. En estos últimos días, la sociedad se vio sacudida por el discurso de Milei en Davos frente al poder mundial, donde cuestionó y condenó, entre otras cosas, la existencia de distintos géneros y la realidad del femicidio, producto de la doble opresión hacia la mujer.
La respuesta a estos dichos fue una enorme movilización que se estima en dos millones de personas en todo el país.
Wokismo y liberalismo
Amparándose en una supuesta premisa liberal, Milei considera que condenar a un asesino por matar a una mujer por el simple hecho de ser mujer estaría violando un principio de igualdad respecto de otras víctimas. A esto se suma su idea de que la homosexualidad sería la puerta de ingreso a la pedofilia, lo que implica una condena abierta a las personas homosexuales, exponiéndolas al escarnio público.
¿Por qué vuelve sobre estos temas que la sociedad consideraba zanjados? ¿Forman parte de una supuesta agenda «woke» que busca “transvestir” a la humanidad? Empecemos por esto último.
Según Milei, la lucha de las diversidades por el reconocimiento de género, la de las mujeres por la legalización del aborto y contra los femicidios, serían parte de un movimiento mundial definido como «woke». ¿Cuándo y dónde aparece el wokismo? Podemos rastrear su origen en una serie de artículos donde se destaca el del escritor William Melvin Kelley, titulado If You’re Woke You Dig It, publicado en 1962. El artículo fue escrito en el marco de la lucha de los afroamericanos por los derechos civiles en Estados Unidos.
Con el resurgimiento de las movilizaciones en 2017, en repudio a una serie de asesinatos de policías a ciudadanos afroamericanos en Estados Unidos, el término woke (que significa «despierto») volvió a ocupar un lugar central en el debate público.
¿Pero las luchas de las mujeres contra la opresión patriarcal, por el derecho a decidir sobre su maternidad, por el derecho al voto e incluso al divorcio aparecen recién en la década del ’60? Por supuesto que no, vienen de mucho más atrás.
Las primeras luchas de las mujeres por el derecho a votar debemos rastrearlas a fines del siglo XIX, en lo que se define como la primera ola feminista. Ya en la segunda ola, en las décadas del ’60 y ’70, con los avances tecnológicos y científicos aparece la pastilla anticonceptiva, lo que reabre el debate sobre la sexualidad. Se consolida la posibilidad de diferenciar claramente entre el placer y la reproducción, lo que refuerza la lucha de las mujeres por conquistar el derecho al aborto, pero también por decidir cómo estructurar sus propias vidas, sin estar sujetas a preceptos morales que venían arrastrándose desde siglos anteriores.
En este contexto cobra fuerza en Argentina una consigna que había quedado “congelada en el tiempo” debido a la imposibilidad de plantearla en los ’70 (recordemos el período de dictadura 1976-1983): la legalización del divorcio. Este debate, bajo el gobierno de Alfonsín, generó una gran división en la sociedad.
Pero estas reivindicaciones no surgieron de manera aislada. En 1917, se dio uno de los grandes hitos de la historia contemporánea: la Revolución Rusa. Como toda verdadera revolución, transformó radicalmente la sociedad. Por eso, las mujeres rusas fueron las primeras en conquistar el derecho al aborto (1920), al matrimonio civil y al divorcio (1917). Es decir, hace más de un siglo la Revolución Bolchevique convirtió en hechos concretos una serie de reivindicaciones históricas, sentando un precedente que empujó a mujeres de todo el mundo a luchar por los mismos derechos, aunque en contextos distintos.
Es posible que esta relación entre la Revolución de Octubre y la conquista de estos derechos provoque urticaria en las filas liberticidas, pero son justamente los procesos revolucionarios los que impulsan a las sociedades hacia adelante, aunque a veces haya retrocesos. Por eso la Revolución Francesa sentó precedentes fundamentales para el avance de los derechos civiles. ¿Quién cuestionaría hoy el derecho al voto del ciudadano, independientemente de su riqueza personal?
La llamada Marea Verde, en nuestro país, a su manera también fue una revolución, aunque no destruyó las relaciones sociales de producción. Sin embargo, marcó a fuego una orientación en la base de la sociedad argentina.
Los avances históricos de los pueblos se dan a partir de movimientos de masas, dinámicos y a menudo contradictorios, pero profundamente democráticos, porque surgen de debates horizontales que se multiplican en cada rincón de un país.
Avances y retrocesos
La intención de estas líneas es demostrar que son los movimientos de masas los que rompen los moldes vetustos de una sociedad, permitiendo la aparición de nuevas relaciones que se adaptan a realidades distintas. Es en estos procesos donde sectores oprimidos o relegados conquistan nuevos espacios (y derechos) en una sociedad que se renueva y que incluso cambia de formas y paradigmas.
De todo esto se desprende una pregunta: si todas estas reivindicaciones conquistadas en los últimos 130 años revolucionaron las sociedades, ¿lo que Milei (y Trump) quiere hacer no es, acaso, retroceder un siglo hacia modelos reaccionarios y vetustos, incluso para el capitalismo que él mismo defiende?
«Lo personal es político»… también para Milei
La pregunta inicial fue: ¿por qué Milei vuelve sobre estos temas? La respuesta es que el presidente utilizó la tribuna de Davos para ejecutar un ataque contra todo aquello que cuestione el rumbo neoconservador que busca imponer, a imagen y semejanza de la Argentina de 1880.
Milei golpea al colectivo LGBTQ+ para convertirlo en un cáncer que, como tal, desarrollaría una metástasis que se expande sobre todo el cuerpo social. Según su lógica, el wokismo “contagiaría” a sectores que cuestionan los ajustes y los despidos, así como a los jubilados que intentan sobrevivir con ingresos miserables.
La apelación de Milei al wokismo no es más que una excusa para justificar un ataque sistemático contra todo el pueblo que vive de su trabajo. Pero hay algo aún más grave: su intención es que el Estado se convierta en el garante de una moral rabiosamente reaccionaria y anticientífica. Es decir, Milei quiere meter al Estado en nuestra vida privada y en nuestras formas de relacionarnos.
Finalmente, invierte la fórmula que lo llevó al éxito. Aquello de que su liberalismo se basa en «el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo» queda desmentido por sus propias acciones.
Pablo Demarco es docente y dirigente del Polo Obrero de Mercedes