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La Amazonia en llamas: riesgo ambiental en el planeta

En momentos en que asistimos expectantes quizás a la más grande de las catástrofes ambientales de los últimos tiempos, no podemos dejar de reflexionar sobre el alcance, de momento, al inmensurable cataclismo que se abate sobre el planeta, que nos puede llevar la destrucción del ecosistema reputado como el más variado y grande del mundo: la Amazonía.

Pareciera ser que si algo positivo aflora de tamaña agresión ambiental es la conciencia de que el mundo funciona como un todo y que en cualquier parte del planeta donde la acción antrópica no tenga en cuenta, que operar en forma desmesurada sobre la naturaleza sin tener la consideración necesaria para preservar los procesos naturales, terminará siempre destruyendo el hábitat de innumerables especies, a la que no escapa la especie humana.

Los estudios ambientales apoyados en la ciencia y la tecnología, conocen que los ecosistemas tienden siempre al equilibrio y que toda acción que desestabilice ese equilibrio romperá ese ecosistema, el que volverá a producirse por tendencia natural en otra instancia. En el tránsito hacia ese nuevo equilibrio, puede cambiar de tal manera que se hayan perdido las condiciones de vida para muchas especies que estaban perfectamente adaptadas en el equilibrio anterior.

El Bioma Amazónico (*), se esparce sobre una superficie de 6,7 millones de KM2. Es el hábitat de al menos el 10% de la biodiversidad conocida. Sus ríos representan el 16% de la descarga fluvial total al océano. Su principal río, el Amazonas, recorre 6.600 Kms. Y junto con sus cientos de afluentes, contiene el número más grande de peces de agua dulce del mundo. Contiene también entre 90 y 140 mil millones de toneladas métricas de carbono y alrededor de 34 millones de personas viven en ella, distribuidas en 8 países, incluyendo más de 350 grupos étnicos distintos.

Para ilustrar la abundancia y complejidad del Bioma Amazónico, entre 1999 y 2009 se descubrieron 1.200 especies de plantas y vertebrados. Todas ellas fueron identificadas por primera vez. Desde una rana de anillos rosados del tamaño de una moneda hasta una anaconda de cuatro metros de largo. Los científicos creen que sólo el 1% de plantas amazónicas han sido estudiadas.

Todo esto es lo que está en riesgo a través de los incendios incontrolables que se han producido en la región en los últimos días, de los que nadie se hace cargo. Se desconoce con certeza el origen del fuego, por lo menos los gobiernos de los países afectados no se han pronunciado sobre el inicio de los focos ígneos, cuyas características son asombrosas por la simultaneidad con la que se han producido a miles de kilómetros de distancia unos de otros. Hasta ahora sólo se conjetura sobre la posibilidad de boicot de algunas ONGs, a las que se las responsabiliza de haber iniciado los incendios por desacuerdos con el gobierno de Brasil, porque se les habría recortado algunos subsidios. Otra versión da cuenta que los incendios serían intencionales producidos por productores que pretenden la expansión de la frontera agropecuaria. En cualquiera de las circunstancias se está frente a un crimen ambiental que debe ser esclarecido.

Lo concreto es que se ha producido un daño inmenso al medio ambiente. Los políticos del mundo deben dar cuenta y hacerse cargo realizando acuerdos y acciones concretas con el fin de remediar el daño producido. Quizás una forma podría ser impedir cualquier emprendimiento en esas tierras y vigilar celosamente que la misma naturaleza se recomponga. De esa manera se desactivaría cualquier actividad que pretenda anteponer el lucro por sobre el bienestar general, considerando que la selva amazónica es la mayor fuente de oxígeno del mundo.

El impacto producido por la dimensión dantesca de la quema ha generado que se pronuncien líderes de todo el mundo, entre los que se encuentran el Secretario General de ONU y los presidentes de Francia y Alemania, solo por nombrar algunos. Bien vendría que esos pronunciamientos terminen creando una organización mundial para proteger a la Amazonía, para lo cual no debieran escatimarse aportes de todo tipo que vayan hacia una verdadera protección de esa región, si es que verdaderamente se la quiere cuidar, para lo cual se requerirá aportes económicos y eficientes políticas públicas.

