Por Ariel Dulevich Uzal. La ruptura de Facundo Manes con la estructura formal de la UCR, luego de un tránsito breve y especulativo por las filas del radicalismo —al que impugné públicamente y sin reservas desde un comienzo— me inspira hoy esta reflexión.
En el marco de un radicalismo bonaerense en declive, sometido al macrismo —entonces gobernante, creciente y poderoso—, sus principales referentes se sumaron a la nefasta influencia de quienes habían destruido UNEN y se impusieron en la Convención de Gualeguaychú. Allí, un mero pacto electoral se transformó en una alianza fáctica y subordinada a la derecha del PRO, primero con Cambiemos y luego con Juntos por el Cambio.
Ese contexto de claudicación permitió la manipulación de listas de candidatos, lo que le abrió la puerta al médico devenido en político. Su mentor fue Ernesto Sanz, el “monje negro” de aquella convención bisagra —así la llamo, porque marcó una etapa irreversible en la entrega incondicional al macrismo—, que culminó en la fórmula Vidal gobernadora (PRO) y Daniel Salvador vicegobernador, un radical de destacada trayectoria política y parlamentaria, a quien Alfonsín confió la representación partidaria en la CONADEP y con quien me une una honrosa y dilatada amistad. (¡Nobleza obliga!)
Sanz, operando desde las sombras, manipuló la debilitada estructura orgánica de la UCR bonaerense e impuso a Manes con el visto bueno, claro está, de Mauricio Macri, a quien obedecía sin disimulo. Así instaló a este “paracaidista”, que jamás fue siquiera afiliado, como cabeza de lista para diputados nacionales, desplazando a dirigentes de auténtica militancia radical.
Se trata de un personaje de antecedentes confusos —profesionales y políticos—, que coqueteó sin éxito con el senador Wado de Pedro, y llegó incluso a diagnosticar un cáncer inexistente a la expresidenta Cristina Fernández. En varias ocasiones se lo vio en Mercedes acompañando al senador nacional y al intendente local, su hermano.
Se trata de un personaje de antecedentes confusos —profesionales y políticos—, que coqueteó sin éxito con el senador Wado de Pedro, y llegó incluso a diagnosticar un cáncer inexistente a la expresidenta Cristina Fernández
Años antes, fue crítico del gobierno de Alfonsín —el único verdaderamente histórico— y se lanzó a la política junto a su hermano, hoy también renunciante a la Convención, bajo el lema “¡Que se vayan todos!”, un eslogan copiado del neofascismo europeo. Aquella aventura murió al nacer, pese al apoyo a página completa del diario La Nación, por completo indiferente al interés ciudadano.
Astuto y hábil —aunque abusando de una sonrisa estereotipada—, desde la banca que le obsequió Sanz ensayó algunas poses, jamás un proyecto legislativo serio, que le permitieron colarse en algunos titulares —su verdadera obsesión—. Logró convencer a algunos dirigentes locales, bienintencionados pero desinformados (hoy, claro, defraudados), de que venía a reivindicar al radicalismo bonaerense. No tuvo pudor en invocar una y otra vez la figura de Alfonsín —a quien había criticado sin reservas— cada vez que le resultó útil en su afán por “rasgarse las vestiduras” de radical.
Desde sus primeras apariciones lo califiqué como lo que es: un paracaidista injertado sin mérito alguno en la UCR, un “ave de paso”. Cabe reconocerle, eso sí, su participación en la digna conformación del bloque «Democracia por Siempre», escindido del oficialismo radical entregado a los designios de Milei. Pero incluso eso ya parece otro apeadero más en su errática trayectoria.
Hoy, frente a la falta de respaldo electoral —que no augura buen destino para las ambiciones que su egocentrismo tejió dentro del viejo partido—, Manes y su hermano se alejan, invitando a “embarcarse”, literalmente, desde el Puerto de Frutos hacia una nueva aventura. Lo hacen sin pudor, renunciando a la agrupación que los honró con una diputación nacional, títulos y representaciones que jamás merecieron, y a la que ahora consideran un “lastre”.
Algunos amigos, dirigentes a quienes respeto y aprecio, se enojaron conmigo cuando critiqué al improvisado radical. Lo defendieron con entusiasmo, aunque nunca refutaron los argumentos en los que fundé mi juicio. Esta última movida de Manes, para mí, termina de definirlo como una figura cívica efímera y prescindible, cuyo paso por la política deja el claro ejemplo de un oportunismo pragmático y utilitario, que tanto ha corrompido la ética democrática.
Ariel Dulevich Uzal es mercedino y ex Subsecretario de Turismo de la Nación durante el gobierno del ex presidente Raúl Alfonsín