Una de las características negativas de este tiempo nuestro que nos toca vivir es que no respiramos sino que tragamos el aire, así como no comemos sino que deglutimos, y no disfrutamos, no nos detenemos.
Nos cuesta mucho darnos tiempo. Es la cultura del productivismo, donde nos han metido en la cabeza –y se nos ha colado en el corazón– que compartir un momento de tranquilidad y de contemplación, de darnos un tiempo, de perder el tiempo, es eso: perder el tiempo y debemos estar continuamente produciendo.
Esto lleva a una continua insatisfacción porque no precisamente el tiempo para contemplar lo que se ha hecho, y no nos damos el tiempo para pensar lo que vamos a hacer.
Y este darnos tiempo es para contemplar y para ver qué es lo que estamos haciendo y disfrutar lo que estamos haciendo. Disfrutar no de grandes cosas, sino disfrutar de lo sencillo, disfrutar de lo cotidiano.
Cuando leemos algunas estadísticas y nos alarmamos, observamos no sin sorpresas que muchos de los suicidios acontecen en días domingos o en días feriados, donde las personas encuentran cierta soledad y cierto alejamiento de lo cotidiano y de la rutina de todos los días.
Pareciera como que necesitamos este bombardeo de lo novedoso, el bombardeo de lo nuevo, el bombardeo continuo de novedad, de algo que nos sorprenda. Y no nos sorprendemos ni disfrutamos de las cosas sencillas, de las cosas cotidianas. No disfrutamos de cosas bellas que tenemos al alcance de nuestra mano. De allí que el darnos tiempo es una posibilidad que –sin gastar dinero– podemos hacer y deberíamos hacer todos los días. Darnos el tiempo no para tragar sino para respirar, no para discutir si no para comer, no para hablar alocadamente pensando qué vamos a responder si no realmente disfrutar el encuentro con quién tenemos al lado. Sea conocido, sea amigo, o sea una persona con la cual estamos teniendo una diferencia, pero animarnos a «perder el tiempo», darnos tiempo para realmente escuchar y no solamente oír porque tenemos orejas.
Ese es el desafío también, uno de los desafíos de nuestro tiempo: darnos tiempo, darnos permiso, darnos tiempo para disfrutar de lo cotidiano. Que muchas veces no es mágico pero tiene la magia de ser cotidiano.
Que la Virgen de Luján nos ayude a todos a volver a descubrir las cosas sencillas de la vida. Como decía alguien, «el pique está en la orilla».