No podemos dejar de ver que nuestra civilización ha devenido en el simplismo de pensar que el lucro y la codicia es un fin existencial, sin ver que la naturaleza nos provee los elementos vitales para nuestra reproducción como especie y el disfrute de ser parte de ella. El hombre de nuestro tiempo parece no sentir placer observando la corriente de un río limpio que discurre por entre las plantas. Ante tal panorama, lo más probable es que elucubre cómo iniciar la construcción de la planta hidroeléctrica y, por supuesto, disfrutar de los beneficios económicos que devendrán de tal empresa.

La catástrofe no solo ha diezmado a la naturaleza, sino un impacto socioeconómico para las familias de pequeños productores y comunidades indígenas cuyas fuentes de ingresos son los servicios que les brinda la naturaleza, los cuales están en riesgo. Familias en territorios indígenas como Monte Verde, en Bolivia, enfrentan ya los efectos de esta emergencia, en la que han perdido 100.000 hectáreas de bosques y los niños y madres lactantes han sido evacuados por el riesgo latente de ser alcanzados por las llamas y los efectos nocivos del humo. Todos ellos, además, con la angustia de no saber si podrán regresar a sus comunidades.

¿Cuáles podrían ser las consecuencias en el corto y mediano plazo que le deparará al planeta tamaña desgracia? De momento ya se vislumbran algunos efectos que no deberíamos dejar de tener presente. En principio, uno de ellos es que se torna muy difícil alcanzar las metas del Acuerdo de París, el que postulaba que la temperatura del planeta sea de 2 grados Celsius superior a la que se tenía en la era preindustrial y así controlar los efectos dañinos que se producirían en el clima. Se estima que la pérdida de follaje de los bosques tropicales representa alrededor del 10% de las emisiones mundiales de carbono. Los árboles no solo absorben el dióxido de carbono de la atmósfera, sino que también atrapan ese carbono. Se evalúa que con los incendios de la Amazonía se alcanzará en el mundo una temperatura de 3ºC por sobre la era preindustrial. Es decir, un grado más en el calentamiento global que lo que pretendía el Acuerdo de París.

Algo huele mal en los últimos tiempos, muy por el contrario de la cháchara de la “política ambiental” que declaman los gobiernos en el mundo. Lo cierto es que, además de los incendios de la Amazonía, solo hace unos días, millones de hectáreas se quemaron en el Ártico, lo mismo sucede en el África. No es ahora el momento, es demasiado temprano para sacar conclusiones sobre cuánto daño climático han causado estos incendios.

Los efectos de la catástrofe aparecerán en el futuro seguramente no como fuego incontrolable, sino como un desmadre climático, sobre el que no quedará más que rezar y así seguiremos hasta el infinito.


(*) La Cuenca Amazónica está constituida por todos los ríos que drenan al río Amazonas. El Bioma Amazónico, por su parte, es el área cubierta principalmente de bosque tropical húmedo denso, con porciones pequeñas de tipos distintos de vegetación como sabanas, bosques de llanura inundable, praderas, pantanos, bambúes y bosques de palmeras. El bioma abarca el territorio de ocho países (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela),y un territorio de ultramar: la Guayana Francesa. No siempre la “cuenca” y el “bioma” coinciden en sus límites. En algunas partes los ríos de la cuenca amazónica incluyen biomas adyacentes (bosque seco, cerrado y puna).
Loreto, Perú. 

El bosque tropical amazónico ha sido reconocido por largo tiempo como una reserva de servicios ecológicos no sólo para los pueblos indígenas y las comunidades locales, sino también para el resto del mundo. Se trata además del único bosque tropical que queda de ese tamaño y diversidad.

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