Manlio Gioscio es el nombre de la calle 30. Manlio Gioscio es el nombre de la plaza de la calle 30 y 9, donde vandalizaron su placa. Manlio Gioscio no es una placa recordatoria, es mi papá.
Manlio, mi papá, era el médico del pueblo y estaba al servicio del pueblo. Recuerdo las noches cuando venían a buscarlo por una urgencia del campo; se colocaba el sobretodo oscuro sobre el pijama y se iba con quien lo solicitaba. Claro, después en mi casa aparecían perdices y duraznos porque el servicio no se cobraba.
Pienso en papá y se me viene el olor a cloroformo que traía al mediodía cuando volvía a casa, derecho a ducharse para sacárselo luego de las múltiples cirugías que realizaba en el hospital, además de las del sanatorio, que no era de él.
Manlio Gioscio no es una placa recordatoria, es mi papá. Manlio, mi papá, era el médico del pueblo y estaba al servicio del pueblo
Una vez por semana, durante años, viajó para observar operar al Dr. Finocchietto, quien aplicaba en las cirugías técnicas nuevas, de su creación. Me han referido que este renovador de los abordajes quirúrgicos regaló a mi papá una caja con sus instrumentos.
Manlio, mi papá, salvó la vida de un oficial al que le explotó una granada y su trabajo fue reconocido delante de toda la fuerza en el regimiento.
Ocasionalmente, una mujer me contó que su hijo se había caído de una tranquera, lo que le ocasionó una lesión gravísima en la cabeza. Antes de operarlo, mi papá le explicó que con un trozo de la pierna del muchacho intentaría reconstruir el daño en su cabeza, pero que no había garantías de éxito. Podría quedar loco o tonto, así me dijo. Ella le expresó que confiaba en él y, finalmente, todo fue exitoso.
Manlio, mi papá, fue hijo de inmigrantes, lo que para la ciudad de Mercedes de aquel entonces significaba ser un desclasado con poco futuro. Obligaron a su novia a casarse con un terrateniente y al correr de los años le tocó a él, como médico de policía, certificar el suicidio de ella.
También era el hombrón que me sostenía fuerte entre sus brazos cuando despertaba con pesadillas y me llevaba a la ventana para escuchar el sonido del silbato de la «ronda» policial que aseguraba nuestro cuidado.
A causa de las explicaciones que me daba sobre la urgencia en remediar las necesidades sociales y de mostrarme el libro tan grande en color sobre los Planes Quinquenales, a mis siete años me pareció lo más pertinente tomar un carbón y escribir en letras mayúsculas en la pared de entrada a casa (y a la sala de espera donde ingresaban sus pacientes) “VIVA PERÓN”.
Manlio, mi papá, era el hombrón que no permitió que le pegaran al mocoso aquel al que acusaban de robo. Veníamos de comer helados y su salto protegiendo al chico hizo que sonaran las llaves de su llavero. Toda mi vida los helados, el llanto del indefenso, el ruido de las llaves y la mano de esa figura tan grande que me soltaba para cumplir otra misión, formaron un cuadro muy intenso en el habitáculo de mis recuerdos.
Manlio, mi papá, era el hijo que todos los miércoles y sábados iba a lo de mi nona al salir del hospital para mojar la miga de pan en el tuco que humeaba allí desde temprano.
Toda mi vida los helados, el llanto del indefenso, el ruido de las llaves y la mano de esa figura tan grande que me soltaba para cumplir otra misión, formaron un cuadro muy intenso en el habitáculo de mis recuerdos
Conservo el discurso que escribió en sus hojas de recetarios y que leyó al inaugurar como presidente del Aero Club, ese festival que mostraba la maravilla lograda en nuestro país por la industria nacional.
Manlio Gioscio, mi papá, vivió poco. Murió en el año 1955 a los 52 años, paradójicamente por las complicaciones aparecidas cuando lo operaron de vesícula. Mis escasos 16 años borraron su imagen postrado en la cama pidiéndome que cuidara a mi mamá.
Dio todo lo que le fue dado.
Carmen Gioscio de Guinot es una inspiradora docente y gremialista jubilada mercedina, escritora, música y activista ambiental, entre otras cosas, e hija de Manlio Gioscio.