalidad que caracteriza muchos actos de gobierno de un Presidente que muestra su autoritarismo de mesiánica mística dictatorial inspiración.
Entre figuras cumbres de nuestra Historia Patria, ha dispuesto deliberadamente la omisión de otras que también califican como próceres cuya memoria honramos los argentinos, en el marco de un pasado remoto y otro más reciente.
Pretendió justificarse una selección que deviene de absoluta arbitrariedad; declarando el gobierno que solo «celebran protagonistas de nuestros mejores años» (sic). Confesión implícita de que quienes gobiernan niegan la formidable gesta de 1983, cuando el pueblo liderado por el Presidente Alfonsín -inadmisiblemente omitido- reivindicó el retorno al Estado de Derecho, poniendo fin a los gobiernos de facto e instalando como paradigma de proyección universal el lema «¡NUNCA MÁS!» A grado tal que, su memoria es hoy honrada por los argentinos como «Padre de la Democracia».
Señaló la poderosa hermana del Presidente que «desde el Estado no se promueven militancias que generan discordia y división». Sin embargo, no dudaron en incorporar un gigantesco retrato de la más que discutida figura del ex Presidente Menem; líder de una parcialidad partidaria y reo de graves actos de corrupción.
Deplorables definiciones y actitudes de quienes se han convertido en breve lapso en aquello que criticaban duramente de otras gestiones, denunciando la confusión entre el partido gobernante y el Estado.
Desde una concepción parcial, enrolada en ortodoxos dogmatismos economicistas; y grave disfuncionalidad democrática; se invoca constantemente al Estado, mientras se confunde y mimetiza al mismo con un sectarismo que colisiona con el espíritu de nuestra Ley Suprema.
(*) El doctor Ariel Dulevich Uzal es mercedino, ex Subsecretario de Turismo de la Nación