En muchas oportunidades nos sentimos tentados a pensar que la Iglesia es un “club de amigos”, una suerte de ONG –con el respeto que estas instituciones nos merecen–, y que es para hacer una determinada cantidad de cosas, que de hecho se hacen pero que no tienen en su esencia este mandato.
Si nos preguntamos cuál es la razón de ser de la Iglesia, cuál es su misión, esta la da Jesús en el Evangelio de hoy (Mateo capítulo 10 versículos 7 al 15), donde le dice a los apóstoles que había mandado y sobre los que reflexionamos ayer, a preparar el camino. Hoy ya es con cosas muy concretas: anuncien que el Reino está cerca, curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos, ustedes han recibido esto gratuitamente, denlo también gratuitamente.
Comienza a hablar de otro modo de vida. No lleven encima ni plata ni oro. Ahí comienza a surgir lo que luego conoceremos como la santa pobreza o la pobreza evangélica de la cual San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán han hecho especial hincapié. Y da las indicaciones de cómo comenzar esta misión: Cuando lleguen al lugar, deseen la paz en ese lugar, en esa familia, casa o pueblo. Permanezcan allí hasta el momento de partir. Fijen un lugar y desde allí anuncien el Reino.
Es todo un plan de vida el que da Jesús en este Evangelio. No podemos decir que no sabemos qué o cómo hacerlo. Jesús es muy claro: nos manda a predicar, de dos en dos, que vayamos a anunciar que El ya está entre nosotros. Y esto tiene que pasar por las manos. Tal vez ya no haya leprosos hoy día pero hay que tender una mano, sin ir más lejos, en estos tiempos de frío. Nos hacemos cargo del hermano necesitado. Y el Evangelio no es una entelequia, sino que pasa por las manos.
La misión es anunciarlo a El con toda nuestra vida pero también con nuestras obras.
Que la Virgen Santísima de Luján nos ayude a todos a anunciarlo con nuestras palabras y nuestras obras.