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Lecturas en el Museo de Arte: una forma de pensamiento colectivo

Por María Alejandra Arévalo. En la novela «Fahrenheit 451», del escritor Ray Bradbury, el protagonista, Montag, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión es la de quemar libros, porque en la sociedad distópica en la que habita el personaje está terminantemente prohibido leer. Contra esta prohibición intimidante y opresiva, Montag descubre a través del contacto casual con una muchacha que existen «rebeldes» que recuerdan y comparten en el medio del bosque el contenido de aquellos libros de literatura censurados por el régimen de gobierno.

En nuestra época de esmeriladas libertades, leer no está prohibido y sin embargo desde una aparente validación de todos los deseos, el deseo de leer no es frecuente.

En el bosque o en un museo de arte de una ciudad de provincia se produce desde hace tres años una propuesta de lectura colectiva en busca de sentidos. Es decir, una forma de pensamiento colectivo. Sobre esta idea el crítico literario ruso Mijail Bajtín dice: “La verdad no nace ni se encuentra en la cabeza de un solo hombre, sino que se origina entre los hombres que la buscan conjuntamente». Pero hay quienes pueden conducirnos inteligente y amablemente por los caminos literarios.

Recuerdo que la propuesta de lectura que nos hizo Mariano (Goicochea), el hacedor de este espacio lector, sobre la novela de Thomas Mann «La montaña mágica», me desconcertó: jamás hubiese leído por mi propia elección esa novela. Mi desconocimiento era tan grande como mi propio prejuicio. Pero… allá fuimos a navegar por esa lectura, por momentos desconcertante, por momentos decepcionante y atrapante al fin.

También me acuerdo de una mañana en que llegué a un capítulo en que se me presentó el sentido de la novela: algo había ahí esperándome para pensar y para tener que decidir qué de todo eso me guardaría para mí.

De hecho en mi libro de Mann escribí en la primera página tres ideas extraídas de la novela y estas fueron: 

Frente a la angustiosa sensación de nuestro presente, el libro también tiene algo para decirnos: La montaña mágica marca, por un lado, su interés en mostrar un mundo o un estado de las cosas antes de la gran guerra, y por otro lado el cambio que aún sucede y que no termina de ocurrir. Esto mismo nos interpela en esta incertidumbre actual: ¿Hasta dónde la historia se repite? ¿Es el futuro inexorablemente desfavorable a lo humano?

Por lo pronto estas preguntas no serán respondidas, pero durante algunos lunes en el museo de arte de una ciudad de provincia Mariano y también Federico (Belzunces), quien nos ayuda a pensar la historia como contexto de las obras, nos convocan como a aquellos lectores tercos del bosque de Bradbury a discutir, comentar, expresar y por qué no a reírnos sobre lo que leemos.

Y, finalmente, a encontrarnos en nuestras diferencias a pensar juntos y sentirnos menos solos.

Ya que empecé con Fahrenheit, termino con una parte de la novela que me pareció muy interesante.

Acá va:

“Y tengamos presente una cosa: no somos importantes. No somos nada. Algún día la carga que llevamos con nosotros puede ayudar a alguien. Pero incluso cuando teníamos los libros en la mano, mucho tiempo atrás, no utilizamos lo que sacábamos de ellos. Proseguimos impertérritos insultando a los muertos. Proseguimos escupiendo sobre las tumbas de todos los pobres que habían muerto antes que nosotros. Durante la próxima semana, el próximo mes y el próximo año vamos a conocer a mucha gente solitaria y cuando nos pregunten lo que hacemos podemos decir: ‘Estamos recordando’. Ahí es donde venceremos a la larga. Y algún día, recordaremos tanto, que construiremos la mayor pala mecánica de la Historia, con la que excavaremos la sepultura mayor de todos los tiempos, donde meteremos la guerra y la enterraremos. Vamos, ahora. Ante todo, deberemos construir una fábrica de espejos, y durante el próximo año, sólo fabricaremos espejos y nos miraremos prolongadamente en ellos».

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