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Pato Aguirre: “Yo trabajo detrás de las cosas”

A casi una semana de la partida de Pato Aguirre, uno de los músicos más enigmáticos e influyentes de la historia del rock local, la conmoción entre los artistas del medio no tiene tregua.

Parte de su esencia fue rescatada en el año 2004, en lo que fue posiblemente la única entrevista que dio en su vida, por el ya extinto portal musical Mercedes Rock Pop de la mano de los músicos locales Maxi Elizondo y Pata Simonet, bajo el seudónimo de Pablo Parnese.

Veinte años después, con las fotos originales tomadas en su pequeña y legendaria habitación de la calle 28, revivimos aquel reportaje en que el músico dio algunas respuestas que hoy, a días de su desaparición física, permiten comprender algo del mito recién nacido:

 

“Cuando se fue mi hermana, el fondo de la casa dejó de ser el fondo y pasó a ser el norte. Desde entonces yo vivo en el sur”. No es el comienzo de un cuento póstumo de Borges. Este sur no tiene héroes del honor y del cuchillo, ni baldíos ni senderos que se bifurcan, es la habitación de un artista con el cual cualquier cazador de frases, se haría una panzada literaria. El texto del principio, son sus propias palabras, espontáneas como una respiración, dejando entrever una soledad increíble.

El Pato Aguirre tiene intacta su impronta mística, esa que selló las almas de muchos que hoy lo admiran. Ya no se lo encuentra en los escenarios del rock, apenas es posible verlo a lo lejos, aunque a uno le pase por enfrente, en una bicicleta poco más flaca que sus piernas y sus brazos, yendo vaya uno a saber por qué ventrículos de la ciudad, solo de su guitarra y del mundo. Su cama pequeña esta ahí donde siempre. Los libros de espiritualidad y esoterismo que pueblan la habitación, son los mismos que inspiraron la mística de Los Gervacios en los ’90, manifiestos discípulos de Aguirre.

Su voz es lánguida como un hilo, con tanto misterio que sus respuestas casi no se perciben en esta cinta que al ser escuchada, hace pensar a uno que estuvo en la casa de un fantasma cuya historia le contaron. Tiene un humor asombroso y una lucidez impensada, pese a que le cuesta recordar nombres y momentos del pasado. Patricio “Pato” Aguirre, quizás el músico más influyente de nuestro rock, a pesar del olvido, todavía tiene voz y palabras.

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■ ¿Cómo empieza la historia musical de Pato Aguirre?

Yo empecé muy chico. Quería aprender guitarra y fui… pero mucho no me gustaba y me hacía la rata. Iba acá a la vuelta, con … (piensa), con un tipo de conservatorio, que era una masa, pero él no podía tomar exámenes, entonces tenía que venir la hija que era recibida y además bien mala, y te gritaba, y yo que era un pequeño, no quería ir mucho, jamás lo tomé en serio. Después dejé la secundaria y ahí me puse a ver lo que yo había estudiado con esta persona, y me empezó a gustar, entonces le hice un par de visitas. Después se dio que conocí mucha gente que tenía una pasión grosa.

■ ¿Por ejemplo?

Alejandro Mones Ruiz o Wilder Deluca. Éramos amigos y tocar era parte del ritual de la amistad, pero nunca armamos nada, la cosa era zapar, tomar un mate y tocar. Hacíamos muchas zapadas y a veces íbamos a probar guitarras a Mar del Plata. Nos metíamos a una casa de música a preguntar por precios de guitarras y le decíamos al tipo que queríamos probarlas, y las tocábamos. Después, cuando caíamos dos o tres días seguidos el tipo se avivaba y nos preguntaba “bueno, ¿cuál te vas a llevar de estas veinte?”. Con Wilder aprendí muchísimo, y con mucha otra gente que encontraba, porque yo no sabía música, lo único que sabía era tocar con otro. Todo lo que había aprendido con aquel tipo ya no tenía ningún peso, salvo… la niñez perdida –se le pierde la mirada en el techo–.

■ ¿De esa época te acordás solo de Wilder y de Alejandro Mones Ruiz?

Piensa y los nombres no le vienen- No sé qué otros… los Mármoles. Me acuerdo de Fernando Mármol, yo lo veía tocar y decía “qué bueno loco”, tenía una forma de poner la mano en el diapasón y yo decía “Blackmore”. Después, Gustavo Florella. También la “Pepa” Eduardo Byrne. Habían alquilado una casa y a mí me invitaban. Armaban temas y a mí siempre me causó sorpresa y hasta cierto enojo que otros pudieran armar temas y yo no. Ellos iban a tocar ahí, y uno estaba al pedo y se aparecía y le prestaban la viola. Siempre andábamos por la calle pidiendo cables, amplificadores, guitarras, todo para tocar una hora y después devolverlo, lo cual después te hace resentido con la sociedad (risas).

