
Mucho se ha dicho acerca de la narración oral, cuyos orígenes se pierden en el devenir del hombre en la tierra; pero lejos de ser una acción anacrónica, actualmente cobra un inesperado significado al convertirse en un acto de comunicación, que la tecnología no ha podido ni podrá vencer.
Una de sus características más interesantes es la de crear una intimidad particular entre el narrador y el público, atrapándolo en una especie de pacto emocional que encanta y subyuga.
La característica más destacada del encuentro fue el nivel de intimidad que la narradora supo establecer con el público, generando una escucha activa en un ida y vuelta singular
Esto sucedió el domingo 9 de noviembre en el Teatro La Sala, cuando María Luján Luna presentó su “Jardín Infinito”. Un recorrido mágico por un mundo al que la artista, no solo prestó su cuerpo y su voz, sino que desplegó un universo de sutiles imágenes, tejiendo un mágico tapiz de la infancia: desde lo dramático y tierno, hasta lo risueño y profundamente emotivo, coronando cada relato con una canción apropiada.
La característica más destacada del encuentro fue el nivel de intimidad que la narradora supo establecer con el público, generando una escucha activa en un ida y vuelta singular, a través de las emociones propuestas por los distintos relatos.
Desfilaron así: “Jardín Infinito”, de Poldy Bird; “Primer amor”, de Gustavo Gabriel Levene; “El cuentista”, de Saki; “Las muñecas”, de Ian Mc Ewan y “Globo en tierra”, de Ángeles Mastretta.
En síntesis, ‘Jardín Infinito’ no fue una presentación más, sino una cuidada y minuciosa búsqueda de textos que engarzaron emociones y vivencias, que solo en la infancia se pueden experimentar.
María Luján Luna demostró, una vez más, su capacidad para la composición escénica. Su actuación fue la síntesis perfecta de habilidad actoral y calidez humana, cerrando este ciclo que emocionó profundamente a quienes acompañaron sus espectáculos, durante este año.
