
Por Walter Perruolo. En 2025 se oye cada vez más que los jóvenes ya no demandan la casa propia y hasta existe una filosofía de la ponderación del alquiler como instancia superadora.
Sospecho -por experiencia, quizás- que el deseo del vivir el presente y solo el presente es una intención de vida que se ve amenazada cuando surge el nuevo deseo de formar familia. Sea con hijos o sin hijos.
Ya no será el día a día lo que estará en mente sino la necesidad de establecerse, generar lazos en el barrio y la ciudad, organizar el traslado al trabajo, la escuela, el club etc., es decir todo lo que comprende a vivir en comunidad.
Es ahí cuando la demanda de tener la casa propia empieza a resurgir. Alquilar no sólo es un gasto sino que representa el riesgo de que por diversas cuestiones uno deba mudarse y eso conspira contra la necesidad de asentarse. De pertenecer.
Alquilar no sólo es un gasto sino que representa el riesgo de que por diversas cuestiones uno deba mudarse y eso conspira contra la necesidad de asentarse. De pertenecer.
Quienes hoy no tengan vivienda, alquilen o convivan con sus padres, y ya estén transitando la vida familiar futura, probablemente, ante la imposibilidad de adquirir un terreno o una casa abandonen la idea hasta en sus pensamientos: como se dice por ahí «Un problema sin solución ya no es un problema».
No es difícil aventurar que en los próximos años la demanda esencial de los jóvenes que hoy tienen entre 16/30 años, cuya mayoría acompaña la idea de vivir sin estado, será lograr el techo propio. Con esa gran necesidad vendrá también aparejado los derechos laborales, el requerimiento de un salario digno, el conocimiento del trabajador de que para conseguir un crédito hipotecario debe estar bancarizado y por lo tanto su trabajo tiene que estar registrado.
Y por supuesto el demandado será, como siempre, el Estado.
Una teoría de alguien que no es economista
En Argentina, cuando se pregunta para qué queremos dólares, la respuesta más común es simple: para ahorrar. Pero si profundizamos un poco más, surge otra pregunta inevitable: ¿para qué queremos ahorrar en dólares?
Algunos lo hacen para viajar, otros para cambiar el auto, y una porción importante —generalmente con mayores ingresos— busca comprar un inmueble.
En nuestro país, el mercado inmobiliario está completamente dolarizado y, además, altamente desregulado (desde siempre en mayor o menor medida). Rara vez el monto declarado en una escritura refleja el valor real de la operación. Las escrituras se subvalúan para reducir impuestos, y los pagos se concretan en dólares aunque formalmente figuren en pesos.
El vendedor exige dólares para conservar valor, y el comprador se los entrega porque no tiene otra opción. Así, el mercado inmobiliario argentino no solo no aporta divisas al sistema, sino que las extrae.
El resultado es un circuito informal dentro de la economía formal: se compran y venden propiedades en dólares billete, fuera del sistema bancario, sin control ni trazabilidad.
El vendedor exige dólares para conservar valor, y el comprador se los entrega porque no tiene otra opción. Así, el mercado inmobiliario argentino no solo no aporta divisas al sistema, sino que las extrae.
Cuando se plantea que las operaciones deberían hacerse en pesos, la respuesta lógica es: “Entonces vendé vos tu casa en pesos”. Es razonable. En las condiciones actuales, nadie lo haría.
Una posible salida sería aplicar, y controlar efectivamente, una norma que ya existe: que toda compra-venta inmobiliaria se realice mediante una transacción bancaria en pesos, con trazabilidad y comprobación. Esto obligaría al vendedor a aceptar pesos, y al comprador a ingresar sus dólares al circuito legal.
Es cierto: al principio el mercado podría enfriarse. Pero con el tiempo se estabilizaría, y el peso recuperaría valor como unidad de referencia real. Solo así el crédito hipotecario en pesos tendría sentido, y el sueño de la vivienda propia dejaría de ser una quimera.
Se suele decir que los argentinos tenemos “cultura del dólar”. Pero ningún hábito es inmutable: los hábitos cambian cuando cambian las reglas.
Se suele decir que los argentinos tenemos “cultura del dólar”. Pero ningún hábito es inmutable: los hábitos cambian cuando cambian las reglas
Una moneda vale por lo que se puede comprar con ella. Si las propiedades solo se venden en dólares, el peso solo sirve para sobrevivir, no para proyectar.
Y cuando una sociedad entera no puede proyectar, cuando millones de personas que trabajan, ahorran y producen saben que nunca tendrán su casa propia, la moneda pierde más que valor: pierde sentido.
Por lo pronto, en 2025, ocurre algo que es inevitable en las crisis, las propiedades se venden a precio de remate para quedar en unas pocas manos generalmente rentistas e inversionistas.
Walter Perruolo es comerciante, músico y compositor local