■ ¿Qué bandas tuviste?

Yo bandas propias no tuve. Jamás pensé que armar una banda me iba a gratificar, porque todas las cosas que yo he querido armar han salido manchadas ya de entrada. Sí me gustaba la idea de tocar en una banda. Por ejemplo Local 12 estuvo bien, porque no era mi banda. Con ellos toqué bastante, como un año o dos… -se detiene un momento y trata de recordar algo- uno se hace más viejo y se da cuenta de que ha tocado con mucha gente. Pero a pesar de que nunca tuve mí propia banda, siempre me sentí muy partícipe en esas bandas, yo trabajo detrás de las cosas.

El Pato sigue tratando de recordar algo y no le sale “una vez hicimos una banda que se llamaba… “Treinta y cuatro” –desconcierta repitiendo como un loro una respuesta quinielera que se cuela desde una conversación en la vereda, después interrumpe las carcajadas con el hallazgo:  Fuera de tiempo se llamaba. Hicimos un recital en el Colegio Nacional, y estaba bueno porque no sabía qué podía pasar. Yo en ese momento estaba escuchando Rush.

■ ¿Quiénes integraban “Fuera de tiempo”?

Había un pibe que se llamaba Mariano… que el padre laburaba en el Ferrocarril y después se fue mudando por distintas estaciones. Armamos esta banda porque dudábamos todos los sábados cuando zapábamos y decíamos “este tema está bueno”, y de pronto apareció un festival en el Colegio Nacional donde iba a tocar una banda de los pibes de Guinot, Tadeo se llamaban. A mí me gustó porque al “Bagre” [Mariano Rossel], con quién también habíamos armado una banda que jamás tocó, le gustó mucho, y él me decía “lo mejor Pato, lo mejor”, y para mí el juicio de él, era importante. Los temas tenían un trabajo complejo. Les poníamos nombres como Zaratustra, y el batero era este pibe que escribe… que es pelado y se parece a Leon Tolstoi“El Rafa” [Rafael Cortes], me dijeron que ahora está en España. Creo que con él tocamos dos veces, después me parece que se hizo cantor, como Marquitos [Marcos Decouzandier]. Cuando todos ellos y ese lugar se fueron, yo los re extrañé.

■ ¿Hubo otras presentaciones con este grupo?

Pocas, porque era de estas características que te decía recién, de tanto zapar te encontrabas un día con que tenías temas que ya venías haciendo de tal manera, que se podían considerar una unidad, entonces, “qué tal si tocamos este viernes”. Pero después uno no está decidido, va a tocar porque de alguna manera asumió una especie de compromiso, y por un lado le gusta y por el otro no está seguro. No es que salga mal o algo así, pero cuando llegas a tu casa vos decís “toqué, pero todavía no lo decidí”.

■ ¿Algún recuerdo de aquellos tiempos?

Yo tenía una viola celeste, y tocaba con Asesino César y los Metalúrgicos. Eso me gustó muchísimo. Los temas los hacíamos entre todos o ya estaban hechos, pero yo tenía una libertad absoluta. Tocar era tan común, cosa de todos los días, como lavarse los dientes. A mí me gustaba mucho una guitarra chiquita que tenía Van Halen, y por eso me encantaba tocar con la guitarra de los Metalúrgicos.

■ ¿Tuviste muchos alumnos?

Ha venido mucha gente. Yo he congregado acá a mucha gente. A algunos los buscaba, a otros no. Algunos aprendieron y otros no. Algunos otros aprendieron pero siguieron otras cosas. Me acuerdo en especial de un pibe que yo no le di mucha bola, pero ahora es re groso, le dicen “El pirata”, y se llama Leonardo Bernardo, ahora está estudiando contrabajo. Es un guitarrista excelente, debe tener veintipico. Yo lo veía entusiasmado nada más, pero no sabía que fuera una persona tan inquieta por todo lo que sea arte. No puedo decir de Gustavo Zoni que fue alumno mío. Hemos tocado muchísimo, yo por ahí le sacaba algunos temas y se los pasaba; por ahí me pedía que le saque un solo de alguien, un pedacito, porque es muy minucioso.

■ ¿Y tu relación con los Gervacios, banda que te proclamaba su gurú?

Me acuerdo de Los Gervacios, de “Jordi” [Rodolfo Koziner], de la “Tota” [Diego Doñagueda]. “El Flaco” [Sebastián Cirillo] vino algunas clases, pero te cuento un secreto: cuando yo tuve muchos alumnos, era una época en que andaba pa’tras, no me acuerdo mucho de todo eso. De El Flaco me acuerdo que tenía una forma de aprender, de tocar, una personalidad muy especial, es muy dado a decir que sí, a asentir positivamente. Yo le hacía unos cuestionarios con preguntas como por ejemplo “qué no es la música o qué no es tocar”, fue muy particular eso.

