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Falleció Roberto Otermín: Gracias, Maestro

Vivió cuarenta y ocho años en la calle 21 que, desde 2017, lleva el nombre “Maestro Roberto Otermin”, por un pedido formal de sus vecinos al Concejo Deliberante de Mercedes.

Desempeñó en la sociedad mercedina distintas tareas: periodista, concejal, escritor, miembro de entidades de bien público… Cada una de las empresas que realizó tuvo éxito pero de todas ellas se destaca una, en la que ha dejado una huella profunda: ha sido MAESTRO.

En agosto de 1950 comenzó a trabajar en la Escuela N° 6, de “La Verde”. El primer día tuvo un solo alumno; al otro fueron dos y así, con el correr del tiempo, el aula única de esa escuela que contaba con un baño, una galería y una habitación para el maestro se pobló con cincuenta y tres alumnos de diversas edades. Tuvo que habilitar, entonces, una parte de la pieza habitación, comprar una mesita y sillas para que todos pudieran asistir a clase, en doble turno.

Posteriormente, dio clases en la Escuela N° 29 de La Verde y el resto en la Escuela 17, “Martín Fierro”, en la que compartió las responsabilidades con otros cinco maestros.

A través de su tarea incansable fue sembrando letras, abecedarios, sumas y restas por el ancho camino de distintas escuelas rurales, en las que según nos contó, alguna vez “cuando llegué no había nada y, de a poco, fuimos construyendo un aula para que los chicos aprendieran”.

El tiempo ha ido desgranando días, horas y este hombre, inquieto y versátil, nunca dejó de enseñar, escribir y ayudar a quienes más lo necesitaban; siempre con una sonrisa, sin estridencias, atendiendo solo lo que su conciencia y rectitud le indicaron que debía hacer.

Hace años tuve el placer de conocerlo y lo que más me impresionó de él fue su temperamento e inteligencia, su poder de convicción y su gran voluntad, valores que se aprenden en el hogar, primero, y se cultivan con la frecuentación al buen saber, después.

Admiré siempre su tarea inclaudicable como docente, valoré sus méritos literarios que han dejado páginas hermosas que pintan aquella escuela rural, distante en el tiempo, pero cercana en el corazón

Formó una familia, tuvo cuatro hijos que lo adoraron y estuvieron junto a él hasta el final.

El 30 de agosto se fue en paz, con la convicción del deber cumplido y la tranquilidad de haber sido siempre fiel a sus convicciones.

Hoy, su calle está un poco más triste. Los niños que recorrían distancias para llegar a la escuelita, convertidos en hombres, atesoran el recuerdo del maestro que les abrió el camino del conocimiento y sus hijos conservan el recuerdo de un padre ejemplar.

Desde este medio solo nos resta decirle: ¡Gracias… MAESTRO!