■ ¿Cómo te llevás con la idea de que muchos de tus alumnos te consideren más un maestro que un profesor de guitarra?

Al principio uno crea un lazo de discípulo y maestro, pero después se crea una amistad adonde uno nunca ve un peso (risas).

Yo por ahí quiero mostrar algo y no tengo los medios para hacerlo, ahora hay muchas maneras de enseñar, con el tema de los programas de computadora, pero yo no tengo nada. A veces se me ocurren ideas de cosas que me gustaría hacer, pero últimamente me decidí por no tener más ideas, ya que de todos modos no las voy a poder concretar

■ ¿De dónde vienen a tu vida las lecturas espirituales, filosóficas, etc.?

Para mí lo espiritual es esto. Lo material y lo espiritual son la misma cosa. Son la cara y ceca de una misma moneda… y falsa [risas]. Tiene que ver un poco con la historia esa de andar para atrás. Tuve que parar… y paré, ahora tengo 38 años. Tenía que cuidarme y por eso empecé a comprar libros. Pero siempre me gustó leer. Aquel profesor de música que te nombraba hoy, me llevaba a Buenos Aires, me parece que a la calle Sarandí, y a mí me encantaba ir porque me gustaban muchísimo las historietas, y nos bajábamos en la estación y yo siempre me compraba alguna Isidorito. La primera revista que leí fue una de la Pantera Rosa, que me gustó tanto que me acuerdo que en el lapso de una mañana leí treinta.

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Claro, a lo mejor por eso me leí treinta (risas). Creo que la lectura viene de ahí.

■ ¿Tenés proyectos musicales?

Todavía tengo algunos alumnos y siempre soñé tener un taller. Yo por ahí quiero mostrar algo y no tengo los medios para hacerlo, ahora hay muchas maneras de enseñar, con el tema de los programas de computadora, pero yo no tengo nada. A veces se me ocurren ideas de cosas que me gustaría hacer, pero últimamente me decidí por no tener más ideas, ya que de todos modos no las voy a poder concretar.

¿Hacés temas?

Sí, pero me gusta mucho improvisar. Ahora estoy estudiando el jazz, pero lo que hago no es jazz. Es lo que yo hacía antes pero con otras visiones nuevas.

■ ¿En una época creabas instrumentos?

Siempre me gustó experimentar con eso. Me acuerdo que tenía un foco al que le había sacado el plomo que está abajo de la rosca y todo el interior, entonces tocaba puc, puc, un sonido como el que usaba Charly García en esos álbumes viejos, sonaba como el espíritu del foco vacío. Una vez también me hice un violín chiquito, cuadrado.

¿Tenés alguna grabación, alguna foto tocando, algún recuerdo material?

Una vez un pibe me mostró unas cosas que yo había grabado y yo lo escuchaba y decía, ah, está bueno, pero nunca le dije si me podía pasar un casete. Me estás haciendo acordar de todas las cosas que no tengo (risas). Yo sé que hay cierta persona que tiene algunas fotos de los Asesino César.

En el suelo hay un cuaderno hecho con hojas de papel madera cosidas a mano con escrituras extrañas, indescifrables, mezcladas con cientos de cuentas de dividir. Este cronista las mira extrañado:Son runas celtas –explica– y cálculos que hago yo, una vez con un amigo nos compramos un libro que mostraba como ganarse la lotería, pero fue un fracaso”.

■ ¿Escribís?

Sí, pero generalmente lo que escribo son, tres frases que encierran algo. Canciones no escribo. Suena muy raro que yo me escuche diciendo “yo no escribo canciones”, pero es cierto, “yo no escribo canciones” (risas).

■ ¿Lo tuyo es música instrumental?

Sí, pero si yo tuviese los medios… (ya estoy especulando –ríe-) “si todos tuviésemos los medios” para poder guardar lo que hacemos, podríamos grabar esa música; pero como no tengo nada, directamente hago los temas y una vez que están hechos, los olvido. Después de todo es un fiel reflejo de la realidad, ¿qué no se pierde?

■ ¿Qué es la música para vos?

Mmm… en un momento puede ser una cosa y en otro otra, no sé. Yo cuando estoy escuchando música no estoy escuchando solo la música, sino también los silencios, que son quizás más importantes que la música en sí. Así como a la música vos la escribís en un pentagrama, los silencios son ese papel blanco donde después se pintan los sonidos y se van, porque los sonidos jamás se quedan en un lugar, al final siempre se van, y uno se queda acá en el sur.


Este material fue conservado offline y cedido a este medio para su publicación en la web por gentileza de «Pata» Simonet

 

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